Imanol Uribe "Las personas que buscan la paz acaban marcadas como enemigos"
Es una historia que, dice, estaba predestinado a contar. En su nueva película, “Llegaron de noche”, Imanol Uribe aborda la masacre de seis jesuitas –cinco de ellos, españoles– ocurrida en El Salvador en 1989. Y lo hace a través de Lucía Cerna, única testigo de aquel crimen cuyo testimonio cambió el curso de la guerra civil en ese país.
Ocurre a veces. La acción de una sola persona consigue detener una guerra. Es el caso de Lucía Cerna, aunque ella, humilde, torturada por el pasado, no quiera saber de reconocimientos. Solo sabe de lo que vio aquella noche, 16 de noviembre de 1989, en que un grupo de militares irrumpió en la Universidad Centroamericana de San Salvador y asesinó a seis jesuitas –cinco eran españoles– y a dos empleadas del centro.
El presidente Alfredo Cristiani culpó a la guerrilla. Quería desprestigiar así al FMLN. Pero el testimonio de Lucía arruinó sus planes. Ella dormía con su marido y su hija en otra casa del recinto y, tras oír disparos, vio a los asesinos. Huyó del país y, aunque fue secuestrada por la CIA durante una semana en Miami, al final consiguió ser escuchada.
Su relato propició entonces el incremento de la presión sobre Washington –que congeló la ayuda militar al país– y la firma, en 1992, de los Acuerdos de Chapultepec, fin de un conflicto que dejó 75.000 muertos y 15.000 desaparecidos. Treinta y tres años después de la masacre, el director Imanol Uribe nos cuenta ahora la peripecia de Lucía en Llegaron de noche (estreno: el 25 de marzo). Para Uribe es una especie de deuda con el destino. En esta entrevista nos cuenta por qué.
XLSemanal. Nació en El Salvador, es de familia vasca –como Ignacio Ellacuría, el célebre rector de la UCA asesinado aquella noche– y se educó con los jesuitas. ¿Era su destino contar esta historia?
Imanol Uribe. Pues parece que sí, que estaba predestinado a hacer esta película [sonríe]. Yo siempre fui a los jesuitas. En El Salvador, en Tudela, en Bilbao e incluso en Alicante, donde estudié primero de Medicina. Tengo una larga carrera jesuítica detrás...
"Lucía defendió la verdad hasta sus últimas consecuencias. Por eso quise contar su historia en estos tiempos de 'fake news', en que la verdad es pisoteada"
XL. Han pasado 33 años desde la masacre, ¿qué lo ha llevado ahora a hacer Llegaron de noche?
I.U. Un libro: Noviembre, del salvadoreño Jorge Galán. Habla de su país, del asesinato de monseñor Romero, de la matanza de los jesuitas... Al leerlo, me atrajo mucho la historia de Lucía Cerna y se me encendió la luz.
XL. ¿Qué vio exactamente en Lucía como personaje?
I.U. Vi a una mujer que defiende la verdad hasta sus últimas consecuencias. En estos tiempos de fake news en que la verdad está siendo pisoteada, contamos la historia de una mujer humilde que se juega la vida por la verdad. Y al hacer eso lo pierde todo y nunca más puede volver a su país, a su casa.
XL. De hecho, casi todos los implicados en la matanza viven en El Salvador...
I.U. Así es. Y están en la calle. Hubo una farsa de juicio, pero amnistiaron a todos poco después. El único que está pagando es este coronel, Inocente Montano, exviceministro de Seguridad, al que España pudo extraditar desde Estados Unidos. Más de 130 años le han caído, creo. Lo confirmó el Supremo justo cuando estábamos acabando la película.
XL. El Supremo salvadoreño aceptó en enero reabrir el caso... ¿Tiene su película algo que ver?
I.U. Supongo que será casualidad, pero es cierto que llevamos un tiempo causando mucho revuelo en El Salvador. Es un tema muy sensible allí.
XL. Aquella masacre fue el empuje definitivo hacia los Acuerdos de Chapultepec. ¿Diría que la paz llegó gracias al testimonio de Lucía?
I.U. Tal cual, porque sin ella nadie habría podido contrarrestar la versión oficial que acusaba a la guerrilla del FMLN. Fue el principio del fin, ya que aquella fue una noticia de repercusión internacional y Washington acabó cortando los fondos al Ejército, al que le daba un millón de euros de la época al día.
XL. Tachados de «subversivos», «rebeldes» y de pertenecer al FMLN, los jesuitas fueron, en realidad, muy activos en favor del diálogo y la paz...
I.U. Sí, es curioso como al final quienes buscan la paz acaban siendo marcados como objetivos. Se convierten en enemigos.
XL. La guerrilla, convertida en partido, llegó al Gobierno, pero El Salvador no ha arreglado sus cuentas con el pasado…
I.U. En absoluto. Sigue habiendo mucho criminal de guerra suelto. Y con respaldo del Ejército. Jorge Galán, de hecho, me contó que fue a presentar su novela a El Salvador y esa misma noche salió por patas del país. Toda precaución es poca.
XL. Ante el conflicto en Ucrania, ¿qué nos puede enseñar su película sobre el presente?
I.U. Bueno, es que el presente solo se entiende si miras al pasado. Ahora, Putin es la encarnación del mal y Estados Unidos, la bondad personificada. Pero Putin, que es alguien muy peligroso y capaz de cualquier cosa, está haciendo lo mismo que hizo Washington durante décadas: promover golpes de Estado y dictaduras, financiar y sostener a gobiernos afines y tiránicos e invadir a los países díscolos. Todo ello sin que nadie osara hacerle frente.
XL. ¿Quiere decir que, al final, todas las grandes potencias actúan de forma similar?
I.U. Eso parece, ¿no? Para Putin, las repúblicas exsoviéticas son su patio trasero y para los americanos era América Latina; lo cual, a su entender, les da derecho a hacer y deshacer a su antojo.
"Putin da mucho más miedo que Sadam Huseín, pero está haciendo lo mismo que hizo Washington durante décadas: promover dictaduras, sostener gobiernos afines e invadir países díscolos"
XL. ¿En aquellos años se sentía cerca de los sandinistas o del FMLN?
I.U. Sin ser militante, pero en los ochenta sí. Se veía como una esperanza contra las dictaduras y el imperialismo.
XL. ¿Y qué siente hoy al ver a Daniel Ortega?
I.U. Una gran decepción, pero así es la vida. De joven piensas en ideales y estas cosas, y aquello lo vivimos como una gran ilusión que, bueno, ya sabemos cómo acabó. Es triste ver como en Centroamérica siempre aparece un tirano tras otro. Es muy difícil...
XL. ¿Qué recuerdos le ha despertado realizar esta película?
I.U. Muchos porque viví en El Salvador hasta los 7 años. Y luego seguí yendo en verano hasta los 12, edad a la cual ya eres un hombrecillo. Supongo que todo aquello me abrió horizontes, me proporcionó una visión amplia y abierta del mundo.
XL. ¿Cómo fue de niño la relación con sus raíces vascas?
I.U. Yo me crie en un ambiente muy vasco en San Salvador. Mi padre, de hecho, se fue allí con dos amigos de Gernika. Ellos montaron una carnicería y él, que era muy aventurero, dejó los estudios de cuarto de Química, en Zaragoza, y decidió seguir en Centroamérica la tradición familiar, de mi abuelo, que se fue a la aventura, a hacer las Américas.
XL. ¿De qué modo estuvo el cine presente en su infancia?
I.U. Empezó sobre todo de interno en Tudela, entre los 9 y los 14 años. Recuerdo que mi padre, que viajaba mucho, me trajo de Japón una cámara de 8 milímetros. En los años sesenta, con aquello eras un marciano. La pena es que la usé poco porque me la cargué rápidamente [risas]. Pero el cine fue allí mi refugio, porque al principio llevaba una vida muy solitaria; me hacían un bullying que no te puedes imaginar. Yo venía de El Salvador, tenía un acento rarísimo... En fin. Así que vi muchísimo cine: veía tres películas al día en la sesión continua.
"Tengo la sensación de que los jóvenes en el País Vasco han pasado página muy rápido. Y es bueno pasar la página, pero antes hay que leerla"
XL. Han pasado siete años desde Lejos del mar, su última película. ¿Desgasta cada vez más esto de hacer cine?
I.U. Hombre, yo me siento estupendamente, pero la edad influye, claro. También es cierto que cada vez cuesta más sacar adelante este cine que yo hago de presupuesto medio, muy de mi generación. Hoy por hoy, lo que domina en España son las películas muy caras apoyadas por las plataformas o las muy baratas. Ahora mismo, la única televisión que mantiene su apoyo al cine español es TVE. No es mucho dinero, pero algo hay. Aquí, además, todavía escuchas aquello de: «Para ser española, no está mal».
XL. ¿Influye que el mundo del cine sea percibido por mucha gente como 'de izquierdas'?
I.U. Es cierto que determinados posicionamientos políticos del sector echaron del cine a mucha gente de derechas. Se polarizó. Y es una polarización que persiste en la sociedad. Hay mucho odio.
XL. Usted mismo protestó contra la guerra de Irak en el Congreso junto con Gran Wyoming, Juan Diego Botto, Juan Diego, Aitana Sánchez-Gijón, Ana Belén...
I.U. Es cierto, fuimos a decir «no a la guerra», que es lo que había que decir entonces porque nuestro Gobierno la apoyaba, a pesar de ser ilegal. Y ahora también hay que alzar la voz. Putin da mucho más miedo que Sadam Huseín. Todos sentimos el fantasma de que pueda extenderse a toda Europa.
XL. Cambiando de tercio, debe de ser usted el director que más ha tocado el tema de ETA: en 5 de sus 15 películas. Y, salvo la última, todas las hizo en tiempos en que ETA mataba. Ahora que se escribe y se rueda más que nunca sobre la banda terrorista, ¿qué le viene a la cabeza?
I.U. Me parece muy bueno que se hable cada vez más. Es como la Guerra Civil: un asunto de tal trascendencia para nuestra historia reciente que es asombroso que haya generado tan poco cine y tan poca literatura. Lo normal es que salgan cada vez más cosas y que veamos nuevas visiones de cómo aquello impactó a diferentes generaciones.
"Cuando me enviaron interno con los jesuitas, los otros niños me hacían 'bullying'. Yo venía de El Salvador, tenía un acento rarísimo... El cine fue mi refugio"
XL. ¿Qué le decían en los ochenta por hacer películas sobre ETA?
I.U. ¡Buf! Era muy complicado. Era un tiempo en que significarte era casi una obligación y yo nunca quise hacerlo para no pervertir mi cine. Pero, claro, como yo no me significaba, lo hicieron los demás porque todos necesitaban etiquetarte para saber de qué lado estabas. Y me fueron calificando en función de cada película, aunque no militara en partido alguno ni me casara con nadie.
XL. ¿A qué se refiere?
I.U. Por ejemplo, con El proceso de Burgos (1979) se dijo que yo era de Herri Batasuna; con La fuga de Segovia (1981), que de Euskadiko Eskerra; y ya con La muerte de Mikel (1984), que me había pasado al PSOE [suelta una carcajada]. Era ridículo porque yo nunca he hecho cine militante, sino que he contado historias que, simplemente, quería contar.
XL. Curioso porque La muerte de Mikel, en realidad, no contentó a nadie: retrata el rechazo de un pueblo a un vecino homosexual, la tortura policial y, finalmente, la oportunista conversión en mártir del protagonista por los mismos abertzales que lo habían abandonado por ser gay…
I.U. Sí, es verdad, me metí con todo el mundo [se ríe]. Por suerte, cuando hice Días contados (1994), ya vivía en Madrid y me libré de aguantar todo eso... Aunque, en realidad, me pasó algo casi peor.
XL. ¿Qué le pasó?
I.U. Pues hubo un atentado al día siguiente de que pasaran la película por televisión y un periodista, cuyo nombre no merece la pena pronunciar, me acusó, prácticamente, de haber apretado el gatillo. Y es curioso porque yo no quería hacer una película sobre ETA.
XL. Pues cualquiera lo diría...
I.U. [Se ríe]. No, en serio. A mí me atrajo el personaje femenino, puta y yonqui, de la novela homónima de Juan Madrid, donde, de hecho, no hay rastro de ETA. Como andaba obsesionado con Carmen, decidí hacer una Carmen yonqui. Y un día me desperté de madrugada y me vino la idea de que don José fuera un terrorista de ETA. Y todo me encajó. En fin, como dijo Kubrick: «Ser director de cine es como intentar escribir Guerra y paz en un auto de choque. A veces sale bien».
XL. ¿Puede ayudar el cine a restañar heridas en el País Vasco?
I.U. Sin duda, porque, además, son historias que pueden ver los jóvenes, que, tengo esa sensación, parecen haber pasado página muy rápido. Y es bueno pasar la página, pero antes hay que leerla. Por eso es fundamental poner sobre la mesa todas las visiones de lo que sucedió, ampliar las perspectivas y, dentro de lo posible, verlo todo con serenidad. Algo muy difícil, por supuesto, ya que se ha causado muchísimo dolor a muchísima gente.
"LA CIA ME TUVO SECUESTRADA UNA SEMANA"
«La tristeza, el vacío, la pérdida... Han pasado 33 años, pero sigo llorando, aunque menos que antes. Durante 25 años lloré sin parar y, aunque ya estoy mejor, sé que jamás me voy a reponer –cuenta Lucía Cerna, la mujer cuyo testimonio permitió acusar al Ejército por la masacre de seis jesuitas y dos mujeres en la UCA de San Salvador–. Los padres eran de mi familia, los quería mucho, transmitían paz infinita. Me dieron trabajo, me trataron bien y el padre Llacu (apodo del rector Ignacio Ellacuría) nos dio refugio cuando la guerra llegó por nuestra casa y tuvimos que salir. Fue justo ese día, 16 de noviembre de 1989, caída ya la noche, cuando pasó...
Mi marido, mi hija de 3 años y yo estábamos alojados en una de las casas para invitados de la UCA y me desperté al escuchar un alboroto en la residencia de los padres. Creí que eran unos borrachos y mi primer impulso fue salir a regañarlos. De haber andado sola, seguro habría salido de la casa e... ¡imagínese! Pero no salí. Y vi a los soldados. Desde la ventana...
Luego me contaron por qué sobrevivimos. Al parecer, el Ejército había ido a la UCA dos días antes y tomó registro de los que vivían allí: los padres, la cocinera Elba y su hija. Por eso no sabían de nosotros. Por eso estamos vivos. Y por eso pude contar la verdad. Aunque enseguida me intentaron callar...
Al salir del país, que nos sacaron los franceses, en Miami nos engañó la CIA y nos tuvieron secuestrados una semana. Querían que dijera que yo no había visto nada o que había visto a la guerrilla. Me gritaban, me llamaban 'mentirosa', 'prostituta', 'guerrillera'; daban porrazos en la mesa... Así a diario, 12 horas, de 7 a 19. Hasta que no pude más. Le dije a mi marido que ya no iba a decir más lo que vi, que quería volver a casa. Por suerte, ahí no más me rescataron los jesuitas y pude al fin contarle al mundo lo que yo vi. Si no hubiera dicho la verdad, habría tenido que vivir la vida entera con esa carga. Por eso esta película es tanta alegría para mí porque, si yo desaparezco, lo que sucedió no quedará en el olvido. Es, de algún modo, mi legado».
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