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Con caras de sueño y visiblemente fatigados, pero «felices» por haber podido llegar sanos y salvos a España, donde sueñan con «poder vivir, estudiar y trabajar». Así se han mostrado a SUR Hassan, un marroquí de 27 años, e Ismael, un senegalés de 17, que forman parte del grupo de 240 migrantes, todos ellos varones, que han sido alojados temporalmente en un hotel de El Morche procedentes de Canarias.
Hasta la isla de Lanzarote llegó Hassan tras una travesía de tres días y 860 kilómetros en patera desde la costa subsahariana. «Cuando estábamos cerca de la costa y se veían ya las luces, llamamos a Helena Maleno -la activista pro-derechos humanos- y nos rescataron», ha rememorado este joven marroquí, que asegura tener un título superior de Turismo y otro de Contabilidad. «He arriesgado mi vida porque el salario que tenía en mi país no me da para vivir, voy a pedir un asilo humanitario», ha confesado Hassan.
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Según ha explicado este joven migrante, tiene familia en España, Canadá y Bélgica. «Espero que no me devuelvan a mi país, quiero trabajar en España, que me respeten, salir adelante, y poder subsistir», ha expresado el joven marroquí, que estudió español durante tres años en su país natal. Soltero y sin hijos, Hassan reconoce que pasó «mucho miedo» en la travesía por el océano Atlántico, tras partir en una patera desde la localidad de Tan-Tan, en el Sahara Occidental.
Desde aún más lejos salió el joven Ismael, natural de la localidad senegalesa de Kayar. Allí ha dejado a sus dos hermanas, con el objetivo de reencontrarse con su padre, que vive y trabaja desde hace más de una década en Murcia. «Mi madre murió hace cinco años en Senegal. Acabo de terminar la educación básica y juego al baloncesto», ha relatado con timidez el menor de 17 años, que mide 2.05 metros.
Nervioso y aturdido por el largo viaje en un cayuco, de 1.400 kilómetros hasta Tenerife, Ismael no quiere posar de frente para este periódico. «Mi hermano está en Cádiz en un centro de menores, llegó hace dos semanas», ha relatado el joven senegalés, quien ha apuntado que su sueño es «poder seguir estudiando en España y jugando al baloncesto».
Sobre las razones que le han llevado a embarcarse en un cayuco, jugándose la vida, Ismael ha confesado que hace pocas semanas murió un amigo suyo en la calle cuando salían de un entrenamiento de baloncesto al pasar por una zona donde había una manifestación contra el gobierno.
«Sé que que nos hemos jugado la vida, pero la situación en mi país es muy mala, por el gobierno, hay muchas manifestaciones en la calle, y muchos policías», ha considerado. Ismael se despide agradeciendo a SUR poder contar su historia personal y el drama que viven en su país natal. «Ojalá todo se arreglase, pero mi hermano y yo hemos tenido que salir y venir a España. Ha sido gracias al dinero que nos enviaba mi padre que he podido estudiar y jugar al baloncesto», ha apostillado.
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