Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 27 de julio

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 27 de julio 2024, 00:14

  1. María Teresa Cuesta Chaparro

    Sologámica

La primera vez que me encontré un titular de esta categoría, 'La mujer que se casó consigo misma por amor verdadero', me quedé a cuadros. Con el tiempo y leyendo el cuerpo de similares noticias, me picó el gusanillo de experimentar tan insólitas nupcias a ... medida que me iba informando de los extravagantes motivos que inducen a las novias a contraer auto matrimonio. Por ende, después de un breve noviazgo en el que he perdido la cabeza por

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mí, he conseguido cortejarme, pedirme la mano y darme el sí quiero.

¿Qué les parece mi sologamia?

¡Los jóvenes solamente quieren arrejuntarse! ¡Ya no quieren casarse!

  1. Alberto Jesús Vargas Yáñez

    Tragedias

Un coche que atropella a un lugareño y se da a la fuga. Una familia que bebe agua de un pozo envenenado. Un niño que desaparece y lo encuentran ahogado en la acequia… De un tiempo a esta parte la comarca ha cogido fama de estar marcada por la tragedia. Y es que la gente no es capaz de ver más allá. Antes en estos pueblos y aldeas nunca pasaba nada y sus habitantes se morían de viejos, pero eso no significaba que a todos nos fuera bien. Mi familia las pasó canutas. Por eso no tuve más remedio que ingeniármelas para salvar el ruinoso negocio de servicios funerarios que nos dejó mi padre.

  1. Ángel Bernabé Muñoz

    Neurona espejo

Estábamos sentados en el sofá mi madre, mi hermano, mi hermana y yo. Mi madre encendió la televisión para ver una película. Pronto se quedó dormida. Mi hermano, que sostenía en sus manos un libro que pretendía leer, continuamente levantaba su cabeza movido por el mayor interés que la película le suscitaba. Mi hermana, que bordaba una tela con la que llevaba ocupada varias semanas, ladeaba la vista para leer frases dispersas en el libro de mi hermano. Y yo, yo, de repente, lo entendí todo. Vi en la realización intermitente del bordado las propias intermitencias de mi vida, de mi tiempo no muy bien aprovechado, entretenida en observar lo que otros hacen, sin centrarme en mis pasiones, en mí misma, sin tejer mi existencia, sin crear el personaje que aspiraba a ser, sin ser la guionista de mi propia película. Entendí que, como mi madre, yo también estaba dormida.

  1. Núria Reichardt Berini

    Tan larga vida

Demoro el momento de marchar hacia allí. Al entrar en el ascensor, me paso los cuatro pisos concentrada en lo que pueda llegar a ver al abrirse las puertas automáticas.

La saludo, pero ella sigue durmiendo. Aprovecho su ausencia para sacarle las migas de la magdalena que le han caído por la falda. Le retiro el babero de papel que le han puesto para la merienda y le abotono la camisa para impedir que se le vean los pechos flácidos que insiste en cubrir con un sujetador. Es cuando le seco la saliva que le cae por la comisura de los labios, que abre los ojos. Tarda en enfocar su vista en mí. Mas, cuando al fin me ve, sonríe dejando a la vista restos de comida enganchada en sus encías. La abrazo para reconfortarla y así dejar de ver su mirada. No muy fuerte, me asusta que pueda quebrarse.

  1. Juan Carlos Somoza García

    El primer llanto

Mucho me temo que vienen a rescatarme. Se acabó el estrecho lazo de la comunicación no verbal que tranquiliza; la intimidad que propicia la penumbra de este rincón de los sigilos; la salud y bienestar que produce el sustento con la selección de líquidos que discurren inundando la piel; el mundo de sonidos rítmicos que permiten flotar y hasta bailar al compás de una sinfonía de callados susurros; y la extraordinaria capacidad que aquí se desarrolla para aprender a una velocidad inesperada.

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Ahora, que vienen a rescatarme, presiento que abandonaré la luz de mis cerrados ojos y experimentaré el primer llanto.

  1. Ana Isabel Chacón Moreno

    Louise

Es igual que un cucurucho de limón y chocolate con ojos verdes saltones. Me recuerda a mis sabores de helado favoritos y a mi infancia. Se dice que los colores de los gatos son como talismanes para el hombre, que te aportan buena suerte, o que alejan los malos augurios.

Mi gata, de momento, me hace reír nada más levantarme, cuando su lengua rugosa toca la piel de mi cara. Son besos extraños que me hacen levitar de la cama, aunque no haya dormido mucho.

La conocí cuando la habían abandonado. Sobrevivió gracias a que es una gran cazadora y por los cuidados de una señora que daba de comer a una colonia de los alrededores. Yo la llamaba Huesitos, pero en realidad; había suplantado el nombre de su compañero de colonia para estar conmigo. Las dos somos como Thelma y Louise sin tirarnos por el acantilado.

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  1. Pepa Maldonado Poyatos

    El hombre del saco

Recuerdo cuando era pequeño, tendría seis años. Lo vi a lo lejos, mi madre me había hablado de él muchas veces cuando me portaba mal. Dejó el saco en el suelo para entrar en un comercio de esa misma calle. No sé de dónde saqué el valor para acercarme, abrirlo y mirar dentro. Había patatas. Desde ese día fui consciente de que todas esas historias eran leyendas urbanas, las personas como yo no llevamos saco.

  1. Mar Horno García

    Terapia para el desamor

Esta mañana me he despertado rara. De forma inexplicable, me siento flor. Al mirarme al espejo, observo que alrededor de mi pecho han crecido una docena de pétalos rosados y mi cuerpo es un tallo flexible que cimbrea gracioso al moverme. Mis brazos, hojas verdes y pecioladas. Mis pies, raíces hundidas en tierra fresca. Me gusta mi nuevo estado, de forma deliciosa, siento la clorofila corriendo por mis venas. Llamo a mi terapeuta para contárselo y ha puesto el grito en el cielo. Le da igual que me sienta piedra que se hunde en el agua oscura de un pozo, o tijeras que destruyan un libro de poemas, dice enfurecida. Cualquier cosa, menos quedarme en el tiesto donde Carlos me plantó hace dos semanas.

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  1. Inmaculada González Navas

    Aquellas noches de verano

Después de cenar recogíamos la cocina y como, por arte de magia, todos acabábamos sentados en los escalones de la puerta de casa, al fresco, viendo pasar a los vecinos y saludándolos por su nombre. Todos nos conocíamos y sabíamos los unos de la vida de los otros, no por cotilleo sino por hermandad, por cosas de los 'pueblos'. Al crecer y mudarme a la ciudad comprobé el tesoro que había tenido esos años, las noches en las que mi abuela, en su silla de enea nos contaba historias del pasado, de las tierras cultivadas y expropiadas por aviación, de las costumbres de tantas vidas pasadas… Se difumina la nostalgia y aparece el esbozo de la noche entre los árboles del parque, dos figuras entrelazadas por una fina pincelada ocre que resalta en el azul índigo del anochecer. Ahora toca esto, vivir el momento y tampoco está mal, nada mal.

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