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Han pasado siete horas desde la presentación a la prensa de su exposición en el Museo Picasso Málaga y Miquel Barceló (Felanich, Mallorca, 1957) no tiene prisa por levantarse de su cita con el personal del museo para comentar cualquier detalle del proyecto. Relajado ... y cordial, el artista contemporáneo español de mayor resonancia internacional repasa en esta entrevista con SUR su manera de entender la vida y el arte.
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–En la exposición que acaba de presentar en el Museo Picasso Málaga ha incluido obras realizadas durante el pasado confinamiento. ¿Cómo ha vivido esa experiencia?
–Para pintar es estupendo. Mi problema suele ser el contrario: demasiados viajes, demasiada gente, demasiadas citas... Cuando tenía 30 años hacía una exposición en cualquier museo y era una hora o dos de cita con el director y nada más. Ahora son comités y comités y comités...
–¿Se ha vuelto todo más complejo?
–Sí, no sé. Más gente. Y en realidad mi vida es más de estar en el taller. No soy muy de comités.
–¿Prefiere la soledad del estudio?
–No, porque no he sufrido la soledad. He sufrido la angustia de la gente. Económica, vital... Como lo he sentido en África muchísimas veces con gente alrededor que no tiene ninguna perspectiva de futuro. Aquí hemos estado muy malcriados, pero en muchas partes de África lo que estamos viviendo ahora económicamente es su pan de cada día desde siempre. Cuando hablo con mis amigos de Malí, el Covid es una pequeña cosa más sin mucha importancia, porque ellos se mueren de paludismo, de fiebre amarilla, de cólera... De cosas mucho más virulentas. Tienen problemas mucho más graves que el Covid. No hablan del Covid. Allí se siguen muriendo muchísimo de sida, que sigue cabalgando como un caballo loco. Además, ahora toda la droga pasa por el África negra y hay más yonquis que nunca. Hacía muchos años que no iba a África, volví hace poco y se ha degradado muchísimo. Ves el Covid de otra forma. Es cierto que el Covid es terrible, para la salud, para la economía... Hay dos millones de muertos, pero dos millones de muertos no son nada comparado con cualquier hambruna en Etiopía en medio de una gran indiferencia general. Se ven las cosas en perspectiva más amplia.
–¿Le ha servido su experiencia africana para tomar esa perspectiva más amplia?
–Mi experiencia africana me sirvió curarme de muchas tonterías.
–Siguiendo con su vida en África, el documental 'El cuaderno de barro' de Isaki Lacuesta relata su performance 'Paso Doble' en Malí y en ella reitera que la arcilla «tiene memoria». Justo ahora presenta en Málaga una exposición donde ese material tiene gran protagonismo. ¿Le resulta más útil para abordar una cuestión crucial en su obra como es el paso del tiempo?
–Sin duda. Es algo que me sucede casi sin darme cuenta, pero al fin y al cabo somos memoria y poca cosa más. Mis obras son una suma de accidentes, de imprevistos, de exploraciones o de pequeñas búsquedas, pero sobre todo de memoria.
–¿Cómo es su proceso creativo? ¿Parte de una imagen previa o la va encontrando a medida que avanza?
–Muchas veces parto de esa imagen, pero a menudo acaba siendo algo que no tiene nada que ver. Intento una cosa y aparece otra y tienes que aceptarlo, por eso la pintura es siempre una gran lección de humildad. Querías pintar un caballo y te sale un pescado y te tienes que conformar... (Ríe). La vida es un camino de aprendizaje y de aceptación. Aceptar es algo muy importante en la pintura. Puedes ser capaz o no de verlo. Picasso siempre decía que se quedaba con aquello que pensaba que no le había quedado bien. Cuando veía algo suyo que le gustaba, lo descartaba. Siempre me he quedado con esta frase.
–Los paralelismos entre Picasso y usted surgen en varios frentes.
–Bueno, a Picasso lo he mirado mucho. Me identifico con muchísimas cosas de él, aunque intento que no se note demasiado... (Ríe). Nunca me ha gustado el pastiche. El pastiche de Picasso es muy... Esos no son tan hábiles, queda muy torpe. Claro que yo he hecho muchos pastiches de mí mismo y de otras cosas...
–También parecen compartir el vaivén creativo entre la razón y la pasión. ¿Qué cree que pesa más en su obra?
–En mi caso quizá tengo más pasión que razón, pero con el tiempo vas aprendiendo estrategias para no dejarte llevar demasiado, aunque hay que ser capaz de equivocarte. La equivocación es fundamental. Si no eres capaz de fracasar, tampoco eres capaz de hacer algo bueno. El fracaso es un buen motor para ir hasta el fondo con algo y llegar a ese naufragio absoluto.
–Habla de fracaso, pero usted representa lo más parecido a una estrella del rock que ofrece el arte contemporáneo español.
–(Sonríe) Siempre me sorprende mucho cuando me tiene tanta gente en consideración. Me siento con las mismas dudas que al principio. Con el tiempo la duda queda. Algo se aprende, pero la duda y la inquietud es la misma. Mi figura social yo no la percibo. No me interesa. Me importa poco, la verdad. No ocupo mi tiempo en eso. Hace años que aprendí a separarme de esas cosas. En las cosas que no me interesan intento no perder el tiempo. Soy muy avaro con mi tiempo e intento usarlo con las cosas que me gustan.
–Y llevado por esa avaricia con su tiempo, ¿tiene una rutina establecida a la hora de organizar su trabajo?
–¡Nooo! Me paso casi todo el día en el taller. Puedo estar casi todo el tiempo sin hacer nada y después en cinco minutos intento hacerlo todo... (Ríe). Estar sin hacer nada es fenomenal. Intento ir al mar siempre que puedo y leer, leer mucho. Mis días perfectos son los días que tengo cero citas. Me encanta estar dando vueltas por el taller sin ningún fin y después surge como un 'Fuum...'. No siempre es así, claro, pero me gusta ir al taller sin saber qué voy a hacer. Es un gran lujo. Me gusta decidirlo en el momento.
–Algunas de sus obras más recientes se exponen ahora en Málaga, entre ellas, dos marinas nocturnas que cierran el montaje. En la presentación las han emparentado con Friedrich y Turner. ¿Las contempla como obras optimistas o pesimistas?
–No las veo ni como optimistas ni como pesimistas. Son cuadros del Covid. No lo he vivido como un momento particularmente pesimista. Un poco inquieto y preocupado, tal vez, porque, claro, uno se hace partícipe de lo que sucede, pero pesimista no. No es mi naturaleza. No sé. Yo lo veo muy colorista y muy vital. ¿A ti qué te ha parecido?
–Iba a titular la crónica justo con ese adjetivo, 'colorista', pero no me convencía del todo...
–¡Vaya! (Ríe) Bueno, no sé. Nunca pienso en términos como optimista o pesimista.
–¿Y en cuanto a esa alusión a Friedrich y Turner?
–No son mis referentes. Nunca pienso en ellos. Es el lenguaje de la pintura. Se parece mucho a lo que veo por las noches en mi casa, aunque están pintados en París, no en Mallorca. Para mí era como crear una pequeña tempestad. Creo que reflejaba más un estado de ánimo que otra cosa. Y después, me gustaba la idea de hacer una pintura romántica en estos tiempos. Es como ir un poco a contrapelo. Eso siempre me gusta. Creo que toda mi vida ha consistido en ir a contrapelo de todo.
–Pero la suya es una historia de éxito, al menos vista desde fuera.
–¡Bueno y también de hostias, eh! Esto va y viene y, además, no es importante. Lo importante es que la gente venga a ver las exposiciones. Estar en el mundo. Nunca he sido un artista oscuro, incomprensible. No tengo esta vocación de ser un artista para muy pocos; al contrario, me gusta hacer obras públicas. Cada vez me gusta más hacer obras penetrables, en las que la gente pueda estar dentro, como en la Catedral de Palma o en la cúpula para las Naciones Unidas, que es como una cueva para quinientas personas... Me gusta esa idea de que el público esté dentro de la obra, rodeado de ella y no un cuadro ahí colgado en la pared.
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