De entrada, no tenía que estar allí. No era pintor, ni siquiera tenía inquietudes artísticas. Tampoco pertenecía a la Peña Montmartre que cada sábado celebraba acalorados debates culturales en la última planta de El Pimpi. Pero, cosas de la vida, Paco Ramos acabaría siendo uno ... de los siete privilegiados que un día de noviembre de 1957 abrazaron a Picasso y le llevaron a Cannes un cachito de Málaga. Él era Paquito, el hijo del conductor de la furgoneta en el ya mítico viaje de los pintores malagueños que daría lugar al Grupo Picasso.
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Tenía 15 años. Hoy, con 80, es el último superviviente de aquella «aventura». Ahora que se cumplen 50 años de la muerte del genio (8 de abril) es de justicia recordar a quienes desde Málaga le reivindicaron también en vida.
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«Ese encuentro me marcó. Fui dándome cuenta de su importancia con el paso de los años». Además del recuerdo, de ese momento le quedan las fotografías que hizo José Guevara –impulsor de aquella expedición junto a Vicente Serra–, muchos recortes de prensa y una joya: un catálogo firmado por Picasso.
En esas fechas, Paquito estudiaba, aunque sin mucho interés, y su padre regentaba la empresa Montacargas Ramos, sita en la calle Salitre 17 y con un número de teléfono de solo cinco dígitos (18823). Todos esos datos estaban en el capó de la furgoneta DKW con la que 'los siete' se cruzaron el país. Vicente Serra, contertulio de la Peña Montmartre, fue quien le pidió ayuda a Francisco Ramos padre para el transporte, y él aceptó. «Vicente me dijo que me fuera con ellos porque ese viaje no se me iba a olvidar nunca. Y tenía razón», cuenta Paco Ramos hijo, hoy un empresario de la construcción jubilado.
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Así sumó su nombre al de los pintores José Guevara, Gabriel Alberca, Alfonso de Ramón y Virgilio Galán. Formaban parte con muchos otros (Juan Cuenca, Paco Hidalgo, Manuel Bono, Jorge Lindell) de la Peña Montmartre, prácticamente la única manifestación cultural que agitaba la ciudad en aquellos oscuros años 50. Todos admiraban a Picasso, ya un artista mundialmente reconocido, pero sus libros no llegaban a España, y mucho menos a Málaga. Así que decidieron ir a buscarlos a la fuente original: el propio pintor. Y, de paso, organizar una exposición en París. Una hermosa locura que contó con el apoyo del «bohemio» Vicente Serra.
El 6 de noviembre de 1957 se pusieron en marcha. Paquito, que aparentaba ser mayor de 15 años, y su padre se turnaban al volante por esas carreteras rumbo a Cannes. En la baca del coche se apilaban los cuadros de Guevara, Alberca, De Ramón y Virgilio, y un cartel que les identificaba como la Peña Montmartre. El letrero saldría volando al atravesar los Pirineos y el viento –recuerda Ramos– también estuvo a punto de llevarse las pinturas por delante. Como el dinero era escaso, llevaban avituallamiento de sobra para cocinarse hasta una paella a un lado del camino si hacía falta.
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Tras un largo trayecto –pararon en Murcia, Valencia, Barcelona, Beziers y Marsella– alcanzaron la Ville Californie, el paraíso de Picasso en Cannes. Y en este punto los recuerdos del joven Paquito se amontonan. En su memoria de adolescente pasaron muchas cosas en poco tiempo. Cree que todo sucedió en una mañana, pero revisando la prensa cae en la cuenta de que en realidad fueron dos los días que pasaron con el pintor.
«Fue muy amable con nosotros, muy cariñoso. Estaba emocionado», rememora. Era la primera vez que unos jóvenes artistas malagueños iban a verle a su casa y, además, le llevaban un trocito de su tierra: una garrafa de vino moscatel, otra de vino de Málaga, pasas, aceite, higo y hasta arena de la playa. Allí hablaron largo y tendido de Málaga, de las palomas de la plaza de la Merced y de los cantes del Piyayo. «Quería mucho a Málaga», asegura Paco Ramos.
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Cuenta que Jacqueline, la mujer de Picasso, tenía «debilidad con él». «Cuando me vio llegar con la furgoneta le hizo mucha gracia», asegura. Paco Ramos se traslada mentalmente a esa gran casa en un lugar privilegiado de la Costa Azul con cuadros y esculturas de Picasso por todas partes, mientras rebusca en su carpeta la imagen de un momento que tiene grabado en la cabeza. El segundo día, Picasso quiso ver lo que pintaban los artistas malagueños del momento y les pidió que le enseñaran sus obras. Las colocó en su jardín y, entre ellas, intercaló cuadros propios. «¡Para que sea una exposición de malagueños!», dijo Picasso.
Paquito asistía a todo como espectador, pero con la conciencia de que aquello «era una cosa histórica». Mientras David Douglas hacía la foto oficial en la puerta de Ville Californie, el genio declaró: «Este es el Grupo Picasso». Nacía así un colectivo de pintores inquietos que durante años difundió la obra del artista universal a través de exposiciones y conferencias en una Málaga anclada en el pasado artístico. Hasta 1964, cuando el gobernador obligó a disolverlo.
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Pero volvamos atrás en el tiempo. Al marcharse de La Californie, Picasso le firmó a Paco Ramos, como a todos los demás, un catálogo acompañado de un dibujo a vuelapluma. Algunos compañeros de ruta lo vendieron a buen precio poco después y más de una vez intentaron canjearle el suyo por un retrato. «Pero de eso nada». Aquella aventura continuó después en París, con visitas turísticas y alguna que otra escapada que no se puede contar a Montmartre. A los pocos días, él y su padre volvieron solos a casa dejando a los pintores en la capital del arte, donde llegaron a exponer en la Biblioteca de España. Esta vez no hubo paradas: París-Málaga del tirón. «¡Conduciendo yo!», exclama entre risas. En ese preciso momento decidió dejar los estudios y empezar a trabajar. Paquito regresó siendo Paco.
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