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Sr. García .
Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: segunda entrega

Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: segunda entrega

Envía tus microrrelatos a microrrelatos@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 24 de julio 2021

SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar a microrrelatos@diariosur.es.

Microrrelatos sur i premio pablo aranda

Marga Dorao Moris

La metamorfosis

El príncipe azul esperaba impaciente en la sala de metamorfosis. Pronto se convertiría en un apuesto batracio, sería besado por una hermosísima princesa y vivirían felices para siempre. Lo primero que hizo tras su transformación fue salir brincando en busca de una doncella real. La encontró enseguida: Aurora peinaba sus preciosos cabellos de oro al borde del río. Era la mujer más bella que había visto jamás. Enseguida se imaginó oliendo su exquisito perfume, besando sus rojizos labios, posando la cabeza en su regazo... Tendrían seis hijos: tres varones y tres mujeres.

Se acercó a ella y la saludó. Ella se sobresaltó:

—¿Eres una rana que habla?

—No, querida ¡soy un príncipe! Si me besas, volveré a ser humano y seremos felices para siempre...

—Huy, pues creo que no, lo siento... Tengo novia: la Jessy. Además, mola mazo tener una rana que habla, ¡verás tú cuando lo cuente!

Sara González Fernández

Antinatura

Otra vez se me ha hecho tarde. Tiene razón cuando dice que soy una inútil. Tranquila. Unas papas con huevos se preparan rápido. Mientras se calienta el aceite pongo la mesa y así gano tiempo. No debo confundirme con el tenedor. Quiere su tenedor y no otro. Ya sabes lo que pasó la última vez que te equivocaste. Esa cicatriz en el brazo te lo recuerda. ¿Vendrá de buen humor? Quién sabe. Mientras no me grite, me conformo. Mientras no me amenace es suficiente. Suena el timbre. Mi pulso se acelera. Respira, sonríe y muestra tu mejor cara. Piensa en el amor que había el día en el que su mirada se cruzó con la tuya. Eso siempre es un acierto. El fallo está en que ese amor se ha transformado en miedo. Y lo inexplicable es que mi peor verdugo es mi propia hija.

Vicente Pérez Masedo

Una mañana de domingo

Un niño está escondido. Con sus amigos juega al escondite en el parque. No teme que lo encuentren y perder. Lo que teme y sabe es que no lo encontrarán jamás.

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Nuria Mancilla Cantos

Cuéntame un cuento, mamá

–¿Mamá, cuando morimos todo se acaba? –preguntó el pequeño Noel.

La vida y la muerte es un misterio, querido hijo, pero en cierta parte no. ¿Acaso los recuerdos no forman parte de la vida? Y siguen ahí cuando la gente muere.

El pequeño Noel preguntaba sin cesar. A pesar de sus solo cuatro años, se cuestionaba la existencia del mundo cada día. Para él, respirar, soñar y sentir era algo tan extraordinario que la muerte era todo un enigma.

–¿Las hormigas también tienen recuerdos de otras hormigas cuando mueren? –volvió a preguntar–.

–No lo sé, hijo, supongo que no.

–¿Y los escritores, mamá, qué pasa cuando los escritores mueren?

–Los escritores no mueren, hijo, ¿no has visto cómo viven en sus cuentos?, ¿No los sientes cuando te narro sus historias? Ellos siempre están ahí junto a sus letras.

–Mamá.

–¿Qué, hijo?

–Cuéntame un cuento, cuéntamelo otra vez.

Raquel Pazos Garrido

Paso estrecho

Me viste por el lado frágil de las cosas donde las esquinas están muy golpeadas; tal vez no lo recuerdes. Te vi —fui sólo por hacerte compañía— donde brota el dolor como brota el agua de una alcantarilla que achiqué con paños húmedos gastados, para que disminuya todo impacto y concienzudamente permita deslizarnos suavemente, cogidos de la mano, sin rasgarnos la piel fina, como el limo sin memoria, periplos en tránsito.

Pasamos bajo un puente tendidos al sol sin añoranza hasta un terreno baldío que fue algún día campo de cultivo, arrozales, frutales, hortalizas... Extracción de agua para el riego, fuimos parte del trasiego que no recordarás. Recordarás un paso estrecho, nada más. Un puente sobre el río.

Víctor M. Pérez Benítez

Una imagen al inicio

Desde el punto de vista evolutivo, todo es un accidente, todo hecho histórico es imprevisible, como los recuerdos. Ahora te evoco y a la luz del recuerdo de tus palabras, Pablo, apareces nítidamente en los ojos de mi mente. Nos contabas que siempre surgía el comienzo de la historia con una imagen. En tu último libro, fue un hombre saliendo de debajo de una mesa camilla. Siempre es así, nos decías, siempre hay una imagen al inicio. Todos permanecíamos expectantes ante tu entusiasmo, porque la literatura es la vida, afirmabas. Como un viejo maestro, que al calor de la hoguera nos convocara, nos contabas tus historias, como la ayuda de tu padre para situar correctamente la localización del cuartel de Intxaurrondo o los días inolvidables vividos en nuestro barrio de El Palo. Sonrío ahora de satisfacción por vivir tus historias y por haberte conocido.

Silvana Mercedes Centurión Borda

Suicida

La procesión va por dentro... encendió una vela y se la tragó.

Juan Carlos Corniero Lera

Esperando a Vladimir y a Estragón

Cuando llegó Godot, Vladimir y Estragón ya no estaban. Y Godot se preguntó si era ese lugar donde Didi y Godo le aguardaban. Estaba claro que el camino era, al igual que el árbol, el mismo. Es más, le parecía haber escuchado quejarse a Estragón de sus zapatos y a Vladimir de presumir de piernas agarrotadas, por lo que no podían estar muy lejos. Le preguntó si los había visto a un tal Pozzo, pero no le dijo nada, al igual que su criado, que atado por una cuerda, tampoco le dijo nada.

«Pero es imposible que se hayan ido», exclamó Godot, «me necesitaban».

«Yo me iría», dijo el propietario del terreno. «Yo también me iría», exclamó el criado. Y Godot, mirando el árbol, se sentó en la hierba y exclamó: No puedo irme. Seguro que vuelven. Me quedaré aquí sentado a esperarles, porque me duelen los zapatos y tengo las piernas agarrotadas.

José Luis Pérez Fuillerat

Estólida compasión

El oído es el último sentido que se pierde. Y ellos creen que no sé lo que hablan. Mis ojos siempre cerrados. Sin movimiento alguno de mi cuerpo. Sé que piso la meseta final de la muerte. Y en ella descanso. Paladeo el cielo. Este silencio interior me reconforta, porque doler no me duele nada. Quizás el alma. Quiero seguir viviendo. Hoy he escuchado a alguien que pedía, con palabras temerosas, que debería morir. «Dulcemente, después de un año en ese estado» –decían. Únicamente entreabro los ojos cuando mi nieta toma mi mano y me habla al oído. La única que sabe que estoy bien así y que quiero seguir así, como luna pálida hacia su plenilunio. Los he cerrado rotundamente cuando he oído que mi familia le ha pedido al médico que me apliquen la eutanasia: «Que no sufra más, el pobre». ¡Qué decepción!

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