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La relación con el cuerpo marca una de las líneas de pensamiento del filósofo y escritor Santiago Alba Rico (Madrid, 1960), que ayer participaba junto ... a la psicoanalista María Navarro en el ciclo 'Diálogos en la Red' promovido por La Térmica para reflexionar sobre el presente y el futuro pospandémico. Una actualidad a la que se suma la reciente publicación de su libro 'España' (Lengua de Trapo) donde ajusta cuentas con el país y sobre el que también reflexiona en esta entrevista desde su residencia en Túnez.
-El coloquio con la psicoanalista María Navarro lleva un título tan abierto como ambicioso: '¿Qué futuro tras tiempos de pandemia?'. ¿Qué nos espera, entonces?
-No me atrevería a hacer un pronóstico, porque creo que nos encontramos en una tesitura en la que se puede esperar lo peor y, enfrente, no voy a decir lo mejor, pero sí una toma de conciencia que permita poner coto a unas tendencias que políticamente son autoritarias, a una desdemocratización planetaria y, económicamente, a la tentación de utilizar la pandemia en un régimen de desigualdad previo para, a través de una especie de 'doctrina del shock', acelerar la revolución neoliberal que ya estaba presente. Estamos viendo en diferentes países dos posibilidades de futuro: una que pasa por una aceleración del neoliberalismo y un aumento de las desigualdades y otra en la que veo una conciencia entre las élites que puede llevarles a negociar una salida que salvaguarde tanto las pequeñas conquistas democráticas de las últimas décadas como una mínima garantía de supervivencia con dignidad para una población muy afectada desde el punto de vista socioeconómico.
-Hablando de sociología y economía, algunos autores señalan la coincidencia entre las medidas exigidas para frenar la pandemia y los intereses de la lógica liberal, en cuanto al aislamiento de los trabajadores y la pérdida del sentimiento de comunidad. ¿Comparte ese análisis?
-En términos antropológicos, no cabe la menor duda. Vinculado a la esfera económica, los verdaderos vencedores de la pandemia son las empresas del mundo digital. Eso es muy relevante, porque veníamos ya de un confinamiento tecnológico que la pandemia ha agravado por razones incluso de necesidad justificada. Todo ese proceso de ilusoria emancipación del cuerpo a través de las tecnologías, o mejor dicho, de fijación de los cuerpos en espacios cerrados mientras la economía sigue girando a toda velocidad se ha agravado durante la pandemia. Eso hace que nuestra vida antropológica se haya alejado aún más del cuerpo como eje de nuestras relaciones.
-Parece una contradicción: estar encerrados para proteger nuestro cuerpo mientras nos alejamos de la conciencia que tenemos de él mismo.
-Claro, eso es. En estos momentos lo que está más amenazado es el cuerpo y lo que más necesitamos son cuidados, es una contradicción que no sé cómo se va a resolver: que al mismo tiempo la supervivencia no sólo material sino afectiva esté garantizada por medios tecnológicos que hacen intocables e inalcanzables esos cuerpos, porque están demasiado cerca, porque no tenemos respecto a esos cuerpos la suficiente distancia como para mirarlos y tocarlos. Al contrario de lo que pueda pensarse, para tocar hace falta distancia y lo que hacen las pantallas en nuestra vida es acercarlo todo demasiado. No es que no pueda acercarme a ti, es que no puedo alejarme. Lo que puedo es desconectarme. Que la alternativa a la inmediatez y al exceso de proximidad sea la desconexión no genera precisamente empatía, sino todo lo contrario. Por eso creo que a partir de la pandemia estamos viviendo un proceso de aceleración y casi consumación de una cuarentena estructural. Vivíamos ya en una especie de cuarentena estructural, en la que unos cuerpos se podían mover y otros eran retenidos en vallas, fronteras o prisiones; pero los cuerpos que se podían mover lo hacían más a través de los medios digitales que desde sus propios cuerpos. Son contradicciones que no hemos resuelto: la de un sistema que necesita que se mueva la economía y al mismo tiempo, seleccionar qué cuerpos se pueden mover sin amenazar al sistema. Ese confinamiento tecnológico es el modelo que se impone para el futuro, tanto en la esfera laboral como en la afectiva.
-Eso me recuerda a la conclusión a la que llegó Jean Baudrillard hace medio siglo cuando vaticinó que el último estadio del capitalismo sería la ausencia del dinero físico. Parece que ya hemos llegado hasta ahí, ¿cree que el último estadio de la afectividad está ausente el cuerpo?
-Sí, ya es un hecho. Nuestro cuerpo ocupa un espacio muy pequeño, casi marginal, en nuestras relaciones cotidianas. La mayor parte de la gente expone su cuerpo físico ante muchas menos miradas que su imagen. La imagen está mucho más en las redes que su cuerpo en las calles, en los bares, en el trabajo o en las relaciones afectivas. Vamos hacia un mundo en el que esa ilusoria desmaterialización implica incluso la escisión entre el deseo y los cuerpos. Lo que comenta del dinero forma parte de ese proceso de desmaterialización.
-La pandemia también parece potenciar la tentación de ver al prójimo como una amenaza. ¿Es reversible ese sentimiento?
-No sólo del miedo al otro, sino algo más grave y más difícil de combatir, que es la pereza al otro. La famosa frase de Sartre 'El infierno son los otros' implica que piensas en ellos como un infierno, desde una perspectiva humana. El problema es cuando los otros nos dan pereza y, en consecuencia, no es que no queramos tener contacto porque nos da miedo que nos puedan transmitir una enfermedad o que oculten un cuchillo, como en las películas de terror, sino porque estamos hasta tal punto tecnológicamente ensimismados que preferimos tener relaciones con imágenes, iconos o 'likes'. Y si ya nos daba pereza el otro, va a dar mucha más aún cuando acabe la pandemia reanudar esos lazos físicos. Puede que los bares se llenen enseguida, pero eso no quiere decir que nuestras relaciones con los otros sean de contagio, no de enfermedades, sino de emociones y compromisos. El contagio es también compromiso. Contagio es un término latino cuyo origen tiene que ver con aquello que dos personas tocan juntas al mismo tiempo. La revolución que vamos a tener que hacer cuando acabe todo esto no va a tener que ver con la economía o las instituciones, va a ser sencillamente para recuperar la naturalidad del contacto físico placentero con los otros, por eso creo que tocarnos los unos a los otros será un deber cívico cuando todo esto acabe.
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