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Emilia Pardo Bazán y su tórrido romance con Pérez Galdós

La terremoto de Meirás

Emilia Pardo Bazán y su tórrido romance con Pérez Galdós

Tenía una memoria prodigiosa, una curiosidad infinita, una inteligencia portentosa y mucho genio: se peleó con casi todos sus colegas, por sus derechos y los de las mujeres. Este año se han cumplido cien años de la muerte de Emilia Pardo Bazán, ‘la emperatriz de las letras’, mujer de rompe y rasga.

Miércoles, 15 de Septiembre 2021

Tiempo de lectura: 9 min

El salón es magnífico, «aunque sin cuadros de grandes firmas», apunta -malicioso- Ramón Gómez de la Serna. Literatos, como Rubén Darío, y aristócratas, como la condesa de Pinohermoso, coinciden en las tertulias del número 37 de la calle San Bernardo de Madrid. Según el muy ácido Gómez de la Serna, ellas, en traje de noche, y ellos, de frac, «se creen en el paraíso del gran mundo». Están en casa de doña Emilia Pardo Bazán, lugar de encuentro de la sociedad, la política y las artes españolas de principios del siglo XX.

Esas tertulias son una prueba de la determinación y la fuerza de Emilia Pardo Bazán, una señora de La Coruña –dueña del Pazo de Meirás– que desde que se asentó en Madrid, en 1890, había logrado convertirse en 'emperatriz de las letras'.

Era la reina del mundillo cultural de la capital y también el blanco de burlas y chascarrillos, la campeona de las caricaturas, la contendiente de encendidos debates literarios con sus colegas; la pionera también de la entrada de la mujer en lugares imposibles. Lo logró a base de trabajo, inteligencia, perseverancia, talento y combates, muchos combates.

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Pionera. Pardo Bazán fue la primera catedrática de Universidad de España. Aquí, en un homenaje a Concepción Arenal, otra luchadora, a la que admiró mucho.

Era la Pardo Bazán mujer de rompe y rasga, contradictoria, decidida y luchadora. Se peleó con casi todos sus colegas escritores. Debatió con José María de Pereda, Juan Valera o Leopoldo Alas, Clarín, y con muchos otros. También tuvo buenos amigos, como Francisco Giner de los Ríos, Emilio Castelar y Benito Pérez Galdós -con quien mantuvo una relación intelectual, amorosa y amistosa-, y se ganó la admiración de otros como Miguel de Unamuno o Vicente Blasco Ibáñez.

Su ascenso literario y social le supuso estar en boca de todos, ser el blanco de descalificaciones, chistes y mofas; sus combates la llevaron también a lograr proezas impensables para una española de su época: fue la primera consejera de Instrucción Pública y la primera catedrática (de Románicas) en la Universidad Central.

Como Menéndez Pelayo con faldas

¿Cómo lo consiguió aquella señorita nacida en La Coruña en 1851? «Fue fundamental el apoyo de sus padres, de los dos», explica su biógrafa Isabel Burdiel, autora de Emilia Pardo Bazán (Debate). Su padre, José Pardo Bazán, era un noble adinerado y liberal que insufló a su hija la autoestima y las ganas de saber. Desde niña le dio acceso a su biblioteca, y lo que es más llamativo: a su madre, Amalia de la Rúa-Figueroa, le pareció bien.

Emilia «creía en la fuerza de la voluntad y se la aplicó a sí misma. Era muy arrojada», cuenta Isabel Burdiel. Como era chica, tuvo que ampliar su formación de manera autodidacta. Estudió en un colegio francés de Madrid. Y leyó. Mucho: en francés, inglés y alemán. Devoró a Victor Hugo, Lamartine, Kant, Spinoza, Schopenhauer, Aristóteles, santo Tomás de Aquino… Y aprendió botánica, química, astronomía, derecho… Tenía una memoria extraordinaria y una curiosidad infinita. «Es un caso excepcional en una mujer del siglo XIX», dice Marisa Sotelo, recopiladora de textos de la escritora en Algo de feminismo y otros escritos combativos (Alianza Editorial). Fue un portento Emilia: «Era como Marcelino Menéndez Pelayo, pero era mujer», apunta la catedrática de Literatura Española Marina Mayoral.

Accedió al matrimonio propuesto por su familia y se casó a los 16 años con un conocido de la infancia, José Quiroga y Pérez Deza. Ella tenía 16 años; él, de 19, era un hidalgo, aficionado a la caza, mal estudiante de Derecho, guapo, indolente… un señorito. La joven pareja se fue a Madrid con los padres de ella cuando José Pardo Bazán fue elegido diputado. Sus buenas amistades les abrieron las puertas de bailes, chocolates y salones de Madrid. Pero «la señora de Quiroga no se contentaba con repartir Corazones de Jesús, componer odas y brindis o salir a los toros con mantilla y teja», cuenta Isabel Burdiel. Ella tenía inquietudes. Leía, escribía cuentos y artículos de enjundia, de divulgación científica en la Revista Compostela, por ejemplo. Y con un ensayo sobre el padre Feijoo -al que admiraba porque había defendido a las mujeres en el siglo XVIII- ganó un premio en Orense. Emilia se movía. Se trataba con los krausistas, se carteaba con Giner de los Ríos. Quería ser escritora y lo perseguía: escribía a los novelistas que le interesaban y les enviaba sus textos.

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Burlas para José.Emilia y José Quiroga, amigo de la infancia, se separaron tras 16 años de matrimonio y tres hijos.. Mantuvieron una relación civilizada. Él aguantó muchas chanzas por ser el marido de una mujer tan liberada.@ Archivo Fundación Lázaro Galdiano

Su matrimonio no iba bien. Entre José y Emilia se interponían disputas económicas, una suegra meticona y muchas decepciones. Cuando Emilia recopiló sus artículos sobre el naturalismo en La cuestión palpitante, se desató el escándalo. Su marido le pidió que se retractara y ella se negó. Fue la gota que colmó el vaso. Emilia hizo las maletas y se marchó a Madrid con los tres hijos. La relación entre ellos fue distante pero civilizada. Algo que -según Isabel Burdiel- hay que poner en el haber de José Quiroga porque «aguantó carros y carretas de chascarrillos, chistes y correveidiles sobre el que su mujer escribiera y viajara a París y viviera en Madrid. Fue un señorito, pero menos brutal y misógino que otros».

Por su apoyo al naturalismo, a la Pardo Bazán la llamaron 'atea', a ella que era ferviente católica. Y la bombardearon a descalificaciones porque el naturalismo defendía el determinismo, sostenía que estamos condicionados por la herencia, el medio y la circunstancia histórica, y el poner en duda el libre albedrío chocaba con asuntos de moral. En lo literario también despertó reticencias porque en sus obras mostraba la suciedad y la fealdad, lo desagradable que la sociedad prefería no ver. En sus libros (La Tribuna, La dama joven, Insolación) no había idealizaciones ni sermones moralizantes.

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Apoyo materno. Amalia de la Rúa-Figueroa apoyó a su hija Emilia en sus ambiciones intelectuales y se ocupó de sus nietos y de llevar su casa.

Se opusieron a que fuera académica. "No hubo diablura que no se ejerciese contra mí. Ya eran chinitas, ya zurriagazos", dijo ella

La Pardo Bazán era contradictoria, eso sí. Era conservadora y transgresora; católica y naturalista; condesa y feminista radical; primero, fue carlista y, luego, alfonsista; denunciante de las banalidades y, sin embargo, amiga del boato social para ella y sus hijos. «Cortejaba el mismo medio que fustigaba en sus novelas», dice Isabel Burdiel.

Cansinos Assens la llamó «beata». La llamaron de todo. Para Pío Baroja fue una «matrona barriguda»; para Ramón Pérez de Ayala, «amabilísima pero cursi». «Estas mujeres que se meten a hombres…», dijo sobre ella Armando Palacio Valdés. «Tiene ingenio, cultura y singulares condiciones de estilo, pero como toda mujer tiene una naturaleza receptiva y se enamora de todo lo que hace ruido sin ton ni son», comentó de ella Menéndez Pelayo. Para Pereda era una metomentodo, claro que Emilia dijo de él que «es como un hermoso huerto bien regado pero de limitados horizontes porque solo cuenta lo que pasa en su tierra montañesa». No se arredraba doña Emilia, no. «No era blanda ni sentimentaloide ni lacrimosa. Hay gente a la que cae mal por eso», explica Isabel Burdiel.

Sexo con Benito Pérez Galdós, su 'miquiño adorado'

Incluso Galdós, con el que mantuvo una relación amorosa y al que ella llamaba mi 'miquiño adorado y dulce vidiña', dijo sobre ella en una carta escrita en 1885 a Clarín: «Es realmente instruidísima y tiene mucho talento […], pero tiene el inconveniente de ser mujer, y de perder por la mucha sabiduría el encanto propio de la mujer».

"Acostarme contigo sabe a gloria. Me gustas más que ningún libro", escribió doña Emilia a Galdos

Don Benito y doña Emilia mantuvieron un romance en secreto. Ella iba al Ateneo en coche con sus boas y encajes, él paseaba por barrios humildes con el gabán raído. Luego se adoraban: «Acostarme contigo sabe a gloria», escribió ella en su correspondencia picante, donde le confesaba «me gustas más que ningún libro».

Galdós, con su timidez y desaliño, gustaba a las mujeres. Despertaba en ellas ternura: «Parece delicado de salud, le cuidaré yo que soy robusta», escribió Emilia. Lo 'cuidaban' varias. Estando con la escritora dejó embarazada a una muchacha inculta y lozana. Emilia lo sabía y tragaba. Ah, pero cuando Emilia tuvo un affaire con José Lázaro Galdiano, Galdós se enfadó. Ella pidió perdón por «su error momentáneo de los sentidos», aunque también le afeó a él la diferencia de criterio en cuanto a infidelidades. Es una pena que se haya perdido gran parte de la correspondencia entre ambos porque mantuvieron una interesante relación intelectual y una bonita amistad hasta el final.

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Galdós y Galdiano: dos amores.Cuando estaba con Benito Pérez Galdós (que le era infiel), tuvo un affaire con José Lázaro Galdiano, a la derecha. Pidió perdón a Galdós por aquel «error momentáneo de los sentidos».@Album y Archivo Fundación Lázaro Galdiano

«Tuvo pocos amigos, pero muy selectos. Es más interesante analizarla por los apoyos que obtuvo que insistir en la victimización y la misoginia habitual», opina su biógrafa. Produjo emociones fuertes y encontradas y no eludió el enfrentamiento. Debatió sobre filosofía, literatura, darwinismo y, por supuesto, sobre los derechos de la mujer, que defendió con ímpetu, sobre todo batalló para que hubiera igualdad en la educación. Publicó en 1889 La mujer española, en inglés, en la Fortnightly Review; acudió al Congreso Pedagógico Hispano-Luso-Americano de 1892 y «se enfrentó abiertamente a los autores que mantenían la inferioridad intelectual de las mujeres basándose en su condición biológica», cuenta Marisa Sotelo. Peleó porque «hay una relación directísima entre los derechos y privilegios concedidos a la mujer y el estado de cultura de las naciones», dijo.

Intentó ser admitida en la Real Academia de la Lengua, lo que provocó una gran escisión: de un lado la apoyaban Galdós y Antonio Maura (aunque luego reculó) y Santiago Ramón y Cajal, recién llegado y sin voto aún en la Academia; y enfrente de ellos, los demás. «No hubo diablura que no se ejerciese contra mí. Ya eran chinitas, ya zurriagazos», dijo Emilia. No logró ingresar, pero proclamó que «la lucha vale más que el triunfo».

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A la última.Le atraía lo nuevo. Quiso aprender a conducir y fue de los primeros escritores en utilizar una máquina de escribir. Esta imagen es de 1915, doña Emilia tenía 64 años.

Merecía ser académica porque «fue una renovadora de la literatura española», según la académica argentina Alicia Jurado. «Transformó el realismo clásico, incorporó cambios de la novela rusa, estuvo abierta a lo nuevo; incorporó a sus obras elementos simbolistas y modernistas. Y tiene novelas y cuentos a la altura de Clarín y Galdós y muy por encima de Pereda y Valera», sostiene Isabel Burdiel. «Fue muy reconocida en su época, entró en el canon literario, pero luego se la ha minusvalorado», añade. Y Emilia valía. En París participaba en la tertulia de los hermanos Goncourt, era amiga de Daudet, departió con Zola y Victor Hugo. Se escribía ella sola las cien páginas de la revista Nuevo Teatro Crítico. Incluso Clarín -que no la tragaba- reconoció tras leer Los pazos de Ulloa: «Sabe escribir». Ella el ego lo tenía bien cimentado. «Galicia solo ha tenido dos grandes escritores y los dos visten faldas: el padre Feijoo y yo», dijo. Y eso, siendo mujer: «Cómo habría cambiado mi vida de haberme llamado Emilio», decía la Pardo Bazán.

Etiquetas: mujeres
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