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La NASA cierra sus ojos

Se apagan satélites

La NASA cierra sus ojos

Aire: nubes sobre las islas Aleutianas, que se extienden desde Alaska hasta Asia, tomadas por el satélite Aqua en 2010. Tierra: una serie de imágenes capturadas por el satélite Terra en 2002 mostró el colapso de la plataforma de hielo Larsen B en la Antártida. Mar: vista registrada por el satélite Aqua de la columna de cenizas del volcán islandés de Eyjafjallajökull sobre el océano Atlántico en 2010.

Los tres satélites que han dado fe, por tierra, mar y aire, de lo que estaba pasando con el clima en nuestro planeta están a punto de apagarse. Las consecuencias de esta ceguera espacial son enormes. Te lo contamos

Lunes, 15 de Julio 2024

Tiempo de lectura: 5 min

Hay tres satélites de la NASA a la deriva. Casi han agotado el combustible y pierden altura gradualmente. Se apagarán en los próximos meses sin que nadie lo remedie. Estos satélites han excedido con mucho su vida útil gracias a que los ingenieros se las arreglaron para corregir sus órbitas hasta el año pasado, pero estas maniobras, caras y complejas, ya no son viables. Están sentenciados, aunque el valioso instrumental que llevan a bordo todavía envía imágenes y mediciones; y lo seguirá haciendo, genio y figura, hasta el último momento.

Cuando ese instante final llegue, será como si cerrásemos los ojos. Porque los tres satélites han sido los testigos de la evolución del clima y los desastres ambientales durante los últimos veinte años. Se llaman Terra, Aqua y Aura. Y se ocupaban, respectivamente, de la corteza terrestre, las masas de agua y la atmósfera. Día tras día han observado el planeta desde principios de siglo a más de 700 kilómetros de altitud. Y han visto cómo se iba degradando la Tierra: el acelerón del cambio climático; los incendios forestales convertidos en bestias incontrolables; calimas gigantescas que transportan toneladas de polvo del desierto de un continente a otro; el blanqueamiento mortal de los corales; mareas negras provocadas por los derrames de petróleo…

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Terra. Lanzado en 1999 para escudriñar la superficie terrestre y medir la radiación solar.

Imperturbables, estos satélites eran (siguen siendo hasta que entreguen su último aliento, no se sabe con exactitud cuándo) los notarios que dan fe de lo que está sucediendo por tierra, mar y aire: constatan la pérdida de los bosques y humedales; miden el grosor del permafrost que se derrite; monitorean la temperatura de los océanos (nunca han estado tan calientes); calculan la concentración de las partículas del humo de las columnas volcánicas…

Proporcionan, en definitiva, una información valiosísima a los científicos, que temen que la inminente ceguera espacial nos deje a oscuras en el peor momento. «Perder estos datos es trágico», se lamenta Susan Solomon, química atmosférica del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). «Justo cuando más necesita el planeta que nos centremos en comprender cómo nos influye y cómo lo estamos influyendo, es como si nos durmiésemos al volante»

El mayor hito ecológico

Aura, por ejemplo, logró un hito fundamental: nos ha informado de la evolución del agujero de ozono en la estratosfera, sin duda el mayor logro ambiental de la humanidad, que por una vez se puso de acuerdo y limitó los gases industriales de los aerosoles, como proponía la comunidad científica. De este modo consiguió su reducción a nivel mundial y la recuperación de la capa protectora, excepto en algunas zonas muy concretas del hemisferio norte, lo cual es un misterio para el que todavía no hay explicación.

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Aqua. Lleva operativo desde 2002 y se centra en el agua en todas sus formas, incluyendo la lluvia y los procesos de evaporación.

En puridad, los satélites no se caen, sino que descarrilan poco a poco. Una órbita viene a ser como una vía circular (para ser precisos, elíptica). El apagamiento es un proceso controlado, pero una vez que los satélites se descuelgan de su órbita original es imposible saber cuántas vueltas más darán de propina. «Ha sido una combinación de excelente ingeniería y mucha suerte lo que ha permitido que tengamos estos satélites funcionando veinte años», señaló Waleed Abdalati, antiguo científico jefe de la NASA, a The New York Times.

Ya existen otros satélites que pueden paliar, aunque solo parcialmente, la pérdida, como los de la Agencia Espacial Europea, pero la importancia de los que están a punto de jubilarse radica no solo en su alcance y versatilidad, sino en el hecho de que han proporcionado largas series históricas de mediciones muy fiables que nos han permitido tener una visión panorámica de la evolución del clima y los eventos meteorológicos.

Un planeta no tan azul

¿Y ahora qué? El futuro pasa por instrumentos más pequeños y livianos, los cuales podrían ponerse en órbita de manera más barata y ágil que Terra, Aqua y Aura, que tienen el tamaño de contenedores de barco. En su lugar existe una carrera espacial impulsada por compañías privadas –entre ellas, la española PLD Space– que se proponen poner en órbita enjambres de microsatélites no mucho mayores que ladrillos, provistos de sondas en miniatura. «Sin embargo, para que estas tecnologías sean útiles, tienen que empezar a funcionar antes de que los satélites actuales se apaguen. Se necesita un largo periodo de superposición para calibrar las mediciones y compararlas con las que hemos venido tomando hasta ahora. De lo contrario, no podremos confiar en ellas», advierte Norman Loeb, el principal experto en nubes y radiación solar de la NASA.

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Aura. Funciona desde 2004 y se encarga del seguimiento de los gases atmosféricos.

Uno de sus últimos servicios ha sido informarnos de que nuestro planeta azul ya no es tan azul. Más de la mitad de los mares y océanos (el 56 por ciento) se han vuelto verdes, sobre todo en las regiones tropicales. Este cambio cromático, imperceptible a simple vista, evidencia un alarmante exceso de fitoplancton, un microorganismo que contiene clorofila (un pigmento verdoso). Esta abundancia de fitoplacton no anuncia nada bueno. Cuando muere, genera una peligrosa reacción en cadena: las bacterias que lo descomponen consumen grandes cantidades de oxígeno; la materia en suspensión impide el paso de la luz y, por tanto, la fotosíntesis; las aguas se estratifican y se vuelven anóxicas, de tal modo que son incapaces de proporcionar alimento y oxígeno a la fauna marina. No es, por tanto, solo un cambio de color; es una llamada de socorro.

La mancha blanca del Mar Menor. Misterio resuelto

Esta mancha blanca en el mar Menor, solo visible desde el cielo, fue detectada en 2022 y hoy ocupa el 10 por ciento de la maltrecha laguna. Las imágenes del satélite Aqua ayudaron al Instituto Español de Oceanografía a resolver su origen: la descarga submarina de carbonato cálcico de un acuífero contaminado por nitratos agrícolas.

 

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