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El mapa político español ha experimentado este 17 de junio, día de la constitución de los ayuntamientos, un vuelco tan profundo que cambia por sí mismo la convulsa cartografía en que venían actuando sus protagonistas a la espera de que el ensayo general capitalizado este ... sábado por Alberto Núñez Feijóo acabe cristalizando o no, y cómo, en las generales anticipadas al 23 de julio. Ocurrió más o menos lo esperado -que el PP ensanchó el poder atesorado el 28 de mayo arrebatando un puñado de alcaldías al PSOE, entre ellas cinco capitales de provincia castellanas, con pactos quirúrgicos con Vox- hasta que, a media tarde, Barcelona reventó el tablero inesperadamente con consecuencias notables en lo inmediato e impredecibles a medio plazo.
Después de tres semanas de vaivenes sobre el futuro de la segunda gran ciudad del país, los populares aprovecharon la ventana de oportunidad que les abría el apoyo 'in extremis' de los comunes, quedándose en la oposición, a Jaume Collboni para hacer valer su voto decisivo y aupar a la Alcaldía al candidato socialista y quitar de en medio al independentismo de Junts y ERC agrupado en torno a Xavier Trias. Un golpe de efecto que rompe la campaña de Pedro Sánchez, centrada ahora en denunciar los lazos de Feijóo con Vox y sus cesiones en la Comunidad Valenciana, y que remató por sorpresa una jornada que desbarata la estrategia de pactos sobre la que el presidente ha cimentado esta agonizante legislatura.
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Si el desenlace en Barcelona, que enrabieta al secesionismo al apartarle del poder, está llamado a escorar hacia la radicalidad a una ERC que ya comenzó a desvestirse de pragmatismo tras su fiasco en las municipales, el orillamiento de EH Bildu en dos alcaldías tan simbólicas como Pamplona y Vitoria ya había escenificado por la mañana la distancia que quiere imprimir ahora el PSOE con respecto a la coalición de Arnaldo Otegi. Una izquierda abertzale identificada, junto a los pactos con el independentismo catalán, como un lastre para las opciones electorales de la Moncloa como se evidenció en el sonoro revés del 28-M, que este sábado se hizo corpóreo con el intenso azul gaviota que tiñó el mapa municipal.
Con un Collboni cariacontecido, un Trias exhibiendo una frustración del tamaño de la Sagrada Familia y un Gabriel Rufián culpando a un supuesto tejemaneje de Feijóo con Yolanda Díaz -fuentes cercanas a la vicepresidenta niegan cualquier intervención en el cambio de posición de los comunes-, los secesionistas tiraron de agravio e interpretaron de inmediato el giro de guion como el resultado de un nuevo pacto de Estado del bipartidismo clásico para constreñir las ambiciones soberanistas de Cataluña. El cruce de mensajes entre el PP y el PSOE -los interlocutores de las conversaciones de último minuto fueron el número tres de Génova, Elías Bendodo, y el secretario de Organización de los socialistas, Santos Cerdán- apunta más bien, sin embargo, a una resolución movida por un criterio de oportunidad, en un caso, y de necesidad, en el otro.
Los de Feijóo creen haber apuntalado su perfil de partido que vela por el bien común y «la integridad» del país a cinco semanas del 23-J cobrándose tres piezas: la de arrebatar un foco de poder al separatismo nucleado aún en torno al expresident Carles Puigdemont; la de desgastar el «populismo» de Podemos que identifican con la ya excaldesa Ada Colau; y la de acallar la campaña de Sánchez y los suyos contra ellos por pactar con Vox por la vía de haber permitido, con sus escaños determinantes, que los socialistas conquisten dos capitales como Barcelona y Vitoria pudiendo maquillar así la debacle del 28-M; y otorgándoselas, por añadidura y sin contrapartidas, frente a dos socios de Sánchez como ERC, que había dado su espaldarazo a Trias, y EH Bildu, primera fuerza en la capital alavesa.
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María Eugenia Alonso
Melchor Sáiz-Pardo
Entre la espada de quedarse sin la joya de la corona de Barcelona y la pared de recibir el intencionado regalo del PP, los socialistas se afanaron en subrayar que son «la única alternativa» al independentismo, que ello deriva de la política de «normalización» de Sánchez y que el respaldo «a regañadientes» de Feijóo le evita «un nuevo ridículo en sus pactos postelectorales», en alusión a Vox. Pero lo cierto es que el campanazo en Barcelona opacó los discursos del día con los que el PSOE trató de contener la ola del PP denunciando su entendimiento con la extrema derecha y sus cesiones sobre la violencia machista. Unos acuerdos que, tras la polémica coalición en la Comunidad Valenciana que ya le ha dado a Feijóo su primer quebradero de cabeza, los populares procuraron circunscribir este sábado casi a lo imprescindible.
Lanzado hacia el 23-J, Génova ha amarrado la conquista de una treintena de las 52 capitales de provincia -con mayoría absoluta en Madrid, la recuperación de Valencia y el histórico pleno en las ocho andaluzas- aliándose con Vox para imponerse al PSOE en las catellanoleonesas de Valladolid y Burgos y en las manchegas, el territorio del socialista Emiliano García-Page, de Toledo, Guadalajara y Ciudad Real. En esta última, como en la madrileña Móstoles, los populares habían ganado pero han preferido sumar a la extrema derecha.
Fue Santiago Abascal el que puso cifra a la cosecha de su partido, que toca poder en 140 alcaldías, una veintena de ellas con mayoría absoluta. Un precio que, en medio de su nueva hegemonía y con 8.100 ayuntamientos en liza, le resulta asumible al PP. Además de Barcelona, el otro gesto con intención del día de Feijóo fue el de escoger Celadas, un pueblo de Teruel de apenas 360 habitantes, para festejar sus alcaldías. Una presencia destinada a ganarse el voto de la España vaciada, mientras Teruel Existe, clave en la investidura de Sánchez, sopesa abstenerse para que los populares gobiernen Aragón sin Vox.
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