Crítica Festival de Málaga: 'La furia', una cruda e impactante crónica de un abuso

El otro punto distintivo son las óperas primas. Porque este año tienen mucho nervio. Ayer miércoles apareció otra directora rotunda, Gemma Blasco, con una película que arrolla desde el título, 'La furia', y cuyo punto de partida es una violación. Pero lejos de dar pie a un relato de intriga o policial –no vemos al agresor en esa escena, pero el sonido te sumerge en la piel de la víctima–, aquí asistimos al proceso de digestión del drama de esta joven aspirante a actriz que se sirve de la tragedia de Medea y el teatro para canalizar su dolor, su rabia, su furia. Un viaje paralelo y opuesto al del posesivo e hiperprotector hermano que solo puede superar el daño con más violencia.

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Película valiente, 'La furia' encuentra el espejo en el que mirarnos y compartir el viaje de la protagonista en la intensa interpretación de Ángela Cervantes, que da mucha credibilidad al drama y la angustia de esta mujer que desde el primer momento ahoga su abuso en el silencio, mientras crece su ira interna. De diez absoluto el trabajo de esta actriz que también presenta sus credenciales al palmarés y le da a la directora debutante Gemma Blasco el argumento sobre el que construir una de las propuestas con más cine de lo que hemos visto hasta ahora. Por su estética y diseño de arte que va del mundo cani de la protagonista a la estilización del teatro clásico y su montaje paralelo y fragmentario del presente al pasado y vuelta. Propuesta cruda, visceral, eléctrica e impactante que, a la vez, no se deja llevar por los clichés habituales en el retrato del abuso sexual y la sanación. El filme se deja llevar por cierto exceso innecesario en el metraje, pero esta historia atrapa y se te queda a vivir en la cabeza cuando salen los títulos de crédito.

El resto de la jornada no tuvo tanto lustre. Otra debutante, Ana Lambarri Tallaeche, llego con un filme original y diferente, 'Todo lo que no sé'. La historia de una ingeniera informática (Susana Abaitua) que, tras un fracaso profesional, se mete en una espiral de errores e incomunicación familiar y personal. Un personaje desconcertante e incómodo. Que hasta cae mal en algunos momentos. Aunque no solo por lo que hace, sino por la redundancia innecesaria de lo que le pasa. Después, la película nos permite reconciliarnos, a través de la ternura y el amor, pero por el camino hay tanto eco que la historia se repite como una mala digestión.

El trío a concurso lo cerró la dominicana 'Sugar Island', una película de Johanne Gómez Terrero, que nos trajo una denuncia del pasado colonial, el maltrato laboral a los haitianos en los campos de caña de azúcar y la discriminación de la mujer en su país. Un filme revelador, que se pierde en las intenciones y en una caótica puesta en escena que sacrifica la historia entre fotogramas de documental antropológico. Magníficamente fotografiados, eso sí.