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david lerma
Viernes, 2 de septiembre 2022, 00:27
Con salida en la localidad granadina de Salobreña, la duodécima etapa de la Vuelta atravesó ayer Málaga de punta a punta en su parte más llana, evitando el accidentado perfil de la provincia. La ronda ciclista recorrió alguna de las principales plazas malagueñas: Nerja, Torre ... del Mar, Rincón de la Victoria, Málaga, Coín y, ya de bajada, Marbella hasta alcanzar Estepona. Pasada Peñas Blancas, la subida a Los Reales, cuya carretera apenas se había mejorado hace apenas dos días, mostraba los estragos de los dos incendios sufridos este último año en Sierra Bermeja.
Así y todo, pese al todavía persistente olor a carbonilla, la subida fue una fiesta para los centenares de aficionados ciclistas que se adelantaron al pelotón. Iván Vicario y sus dos amigos, ambos llamados David, había venido en bici desde La Línea de la Concepción. «Hemos tardado un par de horas en subir los veinte kilómetros del puerto. Ha sido bastante duro», reconocía. «Me ha llegado a marcar un 16 o 17 por ciento de pendiente en algunos tramos». Sobre el paisaje, recalcaba: «Algunas imágenes son dantescas, pero quizá sirvan para que la gente vea lo que ha pasado aquí».
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Casi la misma respuesta que dio a SUR el presidente de la Junta, Juanma Moreno Bonilla, que llegó en un vehículo de la organización junto al alcalde de Estepona, José María García Urbano, siguiendo la imparable estela del ganador del Giro, Richard Carapaz. El primer edil, de hecho, llegó sobresaliendo del techo solar con una sonrisa.
«He tenido la suerte de coger la bici en muchas ocasiones, aunque es verdad que me he pasado ya a la de montaña por los niños, pero sí, me gusta mucho el ciclismo, sobre todo seguirlo por televisión y la radio», apuntó Moreno Bonilla. ¿De Indurain o de Perico? «Son dos estilos distintos, pero creo que la figura de Indurain es legendaria. Son cinco Tours y la capacidad y el pundonor que tenía son, sin duda, toda una referencia». Sobre Sierra Bermeja, el presidente de la Junta reconocía que es importante que la etapa de la Vuelta que se celebraba ayer servirá para «mostrar una de las zonas quemadas desgraciadamente el año pasado y que queremos recuperar, tanto de imagen como de proyección. Sierra Bermeja necesitaba de este tipo de estímulo. Es casi como una forma de homenaje. Y que se vea el impacto que ha tenido y la gente tome conciencia, pero también lo que se ha recuperado y está todavía bien. Se puede seguir viniendo y hacer turismo. Hay mucho que ver».
García Urbano, por su parte, se declaraba gran aficionado al ciclismo. «Mucho, mucho», decía mientras se dirigía a la zona de tribuna y podio, alejada unos quinientos metros de la línea de meta. «Esta subida al puerto que se ha hecho hoy la hicimos el domingo pasado durante una marcha cicloturista. Yo era uno de los trescientos que subieron. Me costó mi tiempo, pero llegué hasta aquí».
Porque si por algo destacó la jornada de ayer fue el esfuerzo de los aficionados, todos ellos padres, madres, hijos e hijas, incluso abuelos. En mejor o peor forma, pero entregados a una subida que a Tomás, de Coín, le ha llevado cuatro horas. «Pero aquí estoy», dice mientras le revuelve el pelo a su hijo. Podría decirse que, a diferencia de las carreras de otra época, la nuestra parece exenta de domingueros.
La prensa extranjera abundaba como nunca lo hace por estos pagos. Entre la línea de meta y el podio había un cónclave de fotógrafos y camarógrafos pendientes de una pantalla que habría sido moderna hace veinte años, pero afortunadamente un avispado locutor colombiano ilustró con épica la subida mientras radiaba en directo para su país. Uno podía cerrar los ojos y olvidarse de los ajados leds, grandes como puños, del artefacto.
Poco a poco los corredores fueron llegando. Asumido ya quién fue el ganador de la etapa, poco a poco la tensa y larga espera en Los Reales se convirtió en un sálvese quien pueda por volver a bajar a Estepona. Pedro Delgado, ganador del Tour, no se lo pensó mucho. Cogió una bicicleta y afrontó el descenso de Peñas Blancas como un aficionado cualquiera. «¿Ese no es Perico?» Sí, claro que lo era. El excampeón ya se había perdido de su vista en la primera curva. Era Perico.
Quedó ya solo, después de una larga jornada de trabajo, Juan, el dueño de la venta Los Reales y Mirador. «No he parado en toda la mañana», aseguraba contento. Hace un año, mientras pensaba que su negocio acabaría pasto de las llamas, no hubiese pensado que esta vez no pararía de trabajar. «No es habitual tanta gente, pero esperamos haber dado un gran servicio y que la gente se haya quedado contenta». Luego su mirada se ensombrecía. «El drama son los animales, el drama son los árboles», dice con extraña sabiduría.
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