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Arte funerario barroco El misterio de los cadáveres exquisitos

Eran supuestos mártires y, en espera de la santidad, fueron suntuosamente decorados con oro y piedras preciosas. Siglos después yacen ocultos en criptas y monasterios europeos. Un investigador americano, Paul Koudounaris, conocido como “Indiana Bones”, ha sacado a la luz estos espectaculares cadáveres, la mejor muestra del arte funerario barroco de Alemania, Suiza y Austria. Nunca la muerte había sido tan bella.

Miércoles, 26 de Abril 2023, 14:38h

Tiempo de lectura: 4 min

Secorados con oro, plata, gemas y piedras preciosas de valor incalculable, decenas de esqueletos duermen el sueño eterno en cenobios y pequeñas iglesias del centro de Europa. Un especialista californiano en arte barroco al que apodan Indiana Bones ha rastreado su pista hasta encontrarlos. En la imagen de apertura se puede ver uno de los esqueletos que se enjoyó de forma más cuidadosa al llegar a Alemania, en el siglo XVI, con oro y piedras preciosas en ojos, nariz y boca. Se encuentra en la iglesia de la localidad bávara de Weyarn, de apenas tres mil habitantes.

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Mano de santa Valentina. Este esqueleto se conserva en el monasterio alemán de Bad Schussenried, cerca de la frontera con Suiza. Un guardia suizo papal, Johann Pfyffer, se ocupó del traslado de este y, al menos, otros 25 restos de Roma a esa zona centroeuropea.

La historia de estos restos se remonta a 1578. Ese año, mientras realizan unos trabajos en el subsuelo de Roma, unos obreros descubren una serie de catacumbas repletas de esqueletos. La Iglesia, advertida del hallazgo, determina, sin excesivo rigor, que se trata de restos de mártires de la época romana y decide enviarlos como objetos de culto a iglesias y monasterios del sur de Alemania, Suiza y Austria, donde el catolicismo ha recuperado terreno tras la reforma protestante, pero cuyas iglesias se encuentran arrasadas y sin una mala reliquia u obra que mostrar.

Una vez en sus destinos, los rectores católicos deciden vestir esos esqueletos de la forma más suntuosa posible. En primer lugar, para demostrar a los nuevos fieles la pujanza de la Iglesia de Roma. Y en segundo término –como apunta Paul Koudounaris, su descubridor–, «para relacionar los restos con la descripción de la Jerusalén celestial repleta de joyas que se hace en el Libro de las Revelaciones».

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San Alberto. Es uno de los esqueletos que decoró una monja conocida como madre Potentiana, del monasterio bávaro de Freising. Se encuentra en la iglesia de Burgrain, un pueblecito alemán a las afueras de Garmisch-Partenkirchen.

Koudounaris explica su fascinación por los restos humanos remitiendo a una inscripción que halló en un osario alemán: «Lo que somos lo serás; lo que eres lo fuimos». Y ya tiene en mente sus próximos proyectos: un estudio sobre las posesiones diabólicas de gatos y otro acerca de las leyendas urbanas sobre fantasmas con necesidades sexuales.

De la tarea de enjoyar con profusión estos esqueletos se encargan las monjas de los monasterios suizos, alemanes y austriacos en los que recalan. Ellas y solo ellas porque, al ser considerados restos de mártires, no pueden ser manipulados por cualquiera. En algunos casos invierten hasta cinco años de trabajo y utilizan los materiales más suntuosos que tienen a su alcance: oro, piedras preciosas, gemas, seda, plata... «Es imposible poner un precio a estos esqueletos; su valor es incalculable», apunta Koudounaris.

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Santa Luciana. Algunas de las monjas que decoraron estos esqueletos optaron por tapar las calaveras con velos y centrarse en el cuerpo. Es el caso de este cadáver que se conserva en Heiligkreuztal, un minúsculo pueblecito alemán.

Durante su momento de esplendor, a estos cadáveres se los considera milagrosos, lo que contribuye a reforzar los vínculos de la Iglesia con las ciudades en las que los restos han recalado. Pero el paso del Barroco a la Ilustración los destierra de los principales altares y, pese al valor incalculable de las joyas que lucen, algunos de ellos acaban olvidados dentro de armarios.

El reponsable de localizarlos, fotografiarlos y devolverlos a la vida en el libro Heavenly bodies (‘Cuerpos celestiales’) ha sido Koudounaris. «Ha sido, sobre todo, un trabajo detectivesco y creo que todavía quedan bastantes por descubrirse», explica este profesor californiano que durante cinco años ha recorrido decenas de pequeños pueblos en busca de estos exquisitos cadáveres. «Son, sin duda, los mejores trabajos de arte sobre huesos jamás realizados», sentencia.

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San Federico. Conservado en el monasterio benedictino de Melk (Austria), está a la vista de los visitantes dentro de una urna acristalada. De todos estos 'cadáveres exquisitos', es el más conocido por el gran público.

El libro consolida a Koudounaris como el principal experto mundial en arte a partir de huesos, al que la prensa italiana dio el sobrenombre de Indiana Bones por su anterior trabajo, The empire of death, un recorrido por osarios de todo el mundo.


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Santa Mundicia. Está a la vista en la iglesia de San Pedro, en Múnich (Alemania), donde se celebra su festividad. Oculta por un breve periodo, lleva expuesta en su actual ubicación desde 1883.

Koudounaris explica su fascinación por los restos humanos remitiendo a una inscripción que halló en un osario alemán: «Lo que somos lo serás; lo que eres los fuimos».

No es el único fascinado por esta historia. El escritor español Javier González recrea en su novela El viaje de los cuerpos celestes la aventura de una expedición encargada de custodiar estos cadáveres en lo que sería la mayor y más alucinante campaña de propaganda de la historia de la Iglesia católica. Un relato apasionante y, como demuestran las fotos de este reportaje, basada en hechos reales.

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