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Las artes escénicas lanzaron ayer un grito de auxilio por una «cultura segura» en el Teatro Cervantes. En una gala de los Max diseñada bajo el lema 'El arte de escuchar', los profesionales se hicieron oír bien fuerte en un evento inevitablemente marcado por la ... pandemia. Sin abrazos ni besos, pero con mucha emoción en los discursos, el sector lanzó mensajes directos y claros al ministro del ramo, José Manuel Rodríguez Uribes, presente por primera vez en la sala. Reivindicaron el teatro como «bien de primera necesidad» y exigieron la apertura de los escenarios mientras los vagones de los trenes vayan «llenitos».
No hubo premio para el único espectáculo malagueño nominado, 'A Chorus Line' del Teatro del Soho CaixaBank de Antonio Banderas (la zarzuela 'Doña Francisquita' de Lluis Pasqual se lo llevó); pero curiosamente un malagueño fue quien levantó dos de los premios más codiciados de la noche. El actor «boquerón y coíno» Fran Cantos recogió en nombre de la «familia de Kamikaze» los Max de 'Jauría', la crónica teatral del juicio a La Manada. Un doble reconocimiento al mejor espectáculo y mejor adaptación para Jordi Casanovas (ausente en Málaga) que pone en alza el buen momento del teatro documental y que Cantos dedicó a la joven que sufrió los «terribles hechos» de Pamplona.
'Play', de Aracaladanza, se impuso en número, con tres Max: diseño de vestuario, iluminación y composición musical. El otro montaje favorito de la noche, 'Shock (El Cóndor y El Puma)', tuvo que conformarse con el merecido premio a la dirección para Andrés Lima, y a la escenografía para Beatriz San Juan. Un galardón que iba para «los desaparecidos de todas las dictaduras y sus padres».
Dos grandes de la escena mordieron anoche la manzana. Para Verónica Forqué era la primera vez y lo hizo por su intensa interpretación en 'Las cosas que sé que son de verdad'. Levantó el Max a mejor actriz con un espontáneo discurso, muy suyo. «Nunca me emociono así, son las drogas», bromeó. 'La nieta del señor Linh' concedió a Lluis Homar su segundo Max, la historia de un refugiado que «nunca se rinde». Como el teatro: «Que a nadie le quepa duda que el teatro como la sanidad y la educación es un bien de primera necesidad».
Pero la mayor ovación de la noche fue para Nacho Duato, Max de Honor a toda una trayectoria «que no ha terminado ni va a acabar nunca». El bailarín no ocultó las lágrimas al recordar a su profesora Irena Milovan, fallecida hace dos meses. Ella le enseñó que la belleza del ser humano «no es algo superficial está aquí dentro». Unas palabras que dedicó «a esa gente que está todo el día con selfies».
Pero en el primer reencuentro desde el estado de alarma, nadie podía obviar que las artes escénicas están enfermas de coronavirus. «No nos engañemos, la cosa pinta mal. La pandemia ha dejado las artes escénicas como un queso gruyere, lleno de agujeros, como un teatro lleno de butacas vacías», lamentaron en un aplaudido discurso conjunto Antonio Onetti, presidente de la SGAE, y Juan José Solana, presidente de la Fundación SGAE, organizadora de los Max. Denunciaron que la cultura «se está desintegrando» con los patios de butacas a medio aforo mientras los que estaban allí habían llegado «en un vagón repleto, llenito de viajeros». «Necesitamos que se nos escuche, que se nos tenga en cuenta y podamos trabajar. A ver si lo pillan los que lo tienen que pillar», apostillaron.
Ellos, al menos, lo intentaron. «Menos mal que estos premios son en Málaga, si hubieran sido en Valladolid solo hubieran dejado a 25 personas en el teatro. Las artes escénicas son seguras», defendió Elisa Sanz, mejor diseño de vestuario por 'Play'. En esa misma línea se pronunció su compañero, Pedro Yagüe, mejor diseño de iluminación: «Tenemos que pelear para que la cultura sea considerada un bien esencial, no permitamos que se abandone». Como le dijo al ministro Tian Gombau, mejor espectáculo para público infantil por 'Zapatos nuevos', «la gente del teatro sabemos mucho de máscaras». «Espero no tener que diseñar espectáculos para aviones, trenes o autobuses», apostilló Manuel Liñán, Max del Público por 'Viva!'.
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La respuesta institucional llegó a través de Amaya de Miguel, directora del INAEM, que recogió el premio para 'Doña Francisquita', la zarzuela de Lluis Pasqual en la que actúa el barítono malagueño Antonio Torres. «Vamos a seguir trabajando juntos y estoy segura de que las artes escénicas seguirán siendo importantísimas para la vida y nuestro país», declaró.
Hay esperanza. «Nos reinventamos, somos unos luchadores», afirmó Olga Pericet, mejor intérprete femenina de danza. Le dio la réplica Marcos Flores, mejor bailarín por 'Origen'. «Olga yo sin ti no hubiera hecho nada», le dijo.
Pero la noche dio para más. Las Niñas de Cádiz, espectáculo revelación por 'El viento salvaje', rompieron una lanza por el acento andaluz. «Viva la cultura, los acentos y Federico García Lorca», dijo Ana López. Marta Arán, mejor autoría revelación por 'El dias mentis', pidió una «cultura inclusiva» para decir «a 'todes' que no estamos 'soles'». Incluso hubo un «Viva la República» de Forqué.
El payaso Chochotte, el personaje de La Maquiné que ejercía de antipresentador, aportaba comicidad al evento. Aunque a veces a demasiado volumen. Con unas tijeras gigantes, avisaba a una nerviosa Nati Villar, directora de la Escuela Municipal de Teatro de Úbeda, que su minuto para los agradecimientos por el Max de Carácter social se agotaba.
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Números conmovedores se intercalaban entre los premiados. Como el sentido canto del 'Bella Ciao' y el precioso 'In memoriam' con la canción 'Al otro lado del río' de Jorge Drexler a cargo de Sietemasuno. Sin palabras deja María José Llergo, la revelación del flamenco, cada vez que levanta la voz. Y en los Max no fue menos, con una espectacular 'Nana del Mediterráneo' que sumergió al Cervantes en un fondo marino.
Sin premiados malagueños, el acento local lo pusieron el baile de Fernando Hurtado y los entregadores de Max, todos «boquerones», con rostros conocidos como María Barranco (que tuvo un emotivo recuerdo para Rosa María Sardá), Belén Cuesta, Pablo Puyol y Fran Perea. Hubo guiños a la tierra en el baile al 'Sol de Málaga' del gaditano Eduardo Guerrero y en la biznaga a Nacho Duato. Se leyó un verso de Manuel Altolaguirre, un texto de María Zambrano y se bailó verdiales en el número final de Fuel Fandango. Una gala que acabó, cómo no, con un grito. «¡Señor ministro! ¡Cultura segura!».
Tenía que ser allí, sobre las tablas del Teatro del Soho, su «sueño». En ese escenario, Antonio Banderas recibió la Medalla de Honor de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) en un acto privado celebrado el domingo. Un compromiso laboral le impedía estar ayer en la gala de los Max, durante la que se emitió el vídeo del acto de entrega. «Yo soy un actor por el teatro. Le estoy súper agradecido al mundo del cine, pero es el teatro el que me hizo actor», declaró el malagueño. Agradeció el reconocimiento de la SGAE, una institución «creada para velar realmente por los derechos de los trabajadores de este mundo del espectáculo». «Y en estos momentos necesitamos su ayuda, porque estamos viviendo en un mundo muy confuso donde todas las cosas están cambiando, donde esos derechos muchas veces se vuelven demasiado difusos».
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