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La mirada de dos genios
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La mirada de dos genios
Miércoles, 28 de Agosto 2024, 11:45h
Tiempo de lectura: 3 min
Corre el verano de 1870, Eugène Boudin y Claude Monet coinciden en la costa normanda —Trouville—, el lugar de veraneo de la burguesía de París. Los dos artistas se conocen desde hace 15 años. Los dos retratan escenas de playa. Pero mientras Boudin representa a veraneantes anónimos y lejanos, Monet sitúa a sus modelos en primer plano, en relación directa con el espectador. Todo el mundo conoce a Monet como uno de los grandes precursores del impresionismo. Pero pocos saben que Eugène Boudin, 16 años mayor, fue su primer maestro.
Hace unos años, una exposición en el Museo Thyssen de Madrid cruzaba sus vidas y mostraba incluso el primer encuentro entre los dos artistas en el verano de 1856. Monet solo tiene 15 años y ya destaca como mordaz caricaturista. Boudin, hijo de un marinero y una limpiadora, le transmite al joven Monet su amor por la naturaleza, le enseña a trabajar al aire libre, a estudiar las variaciones de la luz y las sutilezas atmosféricas de los cambiantes cielos normandos. Sus pasteles y estudios al óleo fascinan a Monet. El trabajo del natural de Boudin orienta su carrera. Monet aprende a mirar la luz y pronto llevará hasta sus últimas consecuencias esa pasión por la 'instantaneidad'.
Boudin es pionero en fijar su ojo y su pincel en los veraneantes de la playa. En lugar de escenas históricas o personajes del pasado, pinta la vida moderna. Rompe con los estereotipos románticos y abre la pintura al naturalismo, a los orígenes del impresionismo. Monet sigue su estela.
Sin embargo, el discípulo pronto deja clara su personalidad. A diferencia de Boudin, pasa los meses de enero, febrero y marzo retratando las playas sin veraneantes, con un tiempo horroroso, hasta tal punto de que una ola lo tira mientras trabaja. Boudin, en cambio, sigue la manera tradicional de pintar al aire libre: solo lo hace en verano y otoño; en invierno se encierra en su estudio. Boudin tampoco se atreve a pintar sin escuchar los dictados del mercado del arte. No pinta para sí mismo; va a lo seguro, entre otras cosas porque durante largos periodos vive en la miseria. Monet, en cambio, revoluciona.
Pronto le queda claro a Boudin el papel que va a desempeñar Monet en la historia de la pintura moderna y así se lo cuenta a un amigo, a quien reconoce que está impresionado por «la audacia compositiva» de sus apuntes.
No obstante, Monet reconocerá siempre el papel inspirador de Boudin en su obra. «Lo he dicho y lo repito: todo se lo debo a Boudin», reconocía el genio impresionista a sus 58 años, en lo más alto de su carrera, cuando murió su amigo.
Al comparar o ver 'dialogando' las obras de discípulo y maestro, se acierta a intuir que Boudin podría haber llegado más lejos porque su potencial era enorme. No da, sin embargo, el gran salto y se mantiene fiel a la concepción tradicional de su generación. Su carácter demasiado tímido tampoco lo ayuda. Y solamente al final de su vida, liberado de los problemas económicos, intenta pintar de forma más auténtica, según sus propios gustos y realiza sus cuadros más avanzados. Es ahí cuando le toca beber de su discípulo, cuando deslumbrado por las composiciones de gran formato de Monet, se da cuenta de la fuerza de su atrevida pincelada, apenas sugerida. Boudin escribe: «Todo lo que se coloca al lado de Monet queda ensombrecido». Su aventajado discípulo insistirá: «Todo se lo debo, fue mi iniciador, quien me enseñó a conocerme y me indicó el buen camino».