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Zoilo, en plena carretera, siempre lienzo en mano. Marilú Báez
Zoilo Blanca: «¿ARCO? Lo veo realizable, pero mi objetivo es llegar al Prado»
'Rebelión en la Fábrica'. 10 de abril

Zoilo Blanca: «¿ARCO? Lo veo realizable, pero mi objetivo es llegar al Prado»

Sus referencias abrazan a Picasso y Almodóvar, a Velázquez y Rubens. Trae un atípico bodegón a 'Rebelión en la Fábrica', el próximo 10 de abril

Martes, 1 de abril 2025, 00:27

Zoilo Blanca (Málaga, 1997) se acerca de manera irónica a los clásicos combinando respeto y humor, una destreza que lo convierte en uno de los nombres más prometedores del panorama artístico español. Explora el cuerpo humano distorsionando y exagerando sus formas, inspirándose en el arte barroco y la escultura griega. El resultado es tan dulce como siniestro. Será uno de los ocho artistas que participen el próximo 10 de abril en 'Rebelion en la Fábrica', la primera exposición efímera de artistas malagueños que organiza el Aula de Cultura de SUR en la Fábrica de Cervezas Victoria, con el patrocinio de Cervezas Victoria y Fundación Unicaja (entrada libre previa inscripción en forossur@diariosur.es). Atiende a SUR recién llegado de Madrid.

–¿Con qué sensaciones vuelves de Madrid?, ¿sueñas con exponer por ejemplo en ARCO algún día?

–Es un sueño que veo muy realizable, la verdad. De hecho, mi objetivo es llegar a algún sitio más grande. (Risas). Me ha gustado mucho, pero hay vida más allá de esto.

–La pasión por el arte te viene de familia. Desde pequeño te has criado en un entorno artístico.

–Recuerdo pasar mucho tiempo en el estudio de mi padre, Antonio Blanca Sánchez. Me quedaba oliendo a trementina, viendo cómo pintaba. Cuando venían mis amigos a casa se quedaban flipados por las cosas que veían, por el estudio pero también por la manera de ser de mi padre, tan extraño y caprichoso pero a la vez tan trabajador.

–¿Siempre lo tuviste claro?

–No lo tenía nada claro. Estaba empachado ya de pintura y no estudié Bellas Artes, sino Filosofía.

–¿Alguna vez has dudado de tu talento?

–Yo lo necesito. Funciono a través de ataques de pánico. Muchas veces digo: «Esto que he hecho no sirve, no sé pintar, no sé hacer nada». Me voy a mi casa súper estresado, empiezo a resolverlo de forma mental, a hacer dibujos, y vuelvo con las pilas puestas. Este cuadro que llevaremos a 'Rebelión en la Fábrica', que ahora es de mis favoritos, estuve a punto de abandonarlo porque no me convencía. Esa inseguridad me hace mejorar.

–Y en el otro extremo, ¿cómo mantienes a raya el ego?

–Creo que soy selectivo con a quién escucho. Me encanta que me digan cosas bonitas de mis cuadros, pero solo escucho a mi madre, a Pedro (Hoz) y a dos o tres más.

–Pero es tentador, ¿no? Elevar los pies sobre el suelo...

–Sí, pero soy muy crítico con lo que hago y tiendo a compararme con los mejores. Yo me comparo con Velázquez, con Rembrandt... y, claro, siempre estoy por debajo. El resto casi que no me interesa. Yo quiero acabar en el Prado.

–¿Y te guías por lo que te dicen o prefieres escuchar pero luego ir a tu bola?

–Creo que el arte tiene un nivel emocional que hace que cualquier reacción pueda ser interesante. Como un japonés que viene aquí a ver la Semana Santa; ve al Cautivo y no tiene ni idea de lo que es pero se le encoge el corazón. Yo creo que las buenas obras de arte tienen ese efecto. Luego hay un nivel más profundo, claro, pero confío mucho en esa primera impresión, aunque lo que haga o no haga no depende de lo que me digan.

«Aprendo de los clásicos pero a la vez me río un poco de ellos; para romper las reglas hay que conocerlas»

–¿De dónde viene ese interés por la cultura grecorromana?

–Mi padre era un apasionado de lo antiguo, lo clásico, y yo he crecido un poco bebiendo de toda esa mitología. Me llama verdaderamente la atención porque creo que la grandeza que hoy le reconocemos a Occidente en materia de grandes catedrales, pinturas o sistemas fluviales son cosas que se hicieron antes. No soy nostálgico, estoy muy contento de vivir en esta época y no la cambiaría, pero le reconozco el mérito a gente que lo tuvo muy difícil y que, sin tecnología, hizo verdaderas maravillas.

–En tu obra hay siempre una especie de intento por rebajar la solemnidad, pero a la vez tienes una formación muy clásica.

–Sí, me gustaría haber sido Velázquez (Risas), pero Velázquez ya fue. Aprendo mucho de los clásicos, pero les rindo homenaje y a la vez me río un poco de ellos. Por eso tiendo a triturar un poco las formas, a exagerarlas.

–Es lo que me interesa: cómo ironizas sobre lo clásico sin transgredir el respeto que le tienes.

–Mozart rompió las reglas de la música clásica, pero pudo hacerlo porque las conoció a fondo. Me interesa estudiar cómo se pintaron los grandes cuadros para luego deformarlos y triturarlos. Es lo que me apasiona: cambiar las reglas de orden, cambiar el sujeto por el predicado, mover aquí y poner allí, lo que está arriba cambiarlo y ponerlo abajo.

–Esa deformación de la anatomía, ¿está inspirada en Picasso?

–No, no. Siempre me han gustado las formas tremendas, es el arte que me impacta y que me genera una sensación extraña. Suelo jugar con lo dulce y lo siniestro y creo que estoy encontrando maneras de hacerlo todavía de manera más extrema. Pienso que el arte debe tener una carga de oscuridad.

–Siempre juegas entre dos campos: la ironía y el homenaje, la luz y la oscuridad.

–Sí, porque creo que la vida es una mezcla: un día estás llorando y al día siguiente te mueres de la risa, o casi a la vez. Te ocurre una pequeña tragedia, todo parece desmoronarse, luego se resuelve, vuelve a funcionar y otra vez se estropea. Por eso me gustan los personajes de Almodóvar, esas mujeres que lo mismo lloran que sufren ataques de ansiedad, casi sin darse cuenta. Esa superficialidad mezclada con lo tremendo y la tragedia a mí me apasiona.

–Tu obra también es un poco almodovariana, de hecho.

–Sí, Fellini, Almodóvar... Me interesan las escenas grotescas pero graciosas. Creo que fue Blaise Pascal, filósofo francés, quien dijo que el hombre no es ni ángel ni bestia. Y tenemos la desgracia de que quien quiere ser ángel se convierte en bestia. Esa dualidad, sumada a la sofisticación intelectual, me llama mucho la atención.

–¿Qué nos puedes decir del cuadro que expondrás en esta exposición del Aula de Cultura?

–Es un bodegón humano donde mezclo los miembros del cuerpo con la comida, ese juego medio dulce, medio siniestro del que venimos hablando. Me gusta mucho jugar con la fruta servida como si fuera en un bodegón clásico, mezclada con las partes humanas, deformadas y creando una atmósfera un poco tétrica.

–¿Qué dirías que tiene de rebelde tu obra?

–Que pese a conocer ciertas reglas de la gran pintura decido no ponerlas en juego. Conociéndolas, decido voluntariamente no usarlas y reírme un poco de ellas.

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