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Pilar R. Quirós
Málaga
Lunes, 14 de diciembre 2020, 07:43
No sabía cómo llegar, pero se lanzó. Durante el inicio de la pandemia subió una publicación a Facebook. Y se hizo viral. El mérito fue de Massimo Colombi, un enfermero de la UCI del Hospital Regional (antiguo Carlos Haya), de 50 años ... de edad. Oriundo de Breschia (Lombardia), al norte de Italia, la zona más castigada por el Covid-19, el virus tirano. Ayer, ocho meses después, el sanitario fallecido de forma repentina y por causas desconocidas que tendrá que determinar la autopsia.
Desde que se desató la pandemia el enfermero no dejó vivirla con intensidad, sobre todo desde principios de marzo, cuando el brote empezó a hacerse muy letal allí. Con una prima enfermera en Italia, no pasaba un día sin que alguien compartiera que había perdido a un familiar o a una persona cercana. Poco a poco se fue acentuando la crisis. Los sanitarios colgaban post tan duros como que debían decidir a quién enganchaban al respirador entre una pareja de ancianos, que eran matrimonio. «¿Te imaginas que son tus padres y existe esa tesitura? La enfermería allí no da abasto, trabajan como robots y tienen el corazón destrozado. Están en mitad de una guerra. Ven cómo sus pacientes se mueren sin poder despedirse de sus familias. En Málaga, afortunadamente no estamos así, pero hay carencias», puntualizó. De las ganas de ayudar de los sanitarios surgió un fuerte movimiento en Milán, el 'derecho a decir adiós', que dice primero instintivamente en su idioma materno, 'Il dirito di dirse addio'.
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En el Hospital Regional empezaron a vivirse tristes escenas, «ancianos que querían hablar por última vez con su familia; este grupo de edad me toca el corazón». Los sanitarios sufren con ellos, les ayudan y les dejan sus móviles. «Desde que nacemos, buscamos el abrazo, un beso, una sonrisa. Especialmente cuando nos enfrentamos a la dureza de los malos momentos, estos gestos nos consuelan, y nos protegen de la soledad de nuestros sentimientos», explica Massimo para decir que no sólo hay que despedirse, sino que hay que comunicarse con los seres queridos. Pero in extremis, «la idea de no poder decir adiós me duele más que la muerte misma», que dijera un político italiano, como subrayó.
Pues bien, en esa cadena de solidaridad, su compañera Celia llamó a una concejala del Ayuntamiento y le hizo saber que necesitaban medios. El área de Nuevas Tecnologías se movilizó e hizo partícipes a Vodafone y Orange. De tal forma que Vodafone donó cinco tablets y 15 tarjetas de datos, y el Ayuntamiento 15 móviles para los hospitales malagueños. La Fundación Orange, por su parte, ya acondicionó con routers las plantas de aislados con coronavirus del Hospital Regional. «Una enfermera, la que estará encargada de los equipos, no para de mandarnos mensajes de alegría», explicaba por entonces José Ramón Pérez, de Orange. «No sabes cuánto viejecito no tiene teléfono, y aunque los sanitarios les animen están tristes sin saber de sus familias. Les pones en vídeoconferencia y se les ilumina la cara, su estado anímico», subrayó este enfermero de la UCI. Los italianos y los españoles tenemos algo en común: lazos familiares indelebles. Massimo los estrechó con una malagueña con la que tenía dos hijos, mitad español, mezzo italiano.
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