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– Me han dicho que está hecho un gran deportista.
– Cuando me jubilé tenía claras varias cosas, y las he conseguido todas menos la de viajar, por la pandemia. Una era hacer más deporte, otra dedicarme a la solidaridad con la gente; también hacer ... un curso de cocina y cocinar más. Allí (en Bilbao) hago deporte seis días a la semana: spinning, natación, monte y bicicleta de carretera. Cuando vengo aquí, tres días a la semana salgo en bici con un grupo de jubilados, entre los que está Paco Gutiérrez, el que fue secretario general de CCOO, que andan un montón, y vamos a Nerja o al interior de la Axarquía.
– Y su faceta solidaria.
– En la Fundación Ellacuría, de los Jesuitas, damos clases de castellano a inmigrantes. Les voy siguiendo: uno es Hayud, que es marroquí, ha hecho FP de electricidad y le he buscado prácticas; y también le doy clases a un argelino, Mohamed... ¡Me pueden hacer ministro de Asuntos Exteriores, porque estoy con un marroquí y un argelino! (risas). Hace ya tres años que estoy con ellos, y ahora nos tenemos que mover con los papeles. Esto es una locura: exigen un contrato de trabajo a un tío que no puede trabajar, y no tienen incentivos. Por qué tienes a alguien tres años en la calle, sin nada, que le invitas a delinquir. Tenían que incentivar de algún modo: para acortar los plazos legales si estudia FP y aprueba, o si tiene un nivel de castellano, para que tengan incentivos para esforzarse.
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Ignacio Lillo
– Lo peor de todo es que esos trabajadores son necesarios aquí.
– ¡Dile tú a los de El Ejido y a los de la fresa de Huelva que se vayan los inmigrantes! A ver qué pasa. Hay gente que quiere que estén aquí trabajando pero que no se les vea por la calle. La mayoría de los que he tratado son chavales estupendos, aunque tienen una situación muy difícil. Estos dormían en la calle, a uno le di el mono de esquiar de mi hijo para que no pasara frío. Ya son como de la familia, celebramos los cumpleaños, la Navidad, vienen a comer a casa cuando quieren... me llaman padrino. En los Franciscanos también voy dos días a la semana a dar de comer.
– También está muy implicado con la defensa de la memoria democrática.
– Soy muy sensible a estos temas. Mi padre estuvo en 19 cárceles, comisarías y campos de concentración a lo largo de su vida. He visitado el campo de Albatera (Alicante), donde lo metieron junto a otras 15.000 personas. Era un lugar salado, sin ningún árbol. Les daban de comer un chusco de pan y una lata de sardinas para dos, cada dos días. Llegó a beber orina de las letrinas y con 22 años, cuando salió de ese campo para ir a otro, pesaba 32 kilos. En una ocasión que los sacaron para trabajar, unas chicas que iban delante tiraron unas peladuras de naranjas y se tiraron al suelo a comérselas. Luego, estas chicas les dieron naranjas y mi padre siempre quiso volver para darles las gracias. En el 74 las encontró y mantuvieron el contacto. En febrero también me vine a hacer el camino de la Desbandá, desde Málaga hasta Almería. Éramos unas 100 personas y algunos nos insultaban al pasar con los coches. La Guardia Civil paró a unos y les dijo que dejaran de hacer el ridículo.
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