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Arte e historia Cuando Rembrandt se puso (muy) oscuro

Al final de su vida, Rembrandt se rebela contra los cánones y crea su obra más melancólica y profunda. Gente corriente, escenas decadentes, trazos imperfectos… Ya no busca halagar a nadie. Tampoco en su vida privada. Viudo, mete en su cama a niñeras y amas de llaves. El pintor en su madurez es un hombre oscuro.

Jueves, 14 de Julio 2022

Tiempo de lectura: 5 min

A Rembrandt Van Rijn la vida le dio un quiebro en 1642. Ese año murió su querida Saskia, su mujer durante ocho años de felicidad. Se quedaba viudo, afligido y con un hijo, Tito, de solo un año. El pintor estaba profundamente abatido. Pero el

A Rembrandt Van Rijn la vida le dio un quiebro en 1642. Ese año murió su querida Saskia, su mujer durante ocho años de felicidad. Se quedaba viudo, afligido y con un hijo, Tito, de solo un año. El pintor estaba profundamente abatido. Pero el dolor alimentaba su genio. Cuanto peor le resultó la vida, más deslumbrante fue su pintura.

Fue también 1642 el año en el que concluyó una de sus obras maestras, La ronda de noche o La compañía del capitán Frans Banning Cocq, un cuadro con el que despreció las normas establecidas: los milicianos de la ciudad no posan en fila mostrando los símbolos de su cuadrilla, sino que aparecen arrancando una marcha.

Por eso Rembrandt fue «un genio, como Velázquez, Goya o Miguel Ángel, porque se salió de la norma», explica Teresa Posada, conservadora de Pintura Flamenca y de las Escuelas del Norte del Museo del Prado.

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'Mujer bañándose en el arroyo'. Los críticos creen que la modelo de esta obra, de 1654, es Hendrickje Stoffels, su amante tras enviudar, con quien el pintor tuvo una hija. Con este cuadro, Rembrandt revoluciona el decoro clásico y funda la antipose.

Salirse de la norma tiene un precio. Rembrandt, sobre todo en la última etapa de su vida, dejó de lado la pulcritud y la exactitud que caracterizaba la pintura holandesa de su tiempo y comenzó a utilizar una pincelada expresiva, un empaste grueso, de forma que perdió clientes y comenzó a coleccionar deudas.

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La noche que no fue. La ronda de noche debe su nombre a un malentendido. Cuando se encontró el cuadro, estaba tan deteriorado que se creyó que era una escena de noche. En realidad es una escena de día bajo un portalón. Fue un encargo de los dos oficiales que aparecen más destacados.

Para él habían posado en su década gloriosa –la de los años treinta del siglo XVII– ricos mercaderes, poderosos burgueses, orgullosas organizaciones gremiales e incluso influyentes dirigentes de la rica y protestante Holanda del siglo XVI. Rembrandt, que nunca salió de Holanda, se había convertido en un artista famoso incluso en el extranjero. Ese hombre algo hosco, el décimo de los nueve hijos de un próspero molinero de Leiden (a 40 kilómetros de Ámsterdam), era uno de los reyes del mercado del arte holandés, el más activo y floreciente del momento.

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Saskia, la oficial. Saskia era sobrina de su marchante Hendrick Van Uylenburg. Se casó con ella en 1634 y fueron felices, pese a que perdieron tres hijos al poco de nacer. Solo el cuarto, Tito, nacido en 1641, alcanzó la madurez. Saskia falleció poco después, de tuberculosis. Dejó una fortuna de 20.000 florines para su hijo y nombró usufructuario al pintor a cambio de que no se volviera a casar.

Había aprendido con el pintor Pieter Lastman la magia del claroscuro de Caravaggio y no tardó en destacar al llegar a Ámsterdam desde Leiden. Rembrandt tenía una habilidad sorprendente para pintar los tejidos, el cuero, los encajes, el brillo de las perlas. Y tenía algo más: un dominio total sobre la luz, sobre cada mota, sobre el efecto que produce al posarse en el metal, la madera, la piel, el papel, las plumas… «Parece que sale fuego de dentro de sus cuadros», comenta Posada.

Ese fuego se fue apoderando de él con el paso de los años. Se dejó llevar por la fuerza de su genio y abandonó los convencionalismos. No era un tipo simpático. Su matrimonio con Saskia, heredera de un buen dinero, le abrió camino a los círculos de la burguesía, pero Rembrandt nunca se esforzó por halagar a nadie, y tampoco le tembló el pulso cuando tuvo que pleitear con sus clientes.

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'Sara esperando a Tobías'. Al morir, su esposa Saskia le impuso a Rembrandt no contraer matrimonio de nuevo para heredar su fortuna. El pintor contrató a una niñera para que se ocupara del niño y no tardó en meterla en su cama. Le regaló joyas de Saskia, que esta vendió en parte, y acabó denunciando al artista: dijo que le había prometido matrimonio y enseñó las joyas que le quedaban como prueba. Rembrandt la acusó de loca y fue ingresada en una institución. Pudo haber inspirado la Sara del cuadro.

La muerte de Saskia marcó su devenir, en lo privado y en lo artístico. Tras morir ella, tuvo una atribulada relación con la niñera de su casa, Geertje Dircx, y poco después, e incluso a la vez, con el ama de llaves, Hendrickje Stoffels. Con ella tuvo una hija, Cornelia, pero nunca se casaron: el veto de Saskia –su mujer le impuso que no volviera a casarse para legarle su fortuna– fue efectivo. Esta relación, mal vista por la puritana sociedad calvinista, también contribuyó a su aislamiento de los últimos años.

Su obra tardía es más melancólica, profunda e íntima, menos espectacular que la de sus comienzos. A Rembrandt le invade «la ternura, la compasión. Quiere mostrar el alma de los modelos», explica Carmen Cámara, autora de Rembrandt, genio del claroscuro, pero no todos encuentran un valor en ello.

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Retrato de Hendrickje Stoffels. Mientras el pintor se deshacía de la niñera, Hendrickje Stoffels ya había entrado en su casa como ama de llaves. Más joven que Geertje, se convirtió en asidua del lecho del pintor. Tuvieron una hija, Cornelia, pero nunca se casaron: el veto de Saskia fue efectivo. También posó. Además de este retrato, la usó como modelo en Betsabé con la carta de David y en Mujer bañándose en un arroyo. Falleció siete años antes que Rembrandt.

En 1671, el crítico Jan de Bisschop se indignó porque había pintado una Danae «como una mujer desnuda con el vientre hinchado, los pechos colgando y las marcas de las ligas en la piernas». Otros críticos lo acusaron de «escupir al ojo del decoro clásico».

Como Caravaggio, Rembrandt puso el rostro de gente corriente a personajes bíblicos. Le atraía la imperfección, la ruina, la decadencia, las arrugas, los líquenes adheridos a los ladrillos, las maderas combadas, la flacidez…

Según el crítico Simon Schama, autor de Los ojos de Rembrandt, documental de la BBC, el pintor utilizaba un acabado provocadamente inacabado, y en Mujer bañándose en el arroyo «inventó incluso la antipose», haciendo de las diosas de la Antigüedad mujeres de carne y hueso, en un paseo inédito por los límites entre el arte y la vida real.

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'Retrato de un anciano'. Se cree que el modelo que posó para Rembrandt es Lodewijck Van Ludick, un comerciante, coleccionista y amigo del pintor. En su madurez, ya solo pintaba a sus amigos. Está realizado con su estilo 'bruto', caracterizado por una pincelada suelta.

La pérdida de encargos y su fiebre coleccionista –su casa parecía una almoneda caótica y extravagante y llegó a tener hasta un mono– lo llevaron a la bancarrota. Tuvo que trasladarse a un piso modesto y permitir que Tito y Hendrickje lo mantuvieran. Pintaba sobre todo para amigos –como el acaudalado magistrado Jan Six– y para sí mismo. Las obras tardías muestran a muchos ancianos, atmósferas veladas e íntimas y colores más tenues.

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'El cantar de Simeón'. Pintado por Rembrandt al final de su vida, no llegó a acabarlo. «Sus inventos técnicos y su profundo conocimiento de las emociones –dice comisaria Betsy Wieseman– siguen siendo hoy tan frescos y relevantes como ayer».

En 1662 murió Hendrickje y en 1668 su hijo Tito. Para Rembrandt significó el colmo de la tristeza. Falleció un año después, a los 63 años. En su último cuadro, El cantar de Simeón, un anciano con un bebé en brazos parece despedirse; podría ser él con su nieta Titia: una manera tierna y artística de decir adiós.


Etiquetas: Pintores
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