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Donald Trump tiene grandes planes para sí mismo. «Mi legado más orgulloso será el de un pacificador y un unificador. Eso es lo que quiero ... ser», dijo al tomar posesión del cargo el 20 de enero. Volodímir Zelenski es el hombre que se interpone entre ese grandioso deseo de dejar su nombre para la historia como alguien capaz de acabar con la guerra de Ucrania en cuestión de semanas y, tal vez, ser un firme candidato al Nobel de la Paz por anotarse este logro.
Gracias al humillante episodio en el Despacho Oval y la pausa inmediata de toda la ayuda económica, militar y de inteligencia, el mandatario estadounidense tiene previsto presentarse a última hora de este martes ante las cámaras con la llama viva de esa capitulación, aunque se le resista más de lo que esperaba.
El viernes pasado, el mandatario ucraniano le robó la posibilidad de exhibir en su primer discurso ante el Congreso, un ventajoso acuerdo para la explotación de sus recursos naturales que sirviese de preámbulo para la paz. Una ofensa que Trump no le va a perdonar. «Eso no es alguien que quiere la paz, sino alguien que crea problemas», acusó el secretario de Comercio estadounidense, Howard Lutnick, en entrevista con CNN. Entre los aranceles y los minerales de tierras raras, el contenido de su cartera ministerial era el plato fuerte del esperado discurso.
Al mes y medio de jurar el cargo, la primera comparecencia de un presidente de EE UU ante el Congreso es, tradicionalmente, una lista de buenos propósitos, que en el mejor de los casos, podrá empezar a celebrarse como logro al año siguiente, en el primer discurso sobre el Estado de la Unión. Trump es el primer presidente de la historia moderna en tener el lujo de volver al poder después de cuatro años de asueto, en los que ha podido preparar, con la ayuda de numerosos think tank de la derecha populista, la hoja de ruta de su nuevo gobierno. El efecto transgresor de la intensa tromba de decretos, memorandos y acciones unilaterales con las que se ha saltado al Congreso, para mayor agilidad e impacto, a pesar de tenerlo en el bolsillo, e ignorado a la justicia, han transformado el país y el mundo en mes y medio.
Para bien o para mal, Trump es, como dijo el portavoz del Congreso Mike Johnson al invitarle a hablar ante las cámaras, «el presidente más trascendental en la historia» del país. Alguien que, en palabras del líder del Congreso, ha sabido desatar un «resurgir del patriotismo» que ya se experimenta en todo el país. El 'America First' justifica desde la guerra de los aranceles contra sus vecinos hasta el fin de la ayuda a Ucrania, para quienes estén convencidos de que ese drástico reajuste de las prioridades les devolverá el bienestar y la gloria.
«El presidente Donald Trump ha logrado más en un mes que cualquier otro presidente en cuatro años», declaró satisfecha la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt. «La renovación del sueño americano está bien avanzada».
Johnson quería que el mandatario aprovechara esta solemne oportunidad frente a la audiencia nacional para esbozar con su agenda legislativa «su visión audaz, ambiciosa y de sentido común para el futuro del país», pero la oposición demócrata temía que, más que escuchar sus planes para Ucrania, terminase siendo un mitin de campaña para espolear a la base MAGA, su movimiento de Make America Great Again.
La multitud de formas de protesta manejadas para los conminados a formar parte de su audiencia presencial daban idea del éxito de la estrategia trumpista de abrumar y desmantelar a la resistencia con una tromba de medidas. Unos pensaban llevabar pines azul y amarillo en solidaridad con Ucrania. Las mujeres, lazos rosa para defender los derechos en pugna. Al menos una, la congresista Rashida Tlaib, el pañuelo palestino, por una Franja de Gaza en el que la inteligencia artificial ya dibuja una Torre Trump dorada. Muchos optaron por ni siquiera atender a la ceremoniosa sesión.
«Estos no son tiempos normales. Los desafíos que enfrentan mis votantes exigen más que sentarse en una cámara donde venerar, escuchando, como si la persona que se dirige a nuestro país no estuviera desatando el caos y la crueldad en sus vidas«, dijo en un comunicado el legislador Gerry Connolly. El congresista demócrata justificó su ausencia «en solidaridad con los trabajadores y contratistas federales, que «han sido tratados con un desprecio y una falta de respeto indescriptibles por un presidente y un multimillonario oligarca que no valoran su servicio público».
Los cartones de huevos, que simbolizan la incapacidad de Trump para cumplir su principal promesa de campaña -desmontar los efectos de la inflación-, eran parte de la utilería de la oposición, desmantelada por las urnas, fragmentada y paralizada por demasiadas causas en liza.
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