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–La Málaga de la guerra es muy diferente a la actual. Ahora se muere, metafóricamente, en el intento de comprar un piso.
–Yo ... prefiero vivir en esta Málaga, eso es indudable. Lo que pasa es que hay fallos muy negativos. Que parte de la ciudad no pertenezca a los ciudadanos y no la pueda disfrutar es una lástima. El término no es invadida, pero sí saturada.
–¿Ya no la disfruta?
–Recuerdo que nos veíamos algunos amigos los sábados en el centro para ir de librerías y ya no lo hacemos porque es desagradable. No se puede andar tranquilamente porque la ciudad está para otros. Y eso ha conllevado la subida del precio de la vivienda. Ahora hay que irse al extrarradio para tener una casa medianamente asequible. Eso es incómodo.
–¿Lo que se veía en Barcelona ya nos ha alcanzado, como se ha visto con las torres de Martiricos?
–Eso es como si de pronto vivieras en un hotel. Al final se vive con dramatismo porque, estar rodeado de gente que está de parranda y tú estás trabajando, es inviable. Imagino que tendrán que darle una solución radical, porque si no van a matar la gallina de los huevos de oro. Yo creo que, incluso para algunos visitantes, llegar a una ciudad que ha perdido su identidad y que se parece a tantas otras porque es un lugar de puro recreo, no es lo que buscan. Vivimos en un mundo globalizado, pero sigue habiendo deseos de encontrar ciudades con espíritu propio. Este verano he estado en Burdeos, una ciudad que se ofrece a quien llega, pero que no está pensada para el turista. Aquí ocurre lo contrario. Ponías el ejemplo de Barcelona, pero claro allí hay un centro enorme, pero Málaga no tiene esa capacidad, sino que son ocho calles completamente invadidas. Y además con negocios pensados para el que llega. Salvo otras excepciones, los únicos negocios que se han quedado para los malagueños son las librerías.
-Usted siempre ha sido una alérgico a las redes sociales pero se ha abierto un Instagram, El hijo del camionero, homenaje a su padre. ¿Ese cambio?
-Por divertimento. Tenía la idea de poner algo de vez en cuando, pero me da pereza por el tiempo. Entro de tarde en tarde, pero cuando lo hago de pronto veo que se me ha ido media hora que tenía pensada para leer, viendo vídeos que al final me dan exactamente igual. Un perro que hace cosas muy graciosas, un tío que mete al gato en el microondas… Lo dosifico tanto que parece que soy invisible.
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