Ayoub Ghadfa: «Me hacían 'bullying' y empecé haciendo kickboxing para defenderme»
Boxeador ·
El marbellí de 25 años, que acaba de conseguir el billete para los Juegos Olímpicos, fue descubierto por el seleccionador nacional cuando se entrenaba en un gimnasio de Madrid durante su etapa universitaria
Su vida está llena de benditas casualidades, que, no sin esfuerzo, le han guiado hacia donde está hoy: nada más y nada menos que los Juegos Olímpicos. A sus 25 años, el marbellí Ayoub Ghadfa hará historia este verano al convertirse en el primer boxeador olímpico malagueño ... , algo que logró tras conseguir el billete a París en el Preolímpico de Bangkok (Tailandia) este domingo, imponiéndose en sus tres combates. Sin duda, todo un hito en su precoz y exitosa carrera, que comenzó a gestarse hace relativamente poco tiempo.
Publicidad
A Ayoub, nacido en Marbella y de padres marroquíes (su padre es camarero y su madre ama de casa), siempre se le inculcaron los valores del deporte, aunque empezó a entrenarse más seriamente siendo ya un adolescente y, desgraciadamente, por razones más dolorosas. Sus 'compañeros' de instituto se burlaban de él por su físico y sus raíces. Pasó entonces algunos de los peores momentos de su vida, pero lejos de encerrarse en sí mismo y gracias al apoyo de sus padres, encontró una vía de escape que le cambiaría la vida. Así lo relata Ghadfa: «Me hacían 'bullying', se reían de mí, y un día mi padre se hartó y me dijo que tenía que aprender a defenderme. Había un gimnasio cerca de casa, así que me apunté a kickboxing. Si no hubiera empezado a hacer kickboxing, igual tampoco estaría boxeando, así que también le debo mucho a mi entrenador de Marbella, Miguel, del Gimnasio Sho-Dan».
Y continúa la historia, que acabó teniendo un final feliz: «Hay chavales que sufren más que otros… Yo, a veces, sí que lo he pasado mal, pero al final echas la vista atrás y ves que los niños se meten unos con otros… Había también racismo de por medio, porque mis padres son marroquíes, pero bueno…». Y añade: «Empecé por aprender a defenderme, pero en cuanto pegué el estirón dejaron de meterse conmigo. Empecé a competir y ya me lancé con el deporte». Así que sí, opta por enterrar el pasado y disfrutar de sus éxitos presentes, eso sí, lanzando un mensaje a los jóvenes que puedan estar pasando por algo similar: «Les diría que no se callen, que se lo digan a sus padres, a los profes, y esperemos que todo eso vaya siempre a menos y, además, que el deporte te abre muchas puertas y te ayuda a crecer y a mejorar en todos los aspectos».
Casualidades
En cuanto acabó el instituto, se marchó a Madrid para estudiar la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, quiso hacerla en Granada, pero recuerda que no llegó a la nota de corte. A lo que añade: «Dios lo hace todo por una razón, y si yo no hubiera ido a Madrid, igual no hubiera empezado a boxear». Y es que, de nuevo, como caída del cielo, llegó una de las mejores casualidades de su vida. Ya en la capital, quiso retomar el kickboxing, por lo que se apuntó a un gimnasio. Fue allí donde, un día cualquiera, apareció el seleccionador nacional, Rafael Lozano, que puso la mira en él. «Sí, así fue. El entrenador de allí me dijo: 'haz boxeo, a ti se te va a dar bien'. Así que decidí probar, porque también me llamaba la atención. No llegué ni al año y ya me captaron», destaca.
Publicidad
Su llamativo físico, con 1,98 de estatura, su musculatura y pasión por el deporte hicieron de él un diamante en bruto, por lo que no tardó en comenzar a destacar. En el Centro de Alto Rendimiento se motivó aún más: «Veía a los del boxeo entrenarse y pensé que algún día quería estar ahí, en unos Juegos. Al año siguiente, en tercero de carrera, me becaron en la Blume». Aunque no fue todo tan fácil, también tuvo que lidiar con su padre, al que no le agradaba la idea de que su hijo pudiera alejarse de los estudios para boxear.
Y realmente no fue así, pudo compaginar ambas cosas hasta terminar la carrera, en 2021. «Al principio no me dejaba competir. Me decía que me había ido a Madrid a estudiar, no a hacer el tonto y a pelear», recuerda. Lo que es comprensible, dado el esfuerzo económico de una humilde familia por costear los estudios de su hijo en la capital. «Me costó 'tela' convencerle, pero al final me dejó». Y apunta, entre risas: «Le prometí a mis padres que me iba a sacar la carrera, pero que también quería boxear, y cuando me pongo cabezón, saco las cosas adelante».
Publicidad
La fe y su ambición le impulsaron. Debutó como internacional en un Europeo sub-22, después en los Juegos del Mediterráneo de 2018 y, en este ciclo olímpico, ha brillado: plata europea en 2022, bronce mundial en 2023, campeón de Europa este 2024 y ahora, olímpico. «Mis padres están muy orgullosos y eso a mi me llena de orgullo. Ya cuando he bajado del 'ring' me he puesto a llorar», reconoce. Y explica: «Esto para mi ha sido más importante que el título europeo, porque el Europeo lo teníamos como parte de la preparación para este torneo, porque hombre, clasificar para unos Juegos olímpicos es una oportunidad única».
Su entereza y madurez priman en él. Sí, ya ha cumplido un sueño, pero aún quiere más. «Hay que celebrarlo, pero con cabeza, porque los Juegos están ahí ya a la vuelta de la esquina y quiero llegar de la mejor forma posible», reconoce. Y añade: «Me gustaría luchar por la medalla, aunque de momento hay que asimilar esto y prepararse».
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.