![Miquel Barceló, junto a las piezas de cerámica que presiden la sala principal de su exposición en el Museo Picasso Málaga.](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202101/25/media/cortadas/barcelo01-R6306019DkyR41WarZzWyMO-1968x1216@Diario%20Sur.jpg)
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Es larga y fecunda la teoría que vincula los colores con las emociones y, sin embargo, en ocasiones esa relación viene marcada por cuestiones más bien prosaicas. Pragmáticas. Sucede por ejemplo con el llamado 'periodo azul' de Pablo Ruiz Picasso en la bisagra entre los siglos XIX y XX, marcado por los personajes escuálidos y las escenas tristes, siempre circunscrita a la gama que le da nombre. Pero la elección de ese pigmento tiene poco que ver con la vocación melancólica. O al menos eso explicaba este lunes Miquel Barceló en la presentación de su exposición en el Museo Picasso Málaga. Detalla Barceló que esos colores «tan intensos» proceden de una factoría alemana (Kremer) que a finales del siglo XIX alumbró el 'azul Prusia', que Picasso empleó entonces porque era «el más barato del mercado». Luego el artista mallorquín descubrió que el mismo procedimiento químico que desembocaba en aquel color servía para elaborar el gas con el que los nazis ejecutaron a millones de judíos en los campos de concentración. Y en esa breve parábola quizá quepan las claves esenciales del expansivo universo creativo de Barceló: la vida y la muerte, el paso del tiempo, el poder salvador pero también demoníaco del arte.
Barceló hace detonar en el Museo Picasso Málaga (MPM) una exposición tan potente como ecléctica, tan colorista como enigmática, cuajada de fauces abiertas quizá como evocación de su propia capacidad para devorar el espacio hasta quedar sólo su obra. El conjunto ronda el centenar de piezas entre cerámicas, lienzos, dibujos y acuarelas; viaja de la iconografía marítima al desierto, del ruedo taurino a los paisajes nocturnos y toma como hilo conductor, casi como excusa, la idea de la mutación. O, por ser más concretos, el célebre relato de Franz Kafka titulado 'La metamorfosis'. Y a pesar de esos mimbres conceptuales, el propio Barceló presenta su propuesta en el Museo Picasso Málaga como «una exposición muy amistosa» donde muestra por primera vez algunas creaciones realizadas durante el confinamiento de hace un año.
No en vano, 'Miquel Barceló. Metamorfosis' iba a estrenarse el año pasado, si bien la crisis sanitaria obligó a modificar los planes del museo malagueño, que ahora enfila la amenaza más que probable de tener que clausurar de nuevo sus puertas esta misma semana si la capital supera la tasa de mil afectados por cada cien mil habitantes, lo que se traduciría en el cierre de toda actividad no esencial decretado por la Junta de Andalucía. Y pese a todo, el Museo Picasso Málaga ha mantenido sus planes de presentar la muestra del artista contemporáneo español más relevante en la escena internacional, con la apertura al público este miércoles y con la sugerente antelasa de la instalación escultórica que ocupa el patio central del palacio de Buenavista, inspirada en cerillas consumidas en una nueva alusión al paso del tiempo.
Mimado por la crítica y el público desde los primeros compases de su carrera, Barceló se mantiene como lo más parecido que ofrece el arte contemporáneo español a una estrella planetaria desde sus participaciones en la Bienal de Sao Paulo (1981) y la Documenta de Kassel (1982) hasta su cúpula para la Sala de los Derechos Humanos de la sede de las Naciones Unidas en Ginebra (2008), pasando por sus reconocimientos como Premio Nacional de Artes Plásticas (1986) y Premio Príncipe de Asturias de las Artes (2003). Una combinación de popularidad y prestigio institucional que ha llevado su trabajo a las salas de instituciones como el Museo del Louvre o el Prado, al tiempo que se ha convertido en uno de los autores más reconocibles para el gran público.
Esa última baza la juega con habilidad el Museo Picasso Málaga, que presenta en la sala principal un conjunto de potentes piezas de cerámica, flanqueadas por los lienzos ya característicos en su búsqueda de la tridimensionalidad a través de los pliegues de la propia tela. Evocaciones de la vertiente más identificable de Barceló (Felanich, Baleares, 1957), que este mismo lunes admitía: «Toda mi obra es una pura disgresión».
Un regreso continuo al universo creativo de Barceló que el Museo Picasso Málaga despliega hasta el próximo mes de septiembre a partir de un conjunto de obras realizadas durante los últimos seis años, donde la cerámica cobra un protagonismo crucial hasta emparentar la labor de Barceló con la del propio Picasso. Ambos acometen su obra sobre arcilla con semejante afán de experimentación y búsqueda. «Tengo una relación con Picasso como he tenido con muy pocos artistas», confesaba este lunes el mallorquín antes de admitir que sólo ha sentido la pulsión de conocer los lugares de trabajo de tres autores: Pollock en Nueva York, Tintoretto en Venecia y Picasso en París. Y, como en el caso del malagueño, Barceló explora lenguajes y técnicas hasta desembocar en un lenguaje propio y reconocible: «Casi siempre mi obra es más de lo que se ve, también es el material con el que se hace». Así, el autor admitía que en ocasiones considera la obra sobre arcilla como «una caricatura de la pintura» para hacer «un chiste» sobre él mismo y su propio trabajo.
«La cerámica es algo que uno maltrata mucho… Es un milagro que algunas de ellas estén aquí... Es un proceso de alquimia», ofrecía Barceló antes de detallar que incluso una de las piezas expuestas se está «desmoronando» a medida que pasa el tiempo. «Tal vez en unos años tal vez no quede nada. Ves como el tiempo va pasando. Es un calendario privado», brindaba el artista durante la presentación del montaje realizado con la colaboración de la Fundación La Caixa.
Una muestra planteada casi como una declaración de principios, como una llamada a seguir en la brecha en medio de estos «momentos complicados», como glosaba el director artístico del MPM, José Lebrero. «Conseguimos cosas increíbles, como organizar exposiciones, continuar nuestra oferta a un público que tiene mucha dificultad ahora», acotaba en la misma línea el presidente del Consejo Ejecutivo del MPM, Bernard Ruiz-Picasso, amigo personal de Barceló desde hace años.
Una complicidad que el artista balear mantiene desde su primera juventud con Enrique Juncosa, uno de los mayores y mejores conocedores de su obra y comisario de esta exposición, como lo fue de la muestra protagonizada por Barceló en el CAC Málaga allá por 2008. Y un hilo invisible parece unir aquella propuesta con la vista ahora en el MPM, sobre todo a partir de lienzos como 'Peinture parietale du tolle' y 'Peinture portable', ambos de 2015, que comparten la sala principal con las imponentes piezas de cerámica que marcan la pauta en esta primera estancia.
La temática marina sirve de denominador común en el conjunto inaugural, donde despuntan 'Erecte' y 'Empelt' (ambas de 2018). Una serie de vasijas actúa casi a modo de correa de transmisión hasta las cinco cerámicas monumentales bautizadas como 'Totem'. Reminiscencias de faunos, fauces dentadas a partir de ladrillos de grandes dimensiones y evocaciones a los órdenes clásicos en los capiteles de estas columnas imaginarias conviven en el conjunto expuesto junto a tres lienzos de temática taurina, de un lado, y una escena con peces voladores saltando de la pintura a la escultura, en el otro.
Diversidad de técnicas, asuntos y vocaciones que encuentra quizá su mayor vínculo efectivo en el propio nombre de Barceló. Al fin y al cabo, esa referencia a 'La metamorfosis' de Kafka que sirve de título no llega hasta la sala de menor formato, donde el autor balear brinda su obra más colorista de los últimos años en una serie de acuarelas empleadas en el libro de artista recién editado en España a partir del texto del escritor checo. Juncosa vinculaba este lunes ese cromatismo a los viajes antes de la pandemia emprendidos por Barceló a India y Tailandia hasta llegar a la «irrupción del color» en una obra marcada a menudo por los tonos «apagados o terrosos»
Colores y transparencias que no buscan «una representación realista de lo que pasa en el relato», en palabras de Juncosa, que este lunes evocaba la «ebullición pictórica» vivida en el taller de Barceló durante los últimos meses. De allí proceden las dos pinturas que cierran el montaje. Dos nocturnos, marinas herederas de Friedrich o Turner, cuya oscura templanza invita a cierta serenidad, como en el Picasso de hace más de un siglo, a partir de un azul capaz de cuajar la vida y la muerte, el abismo y el arte.
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