El centenario del cineasta Luis García Berlanga ha devuelto la figura y la obra imprescindible de un autor inclasificable. SUR

Bienvenidos al año más berlanguiano

Nos dejó su cine y un apellido que la RAE ha bendecido para definir lo absurdo. A su vigencia se ha sumado la pandemia y sus contradicciones, que han terminado por reivindicar en el centenario de su nacimiento a Luis García Berlanga, el pesimista con gracia

Domingo, 14 de febrero 2021, 01:00

No es difícil imaginar a Pepe Isbert en la piel de cualquier político de nuestra pandemia de cada día, diciendo eso de que «como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar». Pero tampoco ... es difícil imaginar a los Leguineche negándose a ponerse la mascarilla en una hipotética continuación de la Trilogía Nacional o a la pandilla que sentaba a los pobres a su mesa reinventando su caridad de salón en tiempos de la covid-19. Y nos lo podemos imaginar no solo porque 'Bienvenido Mr. Marshall' (1953), 'Plácido' (1961) y 'La escopeta nacional' (1978) hace ya tiempo que han ingresado en el club de los clásicos que no tienen edad, sino porque las filmó un tipo agudo, tierno, crítico y sarcástico que no solo radiografió la España de su tiempo, sino que también atrapó el carácter de un país, con sus grandezas y sus miserias. Nos retrató con tanto acierto e ironía en la frontera del absurdo que hasta nos dejó el adjetivo de 'berlanguiano', que acaba de estrenar la RAE con mucho tino porque el año del centenario del nacimiento de Luis García Berlanga (Valencia, 1921-Madrid, 2010) no podría haber empezado con más pruebas de que el mejor antídoto para este tiempo incierto es un maratón de sus películas.

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«Solo hay que ver a todos esos políticos vacunándose los primeros para pensar: ¡Por dios, si estamos viviendo en una película de Berlanga!», ilustra María Jesús Ruiz, profesora de guion de la Universidad de Málaga, que asegura que ese cine del valenciano sigue «vigente» en la actualidad porque «nos representa» como colectivo, pero también porque ahonda más allá del costumbrismo autóctono al «reflejar al propio ser humano, lo que lo hace universal». Y esa capacidad de trascender nuestras fronteras se ve claramente en una obra cumbre como 'El verdugo' (1963) con su denuncia de la pena de muerte. «Una película que logró rodar cuando el franquismo estaba matando a condenados e intentaba ocultarlo para potenciar el turismo», recuerda Luis Alegre, cineasta y profesor de la Universidad de Zaragoza, que acaba de publicar '¡Hasta siempre, Mister Berlanga!', un retrato del director en formato de cómic y con ilustraciones de El Marqués, que trata de acercar su figura a lectores y cinéfilos jóvenes.

Arriba, Nino Manfredi, Emma Penella y José Isbert, en el clásico 'El verdugo'. Abajo, García Berlanga en el rodaje de 'Plácido'. A la derecha, Saza y Mónica Randall, en 'La escopeta nacional SUR

Un volumen en el que se cuenta que Franco veía las películas de García Berlanga en El Pardo. Y mientras al dictador le hizo gracia 'Bienvenido Mr. Marshall', una década después salió irritado de su sala de proyección y censura tras ver 'El verdugo'. Alguien le sugirió que el realizador valenciano era un comunista, a lo que el guionista de 'Raza' replicó: «Es mucho peor, es un mal español». Para entonces la incomodidad del régimen con el cine del director ya daba para escribir un tratado de reprobaciones fílmicas. Berlanga salió especialmente escarmentado de 'Los jueves, milagros' (1957), un guión satírico sobre un cura que finge un milagro que en cuanto cayó en manos del inspector eclesiástico del filme comenzó a sufrir cambios hasta el punto de que el director propuso que el censor apareciera en los títulos de crédito como coautor del argumento. El verdadero milagro de aquel filme fue que el valenciano aprendió mucho. Primero, agudizó el ingenio para burlar la falta de libertad y las tijeras oficiales y, segundo, comenzó su inseparable colaboración con el guionista Rafael Azcona, por lo que su cine crítico, irónico y tierno, ganó además un tono amargo y sarcástico que consolidó su inconfundible estilo.

La siguiente película ya sería 'Plácido', un «monumento» de nuestra cinematografía, como la define Juan Antonio Vigar, director del Festival de Málaga Cine en Español, que asegura que para entender la segunda mitad del siglo XX en nuestro país la vía más rápida es empaparse de berlanguismo. «Sus películas nos permite ver nuestra idiosincrasia y nuestras contradicciones, lo que nos enaltece y nos devalúa, lo que nos hace un pueblo admirable y también muy criticable», destaca el experto, que ahonda en ese perfil del cineasta como retratista de «la realidad para dinamitarla, pero no desde el odio cerril, sino desde justo lo contrario, la sensibilidad para comprender la sociedad».

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«Solo hay que ver a esos políticos vacunándose para pensar que vivimos en una película de Berlanga», afirma la profesora de la UMA María Jesús Ruiz

Ese carácter lo completa Luis Alegre al llevarlo del plano cinéfilo al personal: «Luis era un pesimista, pero tenía tanta gracia que no lo parecía tanto». El profesor y periodista conoció personalmente a Berlanga durante el rodaje en Aragón de 'La vaquilla' (1985), probablemente el último gran monumento berlanguiano, usando la categoría acuñada por Vigar. En aquella filmación se plantó Alegre con sus 22 años y una acreditación recién estrenada de una revista para hacer un reportaje. Pero el destino le guardaba un giro de guion inesperado. «Cuando le dije mi nombre y que era de Lechago (Teruel), bromeó con que debíamos ser parientes porque su madre también era turolense y su segundo apellido era Alegre, por lo que me animó a quedarme en el rodaje como figurante y cada vez que me veía me decía 'pariente'», recuerda el autor de '¡Hasta siempre, Mister Berlanga'!, que iba para un día pero estuvo un mes a las órdenes de valenciano, con el que ya soldaría una amistad para toda la vida. «Tardé tanto en volver a casa que mis padres pensaban que yo era el protagonista, pero cuando fueron a verme con toda su ilusión no consiguieron identificarme entre tantos soldados», apostilla.

Entre las dos Españas

Aunque Franco lo tildara de antiespañol, García Berlanga fue en realidad un inclasificable que estuvo marcado «por sus orígenes y su particular contexto familiar», introduce la profesora María José Ruiz. Así, Luis creció en un ambiente de tolerancia entre las dos Españas ya que su padre era republicano liberal y agnóstico, mientras que su madre fue creyente, tradicionalista y de derechas. Y aunque sintió algún impulso falangista que le llevó a la División Azul, aquella experiencia militar supuso un exorcismo personal y político. «Vivió tantos horrores que vino liberado de cualquier ideología y se convirtió en un antisectario que admitía cualquier pensamiento a su alrededor, salvo el fanatismo», retrata Luis Alegre, que tuvo tiempo de hablar largo y tendido con el interesado sobre sus militancias. Y con la que más se identificaba era con su debilidad por el erotismo y el fetichismo que también reflejó en sus películas.

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En este punto, Ruiz recuerda el discurso de ingreso de la directora Josefina Molina en la Real Academia de San Fernando en el que analizaba la 'Misoginia y feminismo en el cine de Berlanga'. Su reflexión concluía con 'Tamaño natural' (1974), en la que el cinaesta «exculpa a las mujeres del miedo» de los propios hombres hacia el género femenino. «En ese discurso se abrió un enfoque interesante sobre el que merece la pena seguir investigando», confirma la profesora María Jesús Ruiz, que expone otro caso, el de 'El verdugo', donde además de la pena de muerte hay una «crítica al rol de la mujer en el franquismo».

La profesora habla además de la «mediterraneidad» del cine de Berlanga, Vigar reivindica los acertados retratos picarescos de la transición española en 'La escopeta nacional' y sus secuelas, y Alegre le da la razón al exponer que 'El verdugo' y 'Plácido' han perjudicado la consideración del resto de su obra. Una filmografía imprescindible que nos regaló el socorrido adjetivo berlanguiano, que tan bien nos define como pueblo. Antes y ahora. Y aunque la RAE ha sido parca en su definición, el académico y cineasta José Luis Borau lo dejó por escrito para que no hubiera dudas: «Lo que en el uso ya habitual en el lenguaje cotidiano (...) viene a ser expresión de situaciones absurdas, comicidad cáustica y enfoques grotescos que a veces proliferan en una sociedad difícil de meter en cuadro».

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Los libros del centenario de Berlanga

'¡Hasta siempre, Mister Berlanga!', de Luis Alegre y con ilustraciones de El Marqués, Random Cómics, 2020, 145 páginas, 19,95 euros.

'El último austrohúngaro. Conversaciones con Berlanga', de Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les, Alianza Editorial, 2020, 296 páginas, 22 euros.

'Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente', de Miguel Ángel Villena. Ganador del XXXIII Premio Comillas 2021, que publicará próximamente Tusquets.

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