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Los microrrelatos del sábado 4 de abril

Los microrrelatos del sábado 4 de abril

Envía tus microrrelatos a microrrelatos.su@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras.

Sábado, 4 de abril 2020, 00:37

Mario Guerrero González

El luto de los cuervos

Entre azucarillos se mueven unos tacones. Bailan para evitar caerse en las zanjas, y se libran. Todo rueda por el suelo, incluso los amores de antaño. Ella sigue el rumbo de una voz que la llama. Es la música, o quizás el olor a naftalina, pero ella ya no cree en nada. Gira y gira entre cadáveres. Gira y gira, hasta caer.

Celia Rubio Gómez

Sin

Una mañana sin luz, un abuelo sin nieto, salió para comprar su periódico sin palabras. Atravesó un parque sin niños y, justo después sin inmediatez, cuando se disponía a cruzar una calle sin camino, tuvo que subirse a una acera sin calle para no ser atropellado por un coche sin ruedas. Tocándose el corazón sin pulso, y cogiendo un poco de aire sin oxígeno, decidió sin determinación parar un momento a la altura sin metros de una cabina sin teléfono, con tan poca suerte sin azar que un ciclista sin bici lo adelantó a toda velocidad sin prisa, por lo que, un charco sin agua, le mojó su reloj de bolsillo sin hora y el abuelo sin nieto gritó sin chillar:

–¡Decente sin vergüenza!

Y, tras esto, siguió caminando sin andar.

Verónica Bolaños

Mecedora

Su última voluntad era que la enterraran con su mecedora. Todo estaba previsto. Cuando Idalia muriera, debían desmontar cada una de las tablas y meterlas dentro del ataúd. La mujer falleció. Macario quitó la primera tabla y la dejó en el suelo. Luego desmontó las siguientes. A la mujer la velaban dentro de la casa. La gente bebía café, apoyada a las paredes de cal. El día siguiente sacaron el ataúd. La mecedora convertida en piezas la amarraron encima del féretro. Cuando llegaron al cementerio, levantaron la tapa del cajón. Dejaron a la anciana en el suelo y fueron acomodando cada una de las tablas dentro del féretro. La muerta y la mecedora no cabían… Volvieron a armar el balancín. El cajón lo metieron dentro de una bóveda. De día y de noche la muchedumbre veía cómo la mecedora se balanceaba, mientras el cuerpo se descomponía.

Francisco Miguel Velasco

Sociedad triangular

Isósceles, equilátero y escaleno consolaban como podían a rectángulo, que había perdido su nombre, no se podían creer que todo se deba a que una hipotenusa no quiera que la relacionen con dos catetos. Siempre ha habido clases.

Patricia Martos Simal

Los juegos del amor

Sin darme cuenta me vi inmersa en el juego del amor: tú me miras, yo te miro, todavía no me atrevo a saludar. Cada día elijo meticulosamente la ropa porque sé que te voy a ver, y mientras me cepillo el pelo siento esas curiosas mariposas, de las que tanto oí hablar y que me hacen sentir más viva que sola. Quizás hoy me pinte los labios de rojo, nunca una sonrisa en la distancia tuvo tanto poder... ¡Ya son las ocho menos cinco! Romeo, siempre tan puntual, me está esperando en su balcón. Y yo en el mío como Julieta, rodeada de mis geranios. Nuestras miradas de antes de los aplausos, y las sonrisas de después, se han convertido en la fuerza de mis días, han conseguido ablandar este viejo y duro corazón. Nunca imaginé que confinada encontraría el amor.

Agustín Fernández

La ITV

Aquel hombre perdió las piernas y le instalaron unas mecánicas. Cada dos años tenía que pasar la ITV. Pero la última vez le tocó un empleado muy tiquismiquis que lo echó para atrás alegando que no se le había encendido la luz de frenado.

Fátima Javier

El abandono y el mar

Aquella noche lloró tanto que a su alrededor se formó un mar de lágrimas. Así que se sumergió en él con la reconfortante idea de abandonarse, porque en el abandono subyace una pereza que se parece a la felicidad. Pero cuando comenzaba a ahogarse probó a flotar, por si acaso. Entonces, meciéndose en su propio llanto, sintió que la pena huía y la paz llegaba como un mirlo buscando la quietud de su nido. Se le ocurrió, en esa serenidad gozosa, que se había salvado del naufragio de la tristeza. Y, por fin, sonrió.

José Cortés Cortejarena

El amigo

He venido a consolarte. Sé que lo estás pasando mal. Anoche encontré un ramo de flores silvestres tirado en el suelo, al lado de un contenedor. Pensé en nuestra amistad y en lo esclavizada que está con las metáforas. Tenía que hacerte esta visita; necesitaba verte para consolarme. Necesitaba verte.

Guillermo Vázquez

Soledad

«Querido hijo: Se me ha estropeado el móvil, por eso te escrito esta carta. Estos últimos días se me están haciendo un poco largos. Me ha dado un poco de tos y fiebre y por precaución me han dejado aislada en mi habitación de la residencia. Te echo mucho de menos, cuando tengas un huequito ven a verme con mis nietos, que deben de estar muy grandes ya. Aprovecho para meterme algo de dinerillo de mi pensión para ayudarte un poco. No es mucho, pero tú lo aprovecharás más. Abrígate y come bien, hijo, que en las últimas fotos que me enviaste estabas mu delgado. Un beso muy fuerte y recuerda que te quiero mucho».

En el asilo de mi abuela me entregaron un sobre con esta carta y con 380 euros dentro. Murió sola el pasado 29 de marzo de 20… 19.

Daniela Alcaide (11 años)

Atrapado en un calcetín

Lucas era un niño perfecto, pero tenía un pequeño defecto: no sabía ponerse ni quitarse los calcetines. Ayer, cuando se iba a duchar, su madre tuvo que bajar a comprar, su hermana estaba en un cumpleaños y su padre estaba trabajando, así que tuvo que quedarse solo en casa duchándose. Llegó el momento de quitarse los calcetines. Como no podía quitárselos, cogió unas tijeras. Como eran muy viejos y estaban rotos, los recortó y así se quitó uno, pero cuando iba a por el otro, empezó a encoger y a encoger y quedó atrapado en un calcetín.

Cecilia Rodríguez Bové

La confesión de Gioconda

Hay siempre una sensación de urgencia en todas las pinturas que han conseguido burlar el tiempo y siguen ahí, tan solo para enriquecer la existencia de quienes visitan el museo. Su misión es atrapar al visitante, seducirlo y dejarlo absorto, sumido en ese gozo estético que produce la contemplación de la belleza. El problema surge cuando, superado el deslumbramiento, algunos visitantes, no satisfechos con lo que ha dado de sí una pintura, se transforman en su crítico y en un santiamén la desmontan, la diseccionan y la destripan para sentirse eruditos, explicando las motivaciones del pintor o asegurando que la modelo era la mujer de, o la amante de, que posó embarazada, que estaba enferma, o afirmando incluso que era hombre, no mujer. Yo escucho sus comentarios y ante la imposibilidad de gritar «¡No tenéis ni idea!», los persigo con la mirada mientras esbozo mi misteriosa sonrisa.

Zuriñe Zabala Torres

El día de la marmota

Cuando despertó esa mañana abrió la ventana para cerciorarse de que todo había sido una mala pesadilla. El vecino de enfrente le saludó sonriendo desde el balcón como el día anterior deseándole feliz día. No pudo evitar derramar las lágrimas mientras escuchaba en la radio las mismas noticias de ayer.

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