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Numerosos bañistas disfrutan de un baño en La Malagueta.

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Numerosos bañistas disfrutan de un baño en La Malagueta. Ñito Salas

En Málaga siempre sale el sol

Después de una sentida borrasca eterna, la ciudad recupera sus señas de identidad y los malagueños abrazan la primavera llenando calles, chiringuitos y playas

Domingo, 30 de marzo 2025, 00:35

Hay lugares en Málaga que son como meditar. La desembocadura del Guadalhorce es uno de ellos. Son las siete de la mañana y no hay que ser auditor para darse cuenta que madrugar a veces trae premio. El sol tardará aún en descubrirse del todo, pero el cielo muestra las primeras y tímidas señales de una invasión llamada primavera. Leves colores rojizos y tonos anaranjados contornean el horizonte y las últimas nubes dan señales de retirada. Un pequeño milagro visual que compensa los días en los que la ciudad parecía embutida en una funda gris. Hay que detenerse un momento, afilar los sentidos y llenar de aire limpio los pulmones, antes de proseguir en este recorrido sin más pretensiones que el de reflejar como el clima moldea el carácter de las ciudades y de su gente.

Al principio, durante un determinado espacio de tiempo, la sucesión de borrascas eran celebradas por su aporte necesario a la flora y fauna y el llenado de los pantanos. Pero, después de un mes de lluvias sostenidas, el estado mental de muchos malagueños, no hay que engañarse, flotaba a la deriva. Málaga y un mes de borrascas, inundaciones, diluvios y granizadas son como una pareja de baile mal emparejada que libra una danza con 30 centímetros de diferencia en altura.

Ya no son las siete de la mañana y sí son casi las diez. A unos pocos kilómetros, el paseo marítimo de la Misericordia está poblado de paseantes. Las terrazas de algunos bares instalados en los bajos de los bloques de piso sirven desayunos. Cafés, tostadas y zumos de naranja devuelven una estampa casi olvidada. El termómetro marca ya los 18 grados.

La borrasca llegó el Día de Andalucía y las terrazas desiertas hacían sentir aún más la soledad. Málaga, en el último mes, ha sido una especie de aislamiento tolerable, que no agradable. Desde este sábado, la vida cambia, pasa a ser una vida diferente, y una nueva estación del año se abre camino.

Retorno del bañista

Preparados, listos, crema solar. La mirada ahora está puesta en la playa de San Andrés. Este sábado también es la vuelta a los primeros baños del año. El litoral resucita y sale del letargo. Hay restos de temporal en forma de cañas y maleza, pero no como para detener a los que llegan y esparcen sus toallas. Por fin. Luz, calidez, sonrisas y sol acariciando la piel. Antes de estar morenos algunos cuerpos están angustiosamente blancos. Quemaduras y almohadas librarán esta noche las primeras batallas.

Si la fisionomía urbana de Málaga se tiene que definir por un punto concreto, hay que hablar de la calle Larios. Es uno de estos pocos momentos del año en los que aparece limpia de decoraciones y aderezos. Colocarte en su inicio y levantar la mirada equivale a una invitación a callejear. Luce poblada, pero aún no saturada.

Ahora, fuera de la temporada alta y del turismo masivo, transmite gracia, donaire y cierta elegancia. A menos de un kilómetro de distancia, en la plaza de la Merced, retumban los ecos de una protesta por el derecho a una vivienda. Cada palmo de la ciudad puede ser un mundo y una contradicción. Cada lucha es un ejemplo.

El recorrido lleva ahora a la calle Alcazabilla. Acentos británicos y acentos germanos dominan la escena. El buen clima favorece la proliferación de algunos atentados contra la etiqueta. Puede que Málaga no tenga esos monumentos singulares como sí presumen Granada o Sevilla.

Aquí, ese paraíso de la niñez, como niñez de Vicente Aleixandre, se conjuga por la vía de lo sensorial. Cerrar los ojos un segundo y pausar. El cese de las lluvias y el emerger de la primavera traen consigo aromas. Huele a cítrico, pasas, vino, pescado y salmuera. Selfies y algunos besos se 'roban' en el muro que da al Teatro Romano. Hay algo de ingrávido en este 29 de marzo de 2025. No hay remedio que cure lo que no cure la felicidad decía García Márquez.

Uno sabe que los estados emocionales están sujetos a los vaivenes y que la tristeza de ayer es un 'déjà-vu' de la alegría de mañana. El terral de primavera ha elevado el termómetro a los 28 grados y Málaga ya es, este sábado, la ciudad más calurosa de Europa. La palabra 'primavera' también es un estado hormonal. Hay estudios que demuestran que si sube el mercurio suben los sentimientos. La vestimenta cambia y se puede ver más piel. Hay una brisa suave. Málaga es también un efecto positivo para cuerpo y alma.

De la pequeña plaza, esquina Puerta del Mar con Herrería del Rey, se puede ver un cielo que luce azul transparente. Aquí el recorrido, más que un paseo, es un zigzagueo por callejones estrechos y fachadas de estilo colonial, la mayoría de ellas restauradas. Uno de los efectos de la 'turistificación' también se deja notar en la alteración de las antiguas costumbres horarias. Así es posible ver como en el Mercado de Atarazanas se almuerza y en establecimientos tradicionales como Casa Aranda se siguen sirviendo churros, chocolate y algunos 'cortados'. El corazón de la economía local, guste o no, late a las pulsaciones que marca el sector servicios.

Chiringuitos llenos

¿Quién o qué es un chiringuito? La mejor manera de responder al viajero ávido por saber es llevarlo a uno. En la playa de La Malagueta, por ejemplo. Ahí lucen ya espetados sardinas, pargos y algunas langostas. Bien. Un chiringuito es también una idea, un concepto. Para muchos, una playa no es playa si no tiene un chiringuito. En otras partes se aprecian los litorales sin edificar. Aquí los chiringuitos son una institución malagueña. Chiringuito Oasis Playa, lleno. Chiringuito Tropicana, más lleno todavía.

Más imágenes de Málaga, tomadas este sábado. Ñito Salas
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Málaga florece. En días así, la ciudad brinda una manera especial de ocio: cambiar de enclaves para volver a lo cotidiano de siempre. Ya son las cuatro y el calor se mantiene, agradable y no pegajoso. Atrás quedan los Baños del Carmen. El paso de la moto se acelera hasta llegar a Pedregalejo, consciente de que encontrar aparcamiento depende de moverse con dos ruedas.

Un instante después, la mirada ya está puesta en una de las ubicaciones más preciadas. La cercanía entre paseo y mar es aquí un palmo. Los bares y restaurantes están llenos. Fritura tradicional malagueña en Las Palmeras. Ensaladas y batidos de todos los colores en La Galerna. Un barra donde apoyar en El Kiosko. Desde Pedregalejo se percibe la silueta de la ciudad. Barcos entran en el puerto y las grúas recuerdan al milagro industrial de otra época. A espaldas de los Montes de Málaga, que se elevan al cielo como un gigante verde. Al otro lado espera la centelleante superficie del mediterráneo.

Huele bien, el aire es suave, ligero y húmedo. Es sabido que el tiempo es solo una construcción social. Pero la perspectiva del cambio horario es también un recordatorio. Esta noche se duerme menos para vivir más.

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