SUR reunió a ochos profesores en el Colegio García Lorca, en Málaga. Francis Silva

Profesores, los otros héroes de la crisis del coronavirus

Han cubierto con ideas, tiempo y recursos propios los agujeros abiertos por la pandemia en un sistema donde la presencialidad «es insustituible». Ahora reclaman a los políticos que los escuchen: «Esto es una ciencia. Que nos consulten»

Domingo, 21 de junio 2020, 00:49

Vuelven a clase por un rato, para este reportaje, y escriben en la pizarra sus deseos para el próximo curso: más inversión, más innovación, crear vínculos, cumplir las ratios, regresar a las aulas, coordinación, hambre de libros, pacto de Estado... El coronavirus los ha ... mantenido alejados de sus alumnos durante más de tres meses. Tocaba improvisar una nueva metodología, convertir el salón en una tutoría virtual y hasta facilitar el número personal para acortar el abismo que la educación telemática abre. Han cubierto con ideas, tiempo y recursos propios los agujeros que las administraciones han sido incapaces de gestionar. Saben que algunos colegas, por hastío o pereza, han preferido la comodidad de la trinchera, desentenderse de una labor titánica: coser la brecha digital y terminar a distancia un curso planeado desde la presencialidad. Pero reivindican el componente vocacional de su oficio y recuerdan que llevan años reclamando lo mismo: «Que nos escuchen».

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La pandemia parece haber arrinconado en el olvido cualquier problema anterior. Por eso José Miguel Santos, director del Colegio Misioneras Cruzadas, en Palma-Palmilla, golpea la conciencia con datos: en el mundo, uno de cada cinco adolescentes no puede ir al colegio. Y en Málaga, uno de cada tres alumnos absentistas pertenece a su barrio, donde semanas antes del estallido de casos por el virus una bala perdida en un tiroteo mató a un hombre que estaba en casa, ajeno a la reyerta. «Antes de todo esto», reflexiona, «el ascensor social que llevaba a los hijos de una familia en riesgo de exclusión a subir un escalón un poco menos humilde ya estaba roto, pero ahora está despedazado». La crisis ha ampliado de manera cruel la brecha digital, que no es más que un reflejo de la brecha social: «Hay muchos niños, no en otros países, sino aquí, a unos metros, que estos meses no han accedido a la educación, no han dado clase, porque no tienen medios para hacerlo, pero eso también ocurría antes, sólo que la pandemia ha ensanchado la grieta».

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Pero la educación telemática, sin el aprendizaje de pasillo, sin las relaciones que se forjan entre compañeros, perjudica también a quienes tienen recursos para seguir estudiando: «Ninguna plataforma, por potente que sea, puede sustituir ese vínculo. Barrios como La Palmilla enseñan una realidad que no está en los libros». Es la misma tesis que defiende Patricia Santos, docente en el Instituto Profesor Isidoro Sánchez: «La educación no es sólo un conjunto de contenidos. Es una etapa de construcción personal donde se aprende cómo relacionarse, la diversidad, el trabajo en equipo... Lo que hemos vivido ha sido un parche». De ahí que le preocupe la posibilidad de que los políticos no encuentren una forma segura de regresar a clase en septiembre: «Esto ha funcionado porque había un vínculo previo que los profesores hemos podido mantener, pero empezar un curso a distancia, sin conocerse en persona, no sé si sería posible».

En el ciclo de Formación Profesional que imparte Patricia Santos sólo siete alumnos de un grupo de veintiocho tienen ordenador en casa: «Muchos no sabían hacer un trabajo en Word y de repente deben seguir el curso de forma 'online'». Pero un sistema que no está dotado de recursos suficientes no puede ofrecer competencias digitales a su alumnado. Por eso la adecuación tecnológica ha resultado una odisea, aunque el problema se remonta a antes de la pandemia: «Algunos ordenadores de mi centro tardan casi veinte minutos en encenderse, de lo antiguos que son, y teníamos una hora de clase, así que les pedía que usaran el móvil, aunque en teoría estaba prohibido».

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A Santos, elegida mejor profesora de Formación Profesional de España en 2018, nadie le ha consultado cómo afrontar esta nueva etapa: «Es esencial que nos pregunten qué falla, pero se concentran en aspectos relacionados con la ideología cuando lo importante es la pedagogía, la profesionalidad. Esto es una ciencia. No debería estar influida por cambios políticos. Aunque hubiese variaciones según los diferentes gobiernos, que para eso estamos en un país democrático, el núcleo educativo debería ser el mismo. El problema es que no se consulta a nivel técnico sino político». También Natalia Meléndez, profesora en la Universidad de Málaga, considera que «es momento de que escuchen a los docentes, que hace tiempo que tienen una serie de demandas, como la bajada de la ratio».

Incluso en los estudios superiores, cuando los alumnos tienen más autonomía, la presencialidad supone un valor añadido «insustituible», explica Meléndez: «Se pierden debates, conclusiones, ideas... En clase siempre hay una mano que se levanta y genera un momento mágico porque plantea algo que ni siquiera el profesor había previsto, pero en la teleformación te das cuenta de que casi nadie pregunta». En la Universidad manejan tres posibles escenarios para el próximo curso. Entre la improbable normalidad y un nuevo confinamiento en caso de rebrote, la propuesta más factible parece pasar por un modelo mixto que combine lecciones y actividades presenciales y telemáticas: «Pero espero que esto no sirva para pensar en la educación como algo utilitarista. La enseñanza no consiste en dar a un botón y obtener resultados. Es algo más profundo. No podemos olvidar las relaciones sociales porque son parte de esa formación».

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La defensa de la presencialidad, insisten, debe ser compatible con el uso de la tecnología. Laura Vela, maestra de Infantil, recuerda que hacen falta contrataciones para cumplir las ratios, una de las demandas históricas de la comunidad. La distancia social se ha convertido en la mayor oportunidad de las últimas décadas para alcanzar este objetivo, que requiere una incremento de la inversión: «Necesitamos un pacto social y político que apueste por la educación. No queremos volver a la situación anterior a la crisis, queremos una escuela renovada que cubra las necesidades de los niños sin tantas reformas de leyes». ¿Y cómo se da clase a distancia a alumnos de entre cero y tres años? «Es difícil. A esta edad están aprendiendo a ser más que a saber. Lo máximo que hemos podido hacer es un programa de acompañamiento con actividades, retos, canciones, 'podcasts' de cuentacuentos que enviamos antes de dormir... La respuesta de las familias al principio fue estupenda, pero luego, con la incorporación a los trabajos, todo se complicó».

A menudo, para mantener el interés de los niños, los profesores han ideado alternativas que estaban fuera de la programación curricular. En materias como Educación Física, la formación telemática resulta casi un oxímoron, como detalla Diego Moscoso, profesor de esta asignatura y tutor en un colegio de Estepona: «Hemos montado una herramienta para que hagan pequeños retos ('challenge', una moda en redes sociales consistente en aceptar desafíos), como dar seis patadas a un balón. Era la única forma de motivarles». España ha aplicado uno de los confinamientos más duros del mundo, un plan que no permitió que los niños salieran a pasear hasta casi un mes y medio después del inicio del encierro, circunstancia que ha disparado el sedentarismo: «Como padre, he convertido el salón en un campo de fútbol para que mis hijos pudieran jugar un rato, y aun así han visto mucha más televisión de la que veían antes. Ni siquiera podían salir a tirar la basura».

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Las consecuencias de la falta de interacción y de la brecha digital aún son una incógnita. La psicóloga infantil Remedios Aranda vaticina que los niños tímidos pagarán la factura más elevada: «Han estado en una burbuja durante meses y veremos cuánto les cuesta salir de ella para enfrentarse al mundo otra vez. Y la brecha no se nota ahora, porque se ha optado por un aprobado general, pero sí será palpable el curso que viene, cuando unos empiecen con menos conocimientos que otros y el riesgo de quedarse atrás». Esa brecha, además, no tiene un origen únicamente económico, de modo que la desconexión puede haber afectado a más menores de los que calculan las administraciones: «Hay muchas familias con dos o tres hijos, pero hay que preguntarse cuántas casas tienen cuatro o cinco portátiles. Con que hubiera varios hermanos o uno de los padres tuviera que teletrabajar, el acceso a un ordenador por niño ya ha sido imposible».

Aranda también advierte de los efectos de este nuevo sistema, forzado por la pandemia, sobre el profesorado: «Han tenido que lidiar con tecnologías que en muchos casos no sabían manejar, y en materia de destreza digital algunos están por debajo de sus alumnos. Eso supone un motivo importante de estrés, sin contar con los padres que habrán volcado en ellos sus propias frustraciones». No es el caso de Mari Carmen Morales, profesora de Primaria en el Colegio Maristas, que ha descubierto que sus alumnos «han ganado autonomía y han aprendido a manejar las plataformas con las que trabajamos sin ayuda de sus padres». Su lectura de esta crisis es más optimista que la de muchos de sus colegas: «Me gusta más el trato personal, pero esto me ha servido para conocer a los niños de otra manera. Creo que es una oportunidad excelente para repensar la educación, incluso la distribución de las aulas, y para que los políticos se conciencien de que tienen que invertir más en educación y por fin bajar la ratio».

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En los colegios profesionales, donde la práctica tiene más peso en el aprendizaje que el marco teórico, la formación telemática ha supuesto un reto insalvable en algunos aspectos. Juan Macías, director de la Escuela de Arte San Telmo, critica que las administraciones «nos hayan ayudado tan poco» a pesar de conocer sus necesidades: «¿Cómo se puede enseñar cerámica, alfarería o madera a través de un ordenador? Es imposible. Hemos hecho lo que hemos podido, pero el crecimiento del alumno también depende de las conversaciones que tiene, las exposiciones que ve y los amigos que hace». Ahora, con la incertidumbre planeando sobre el horizonte del nuevo curso, los buenos profesores son la única garantía de un sistema que volverá a ponerse a prueba en septiembre.

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