La crisis del campo alienta a los fondos de inversión

El suelo rústico está ganando protagonismo como objeto de inversión, con más de 150.000 operaciones anuales en los últimos tres ejercicios en España, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), unas cifras que no se alcanzaban desde hace 15 años. ¿A qué se debe este interés inversor por esta clase de suelo? A nivel global, el aumento de la población implica necesariamente una disminución de la tierra cultivable por habitante, a lo que se suma la desertización en vastas zonas del planeta como consecuencia del cambio climático. Esto dispara el precio de las tierras cultivables en todo el planeta.

Por ese motivo, en los últimos 17 años el número de fondos de inversión especializados en agricultura y alimentación en todo el mundo se ha multiplicado veinte veces, según señala Valoral Advisors, una firma de asesoramiento global a inversores en alimentación y agricultura, que detalla en un informe que en la actualidad existen unos 900 fondos dedicados a esta área que gestionan activos por 140.000 millones de euros.

Un informe del portal Cocampo señala asimismo que estos fondos de capital riesgo han identificado el reto de alimentar una población mundial creciente como una oportunidad de negocio, a lo que se suma el cambio en los hábitos del consumidor y el potencial de consolidación y transformación tecnológica. Las fincas rústicas se encuentran en el punto de intersección de ambas estrategias de inversión, son activos limitados y provienen de un mercado infravalorado, desestructurado y en el que es necesario el relevo generacional y la inversión en tecnología.

Estas dos últimas circunstancias son claves para explicar por qué los fondos están mirando especialmente a Andalucía. Las protestas que han tomado las carreteras y las ciudades en las últimas semanas han puesto de manifiesto el gran problema de rentabilidad que afrontan las explotaciones tradicionales producto de la caída de las ayudas, la presión comercial de las grandes distribuidoras y la competencia de países terceros con menos exigencias en materia sanitaria y menores costes laborales, a lo que se ha sumado en los últimos tiempos la escasez de agua. Todo ello está dificultando no sólo la inversión en tecnología, sino también el relevo generacional. «Ningún padre quiere dejarle una ruina a su hijo», reconoce Francisco Moscoso, secretario general de UPA Málaga.

En Andalucía se trata de un problema acuciante que se acelerará en los próximos años. Los datos del INE revelan que un 37 por ciento de los propietarios de tierras agrícolas en esta comunidad son mayores de 65 años y un 26 por ciento tienen entre 55 y 64 años. Sólo el cinco por ciento son menores de 35. Con esas circunstancias, las ofertas de los fondos de inversión empiezan a convertirse en una salida para los agricultores con un retiro en el horizonte en el que no aparece el relevo por parte de sus hijos.

Así se explica que el número de explotaciones agrarias haya disminuido en España un 15% desde 2005, lo que ha afectado sobre todo a las explotaciones pequeñas –entre una y cinco hectáreas-, que han decrecido un 28,35 por ciento, según el INE.

Andalucía es la comunidad donde más herencias se contabilizaron en 2022, sólo por detrás de Castilla y León, pero eso no se traduce en una continuidad de la actividad agrícola. Datos estadísticos citados por Cocampo advierten de que existe una correlación directa entre el número de herencias y el de compraventas, ya que las zonas geográficas que cuentan con más trasmisiones por herencia son también en las que se compran más fincas. La venta es la primera opción para el heredero, y ahí aparecen los fondos de inversión.

¿En qué se traduce este desembarco? Según Cristóbal Cano, en un uso más intensivo de los escasos recursos disponibles que altera el modelo productivo en perjuicio de la agricultura tradicional y no redunda en las comarcas en las que se asientan.

Así se explica la proliferación de olivos y almendros superintensivos. «Buscan agua y productos intensivos mecanizados con poco coste de mano de obra», indica Eduardo López, secretario general de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) de Andalucía. Parece una contradicción que esto suceda en plena sequía, pero no lo es. Como ejemplo, López explica lo que ha sucedido el pasado año en la zona del Bajo Guadalquivir. «Pasó este verano con los arroceros – indica-, si un agricultor no puede sembrar porque no le llega suficiente caudal, se lo vende al mejor postor. Los arroceros no tenían caudal suficiente para sembrar y vendieron 40 hectómetros cúbicos de agua del Guadalquivir». El destino fueron olivares y almendros de riego intensivo. Esta situación explica el incremento experimentado por la superficie en los cultivos leñosos en los últimos años.

Otro problema sobre el que advierten los agricultores es que la inversión de estos capitales no es sólo en fincas para trabajar y producir, sino como caballo de Troya para comercializar productos de terceros países.