
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Durante sus primeros días en Kiev creyeron que la sangre no llegaría al río. Había niños jugando en la calle, vecinos que paseaban a sus perros y tomaban café en los bares. Los supermercados estaban abiertos. Todo parecía «más o menos normal». Pero aquella calma tensa explotó en cuestión de horas, el tiempo que tardaron las tropas rusas en invadir la capital ucraniana, donde el estallido sorprendió a Antonio y Marina. Llegaron hace casi tres semanas con su hijo Juande, de cinco años, por si el nacimiento de la pequeña Evelyn por gestación subrogada se adelantaba. Confiaban en que no habría problemas para regresar a Málaga, pero la escalada del conflicto cerró el espacio aéreo y convirtió Kiev en una ratonera. El día que Putin ordenó asediar Ucrania acababan de salir de la clínica. Intentaron tramitar los papeles para volver de urgencia a España, pero todos los vuelos habían sido cancelados. Comenzaba su odisea para escapar del infierno.
Antonio pidió ayuda a la Embajada el jueves: «Me dijeron que estaban reunidos, que me llamarían durante la mañana». Pero no hubo respuesta, así que salió a buscar leche para la recién nacida. Fue entonces, al comprobar que todas las farmacias estaban cerradas, cuando entendió la magnitud del ataque: «Había unos atascos tremendos. Todo el mundo intentaba salir. Tardé horas en encontrar un par de cajas de leche». El pánico ya se había desatado entre sus familiares y amigos en Málaga. A miles de kilómetros, preocupado por la posibilidad de que no consiguieran escapar de Kiev, su cuñado llamó a la Embajada: «Le dijeron que habían intentado ponerse en contacto conmigo pero que no contestaba. Imagino que me quedé sin cobertura en algún momento mientras buscaba la leche». Poco después llegó el aviso del personal diplomático: «Coged una maleta de diez kilos por persona y venid ya a la Embajada. Saldremos en un convoy».
No tardaron en organizarse, aunque la logística se complica con un niño y una bebé. «Tuvimos que salir corriendo, pero las maletas ya estaban hechas porque esperábamos poder huir en cualquier momento. Sólo hubo que dejar ropa y regalos en el hotel para reducir el peso», cuentan. El tráfico que ahoga Kiev prolonga cualquier desplazamiento durante horas, pero llegaron a tiempo a la Embajada. Allí les esperaban policías del Grupo Especial de Operaciones (GEO), encargados de custodiar las evacuaciones hasta la frontera polaca. Cuando comenzó la invasión rusa quedaban unos 320 ciudadanos españoles en Ucrania, según el Gobierno. Muchos optaron inicialmente por quedarse al tener familia allí, aunque la mayoría cambió de opinión ante el inicio del conflicto armado. Antonio, Marina y sus dos hijos accedieron al convoy que salió el jueves por carretera hacia Varsovia junto con medio centenar de ciudadanos y la delegación diplomática, obligada a desalojar la Embajada.
«Nos han escoltado durante todo el trayecto», explican ya en suelo polaco. Han tardado más de dos días en completar un recorrido de setecientos kilómetros: «Había momentos que apenas avanzábamos dos kilómetros en una hora. También hubo que corregir la ruta varias veces. Nos perdíamos, hemos encontrado un puente destrozado, había civiles que tuvieron que conducir para que los oficiales pudieran dormir... Ha sido muy complicado». Los GEO tenían galletas, agua y algo de comida: «No nos terminamos de dar cuenta de todo lo que hemos pasado». A Antonio, que atiende por teléfono a este periódico desde Cracovia, se le entrecorta la voz por unos segundos: «Nada más salir sonaron tres sirenas y escuchamos una explosión. Luego nos dijeron que habían bombardeado un pueblo por el que habíamos pasado dos horas antes».
¿Y cómo se le explica la guerra a un niño? «Con imaginación. Hemos intentado que no se enterara. Le decíamos que había cosas rompiéndose y que teníamos que irnos para que no le arañaran. Se ha portado muy bien, aunque es muy nervioso y no paraba de preguntarnos cuándo llegaríamos. Aprovechábamos las paradas para hacer pequeñas carreras y que estirase las piernas. No había mucho que hacer, así que se ha dedicado a pintar en el vaho del cristal y a jugar con otros evacuados como Saúl, que nos ayudó mucho». Su hermana, a quien el cordón umbilical se le cayó en pleno viaje, ha nacido en un país en guerra: «Hemos viajado de día, pero también de noche cerrada, por carreteras secundarias llenas de baches... Lo bueno es que el traqueteo la adormilaba».
A punto estuvieron de tener que separarse: «Salimos de Kiev sin arreglar los papeles. No nos dio tiempo». La Embajada planteó que, hasta que completaran los trámites administrativos, Antonio y la pequeña Evelyn se quedaran en Leópolis, una ciudad ucraniana en la frontera con Polonia, más segura que la capital, mientras Marina y Juande completaban el viaje: «En teoría no podíamos cruzar el país, pero a través de Rafael Pineda (jefe de gabinete del delegado del Gobierno en Andalucía, Pedro Fernández Peñalver) el Ministerio ordenó que nos dieran un salvoconducto».
El paso por la frontera les impresionó: «No podéis ni imaginar cómo son las colas para salir de Ucrania. Hay muchos niños. Y hace un frío tremendo. Deberían ayudar a Polonia para aligerar los controles de acceso, que son muy lentos». Una vez allí, la Policía les entregó una caja con gasas, agua, pañales y víveres. Atrás quedaba el caos a las puertas de gasolineras y bancos, aunque todavía perdura el miedo en el cuerpo. «Oímos cualquier cosa, como las ruedas de una maleta sobre la carretera, y miramos al cielo creyendo que es un avión, pensando: 'Ojalá no sea nada'», confiesa Antonio, a quien le parece «inconcebible que un país sea capaz de invadir a otro».
Acaban de hablar con la gestante, refugiada con su familia: «Está bien, en casa, en la zona este. Es alguien muy especial para nosotros. Nos dio mucha pena tener que dejar la ropa que nos había regalado para la niña». Este domingo por la noche volarán a Madrid. Allí esperan completar el papeleo que se quedó en el aire. Luego regresarán a Málaga, donde Antonio trabaja como ingeniero. Les espera su vida en Teatinos, aunque no terminan de creérselo: «Aún estamos en tensión. No nos hemos hecho a la idea. Cuando lleguemos y todo esté bien supongo que nos tranquilizaremos». Hasta entonces no asimilarán que acaban de escapar de una guerra.
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Encarni Hinojosa | Málaga
Almudena Santos y Lidia Carvajal
Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Sara I. Belled
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