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Domingo, 18 de julio 2021
SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria ... del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar microrrelatos@diariosur.es.
Soraya Maigualida Torrealba Gil
Pablo, decidiste ser un viajero intelectual que te manejabas entre letras libros y columnas, teniendo en cuenta que vivías bondades a través de tus ojos.
No te conocí ni de cerca ni en la distancia, pero sé que fuiste un pirata de la mar y un soldado de relatos.
Creo que viniste de un colegio que no es de este mundo sino de un sitio raro donde te han protegido hasta tu último viaje, el que emprendiste rápidamente, pero seguro con algún sentido.
Ahora ves desde arriba todo lo que imaginabas a través de tus gafas azules, que encontraste en tu camino en la tierra y que están en tu barca en la otra ciudad, que solo tú conoces.
Seguirás con tu pluma escribiendo historias que nos llenarán de alegría y quizás de tristeza, pero algo sí es seguro, que disfrutaremos como niños de tu intelecto amigo compañero de letras.
Rafael Alarcón Sierra
Tenías seis años. Estabas solo en casa. Querías coger un libro ilustrado de una estantería alta. La silla no bastaba. Desde ella, te subiste al carro-cuna de tu hermano. Todo fue bien mientras conservaste el equilibrio. Al ponerte de pie y apoyarte en el mueble, las ruedas comenzaron a moverse. El triángulo de tu cuerpo, el estante y el suelo se fue abriendo poco a poco. Fuiste consciente de lo que habías hecho y de lo que iba a pasar. El momento se volvió lento, elástico, irreal. Lo veías y te preparaste. Antes de caer pasó una eternidad.
José Antonio Cantarero Bandrés
Se empeñó en nadar río arriba, como un salmón. Y, según iba dando brazadas, el agua lo fue engullendo hasta hacerlo desaparecer bajo la cortina de espuma con que se coronaba la corriente. Cuando se dio la alarma, ya fue imposible encontrarlo. Su búsqueda resultó infructuosa y nadie pudo explicar lo sucedido.
Su familia, empero, no abandonó la esperanza y escudriñó palmo a palmo el curso de las aguas hasta su misma desembocadura, en la idea de que hubiera sido arrastrado por ellas. Nada. Tampoco consiguieron dar con él.
Años después, cuando su muerte se había dado por cierta pese al misterio que la rodeaba, su hijo se internó también en el mismo río. Quiso entender lo que se contaba de su padre y trató de emularlo para hallar una explicación. Cuando nadaba aguas arriba, sin embargo, lo que se encontró fue consigo mismo. Y a su padre en él.
Cristina López Acosta
Vivo enfadado, me miro y ni sonrío.
Sonrío a veces frente a la cámara, cuando me dicen, ¡sonríe!
Hay días que estoy alegre, pero me dura poco.
Soy una persona pesimista.
Trabajo día a día, y hay muchas cosas que me gusta hacer y no hago.
Un día hago lo que me gusta, pero se me olvida pronto.
No sé si soy yo, pero creo que no soy feliz.
Tampoco me lo pregunto así que nunca lo sabré.
Aunque hay días, muy pocos, que me viene la luz de la notificación a la cabeza, y digo, ¿qué hago?
Suspiro mucho.
Un día me morí… fin de la historia.
¿Qué historia?
Jorge Meneses
El semáforo se puso en rojo y el automóvil se detuvo.
En el asiento trasero, el niño jugaba cuando el hombre se plantó a la mitad de la avenida, exactamente debajo del semáforo.
El sujeto cerró los ojos, se llevó la botella llena de gasolina a la boca, colocó una antorcha frente a él, escupió y una llamarada se alzó furiosa.
—Mami, mami —gritó el niño, enloquecido—. Mira al dragón, mami.
Pero mami discutía por teléfono.
En vano el hombre avanzó entre los automóviles con la mano extendida esperando alguna moneda de oro.
El semáforo pasó a verde y el automóvil arrancó. Al tiempo, enojado, el dragón tiró la botella a un lado de la avenida, derramando así el líquido en el pavimento, luego rompió su playera, desplegó las alas, emprendió el vuelo, apuntó hacia la mancha de gasolina que ya era enorme y disparó.
Teresa Torres Baños
Allí sentada en el salón rememoraba su vida. En el asiento de atrás se sentaba el silencio y en el de delante la luz se abría paso.
Prefería que ese día no estuviesen en el mismo sitio.
Epifanio de Serdio Romero
Desde entonces me escondo del sol, convertido en una simple babosa.
Juan Lorenzo Collado Gómez
María siempre me ha gustado con locura y esa tarde, tras el trabajo y tomar una cerveza, la acompañé a su casa.
–No tengo nada que hacer esta noche –dije al llegar a la puerta.
De repente, preguntó.
–¿Quieres subir y cenar?
Estuve a punto de ahogarme porque no podía respirar de la emoción y la seguí hasta el ascensor. Ni qué decir que aquella corta distancia en el angosto espacio me llevó a pensar en apretarme a ella y besarla allí mismo, pero supe contenerme.
La seguí hasta el final del pasillo donde la habitación tenía la luz encendida.
La anciana, que estaba viendo la televisión, se levantó y me estrechó la mano.
–Mamá, te presento a Federico, es amigo y compañero de trabajo. Va a cenar contigo y te va a hacer compañía hasta que yo vuelva de mi cita con Antonio.
Salvador Cortés Cortés
El libro lo compré en la sección de novedades literarias de una tienda de hobbies. Un poemario; su autora, mi hermana. Mi hermana: en su juventud, una excelente teleoperadora; ahora, en su madurez, felizmente casada y sin hijos, ocupada en la elaboración de deliciosas tartas, galletas y bizcochos, con los que surte a todas las tiendas y confiterías del vecindario.
No sabía yo que fuese aficionada al género lírico; ni mucho menos esperaba que tuviera tan exitoso debut en la literatura. Qué raro, mi hermana; si a ella lo único que le ha apasionado siempre ha sido vender.
Fernando Tresviernes
Te deslizaste muy suavemente por mi piel de cebra hasta que encontraste en mí tus huellas.
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