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Ciudades inteligentes
Lunes, 02 de Diciembre 2024
Tiempo de lectura: 2 min
Los drones inspeccionan cada centímetro de la infraestructura ferroviaria de Zúrich sin interrumpir el servicio. En Oslo son los propios coches los que monitorean la calidad del aire. En Singapur, los semáforos deciden por sí mismos cuándo cambian de color para evitar atascos… Son las aplicaciones modernas del Lidar, una tecnología veterana que se está imponiendo en todo el mundo.
Como muchos aparatos 'viejunos', el Lidar es bueno, bonito y barato. Y su exitosa alianza con la miríada de sensores inteli- gentes que se están desplegando en ciudades y vehículos permite capturar billones de datos de manera sostenible y convertir las ciudades que apuestan por su implantación en las más 'listas' (y vivibles) del planeta.
La existencia teórica del láser (un haz de luz concentrada) se le ocurrió a Einstein en 1915. El primer rayo láser data de 1960, y un año más tarde se inventó el Lidar, del inglés light detection and ranging ('detección y localización por luz'). Es una secuencia de pulsos de láser que permite medir distancias y velocidades con una precisión mayor que la del GPS. Ya no es posible imaginar una smart city sin esa telaraña lumínica que sitúa a cada vehículo, cada peatón y cada bache en un fluido mapa tridimensional que evoluciona en tiempo real, de día y de noche. Lo más revolucionario es su portabilidad. Ahora puede integrarse en coches y drones, y cada nube particular puede comunicarse con las que tiene a su alrededor.
Esta innovación permite detectar y localizar objetos en un rango de 1 a 300 metros con gran exactitud. Y no estamos hablando solo de servir de guía a los 'robotaxis' autónomos, como en San Francisco. Detectan también la suciedad en los monumentos; ayudan a los forenses a reconstruir crímenes y accidentes; viajan en los camiones de basura para optimizar la ruta de recogida; se utilizan para crear réplicas de barrios en los que simular cómo afectarían los planes urbanos; evalúan la calidad de la construcción con solo echarle un vistazo a la fachada de un edificio; incluso pueden rastrear el subsuelo… El desafío: vigilar que ese enorme caudal de información sea compatible con la privacidad de los ciudadanos que la disfrutan.