Los vecinos de Campanillas han vuelto a pasar otra noche en vela. «Cada vez que caen dos gotas no podemos dormir». El temor al desbordamiento del río a su paso por la barriada, como finalmente ha ocurrido, ha provocado que muchos no hayan pegado ojo recordando las inundaciones sufridas el pasado 2020, fecha marcada a fuego y que los vecinos recuerdan una y otra vez en cualquier conversación. «No ha sido tan grave, pero ha entrado agua y barro en muchas casas y negocios», resumen. Pasadas las 14.30 de la tarde de este martes la Junta ha autorizado el regreso seguro de los vecinos de Santa Águeda, Santa Amalia, La Isla, La Perla, El Brillante y La Hacienda, evacuados ayer, «tras finalizar avisos meteorológicos y mejorar la hidrología».
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Una vez más, las zonas más afectadas han sido las calles Cristobalina Fernández, que es por donde sale el agua, y el entorno del Brillante, que es donde se acumula porque es una zona más baja. En todo el perímetro los vecinos habían colocado tablones, sellado puertas y hasta puesto sacos de arena y piedras para evitar la entrada del agua, aunque sólo lo han conseguido a medias.
Miguel Francisco Bueno vive en la propia Cristobalina Fernández y desde primera hora de la mañana se afana por sacar agua de su garaje, en donde se acumulan hasta 30 centímetros de barro. «La otra vez llegó el agua hasta el techo y me rompió dos coches y una moto; esta vez al menos pude sacar los vehículos», explica. Aunque tenía unos tablones colocados en la entrada, no han sido suficientes para frenar la fuerza que llevaba el río. «El problema es la presa porque no ha llovido tanto para sufrir estas inundaciones», lamenta.
Los vecinos de todo el entorno estaban avisados desde ayer de la posibilidad de inundaciones. Tanto es así que tanto la Policía Local como Protección Civil pasaron por las viviendas recomendando a los propietarios que pasaran la noche fuera de sus casas. Pero muchos prefirieron quedarse en casa al tratarse de viviendas de varias plantas. «Cada vez que llueve estamos preparados por si pasa lo peor», apunta con cierta resignación.
Aunque hay muchas viviendas y comercios afectados, el agua no ha sido tan dañina como aquella otra ocasión ni ha provocado importantes daños materiales. En la mayoría de los casos el agua y el barro ha tomado las calles y se ha quedado en la misma entradas de la viviendas, lo que obligó a cortar de madrugada el acceso a Campanillas (se ha reabierto poco después de las 10 horas).
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Marina Díaz tiene una peluquería en la calle José Calderón y le ha entrado algo de agua a pesar de que el local se encuentra sobre una acera bastante elevada. «Ha sido muy poco, pero como es barro lo ha manchado todo», explica. Esta empresaria, que también se refiere a las inundaciones de hace cinco años, asegura haber pasado la noche en vela. «Me he pasado toda la noche viendo la cámara de seguridad de tráfico que hay en la calle para ver si había llegado el agua». «Esta noche hemos destrozado el acceso a internet de tanto consultarlo», apunta.
Otro de los puntos negros en la barriada es el conjunto Ronda, en la calle Varsovia. Se trata de una urbanización que tiene un gran aparcamiento subterráneo en donde incluso se han habilitado viviendas y que hace cinco años resultó arrasadas. Por ello los vecinos colocaron anoche sacos de arena y piedras para impedir el paso del agua. Aunque no ha sido suficiente. «El agua no ha entrado por la rampa, pero se ha colado por los aliviaderos del aparcamiento», resume Jorge Escobar. «Al menos no ha entrado mucha agua y ayer sacamos todos los coches para evitar problemas». Algo es algo, se consuela.
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Aunque más allá de casos concretos y de las obligadas labores de limpieza que ahora son necesarias (muchos vecinos incluso estaban limpiando las calles sin esperar la llegada de los servicios de limpieza), los vecinos han levantado la voz por los problemas que sufren cada vez que llueve. Carmela Fernández, que es la presidenta de la asociación de vecinos, lamenta que las actuaciones que ellos necesitan nunca llegan. «Deberían encauzar el río como hicieron en Guadalmar; no podemos estar sin dormir y mirando al río cada vez que caen dos gotas».
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