El 2 de enero debía cumplir 51 años. En lugar de regalos, hace unos días había pedido a sus amigos que hicieran donaciones a Save the Children, organización sin ánimo de lucro que protege a miles de niños que se encuentran en situación de ... vulnerabilidad en todo el mundo. Así era Massimo Colombi, el enfermero del Hospital Regional que murió el domingo por causas aún desconocidas, aunque la autopsia apunta a un posible problema cardíaco. «Era la mejor persona que conozco», resume Vicente Sandoval, uno de sus colegas en la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato que lo fichó hace tres años: «Su proyecto de vida era hacer bien a los demás. Se desvivía por echar una mano a cualquier compañero, sobre todo de las categorías más básicas, que a veces tienen dificultades para acceder a la ventanilla electrónica o la bolsa de trabajo. No sabemos cómo llenaremos el hueco que deja».
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Colombi nació en Brescia, una ciudad al norte de Lombardía. Estudió Enfermería y vivió durante cinco años en Londres. Allí, hace casi dos décadas, conoció a Esther después de un turno de doce horas en el hospital de St. Mary's, donde trabajaba. «La casualidad más hermosa», como definía aquel encuentro, se produjo en una parada de autobús. Llevaban quince años casados y tienen dos hijos de seis y siete años. Ambos se trasladaron de forma definitiva a Fuengirola, ciudad natal de Esther, para formar una familia. Los padres de Massimo vendieron su casa en Italia para mudarse también a la Costa del Sol, cerca de su hijo. Apasionado del fútbol, afición que aprendió a amar en casa, y de Bruce Springsteen, era parte de la plantilla del Hospital Regional de Málaga desde 2011.
Hace tres años, su amigo Carlos Bueno, a quien nombraron secretario de la sección sindical de UGT en el complejo hospitalario, lo convenció para unirse a su equipo: «Sabía cómo era y que lucharía al máximo por los demás. Por eso quería que se viniese conmigo». Ahora se le quiebra la voz cuando recuerda «a un padre entregado y un marido excepcional» que lo ha acompañado durante esta aventura en defensa de los derechos laborales. Como compañero era «inmejorable», siempre en combate contra los recortes en el presupuesto sanitario y la escasez de recursos. Aquella sensibilidad se acentuó durante la pandemia. «Y no sólo con la situación de los trabajadores», matiza Bueno, «sino también con el aislamiento y la soledad de los pacientes».
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Colombi importó de su país natal un sistema de videollamadas para mantener en contacto a los enfermos y sus familiares. Lo llamaba «el derecho a decir adiós», un acto de rebeldía contra el draconiano protocolo inicial destinado a evitar contagios, que no contemplaba la despedida de los pacientes más graves ni su acompañamiento. La iniciativa, implantada primero en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), donde Massimo trabajaba, acabó ampliándose al resto del hospital. «No se trata sólo de pensar en aquellos que quizá puedan morir y quieran despedirse. Debemos ayudar a esos muchos pacientes ingresados que no pueden ni ver ni hablar con sus familias», defendió hasta conseguir acortar la enorme distancia que el coronavirus abre entre los enfermos y el resto del mundo, sobre todo durante los primeros meses de la crisis sanitaria.
Nunca se rindió. En la segunda ola, cuando las empresas que habían regalado tarjetas de datos para conectar las tabletas y los móviles que servían de cordón umbilical entre los hospitalizados y sus seres queridos dejaron de cubrir este gasto, Colombi reclamó a las administraciones que se hicieran cargo. Y lo logró. Ahora su inesperada muerte ha adquirido condición de noticia internacional y hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha mostrado sus condolencias: «Un abrazo para la familia y los compañeros del Hospital Regional de Málaga, donde trabajaba Massimo Colombi. Hoy perdemos a un enfermero, pero sobre todo a una gran persona que destacó por su generosidad, humanidad y cariño hacia los pacientes. Hasta siempre».
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Trabajar en cuidados intensivos, donde los enfermos pelean por agarrarse a una nueva oportunidad entre cables y tubos, también donde el final clava a menudo sus colmillos, le hizo consciente del hilo tan fino que separa la vida de la muerte. En una de sus últimas publicaciones en redes sociales, ya convertida en lección póstuma, advirtió de que un nuevo zarpazo de la enfermedad «sería un tsunami más que una tercera ola».
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