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Hay una silla en El Chinitas que lleva varios días vacía. Ayer también lo estaba, porque el hombre que la ocupaba día sí y día también ya no volverá. Al menos en persona, porque la figura de Chiquito siempre estará presente en este céntrico restaurante malagueño. Ese local en el que el Gregorio Sánchez cantaor se ganaba un dinerillo actuando en reuniones de amigos y al que en sus últimos años, después de haber «hecho reír al mundo» como reza el retrato suyo que cuelga de la pared, convirtió en su refugio. No tenía hijos, pero sí una segunda casa, que es la de su inseparable amigo José Sánchez Rosso.
«¿Va a venir Pepe?», preguntaba cada vez que cruzaba el umbral y se sentaba en su silla de siempre, la de todos los días. Y ambos se tomaban un café, o un vino. Y luego almorzaban –aunque a regañadientes, le ponían legumbres para que comiera como en casa– y daban paso a su particular tertulia alrededor de la mesa, también la misma mesa de todos los días, a la que en numerosas ocasiones también se unían Emilia y Pedro, un matrimonio que después de haber hecho vida en Francia se instalaron en Málaga para disfrutar de su jubilación. «Se nos ha ido en muy poco tiempo. Lo vamos a echar muchísimo de menos», se lamenta Emilia, que no puede evitar emocionarse. Aunque se consuela pensando que Chiquito estará ahora con Pepita, su mujer, que falleció en 2012. «Se le fue su mujer y se le fue todo», añade.
«Era un gran hombre y una grandísima persona», remarca Pedro, que finalmente no pudo celebrar ayer su cumpleaños como le había prometido a Chiquito, disfrutando todos de un chivo en El Chinitas. El genio faltó a la cita, pero quienes sí se reunieron ayer en el restaurante a modo de homenaje tras el funeral fueron humoristas como Manu Sánchez, Manolo Medina, El Morta, Tomás García o Eduardo Bandera. También almorzó allí su sobrina Loli, con la que desayunaba casi a diario antes de darse la caminata desde Huelin hasta el Centro para departir con su amigo Pepe. «Estaba muy ágil, incluso cuando iba al baño hacía su característico movimiento de piernas diciendo ‘No puedo, no puedo’», recuerda con una sonrisa Ángel Sánchez Rosso.
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Y es que hablar de Chiquito sin soltar una risa es tan incomprensible como algunas de las palabras que popularizó. «Tenía muchos golpes e infinidad de anécdotas. Lo hemos pasado increíblemente. Y con eso nos quedamos, con haberlo disfrutado, porque ha sido una suerte formidable haberle conocido», comenta con resignación Pedro mientras levanta la mirada hacia el cuadro de su amigo. No sin antes brindar, como acostumbraba a hacer Chiquito continuamente.
Desde que enviudó, Gregorio Sánchez vivía solo. «Nos contaba que se sentaba junto a la foto de Pepita y hablaba con ella». Con la ayuda de su sobrina, se las arreglaba bien en casa, pero el último año fue más complicado. «Él era consciente de que ya no estaba como antes, incluso había perdido el apetito. Por eso insistíamos en que comiera. Además, tenía cierta inseguridad. Incluso cuando la Diputación le nombró Hijo Predilecto de la Provincia (noviembre de 2016) le preocupaba tener que hablar, a pesar de las tablas que tenía», comenta Sánchez Rosso hijo, que regenta el restaurante que durante años ha sido centro de peregrinación para todo el que quisiera ver a Chiquito.
«Venía gente de todo el mundo y se hacían fotos con él», relata Emilia. Como aquel extremeño cuya ilusión era conocerle en persona y que, tras concertar un encuentro a través de Ángel, pudo cumplir su deseo. Y de regalo le llevó a Chiquito un canario. Ese pajarillo al que le cantaba y que ahora cuida su sobrina Loli. La misma que ayer aseguró que no volvería a pisar el refugio de su tío. Demasiados recuerdos y un gran vacío.
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