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¡Paren ese asteroide! Los secretos de la Máquina Z

Ingenios contra el apocalipsis

¡Paren ese asteroide! Los secretos de la Máquina Z

Disparar un colosal ingenio, situado en una instalación subterránea del desierto de Nuevo México (Estados Unidos), podría evitar el impacto de un asteroide contra la Tierra. Este artilugio, llamado 'Máquina Z' y creado en la Guerra Fría, es nuestra mejor opción, pero no la única. Te lo contamos.

Viernes, 07 de Marzo 2025, 10:01h

Tiempo de lectura: 9 min

Es una ironía del destino que nuestra mejor esperanza para evitar el impacto devastador de un asteroide contra nuestro planeta sea un ingenio diseñado originalmente para desatar el apocalipsis… Se llama 'Máquina Z' y es una instalación subterránea en el desierto de Nuevo México (Estados Unidos). Nació en plena Guerra Fría, en un laboratorio militar ultrasecreto dedicado a estudiar las explosiones atómicas; fue reciclada en los años noventa hacia la investigación civil de la fusión nuclear, esa gran promesa de energía inagotable. Y ahora, en un giro de guion digno de una película de catástrofes, podría convertirse en la solución para desviar la trayectoria de visitantes espaciales no deseados.

El último se denomina 2024 YR4. Los astrónomos dieron un respingo cuando lo vieron aparecer en un telescopio chileno y determinaron que era el asteroide con más probabilidades de impactar contra la Tierra desde que se monitorizan las órbitas de los objetos peligrosos: una entre 32. Incluso se llegó a determinar la fecha y el lugar del encuentro como quien agenda una cita con el dentista: 22 de diciembre de 2032, en algún punto entre las selvas de Colombia y los deltas de Bangladés.

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DART. La técnica probada. La mejor opción hoy es estrellar un cohete contra el asteroide. La misión DART de la NASA ya desvió así Dimorphos en 2022. En las imágenes, experimentos de impacto sobre una matriz de arena en los que se mide cómo los disparos afectan al objetivo.

Las últimas mediciones son más tranquilizadoras. Además, el pedrusco pronto se ocultará tras el resplandor solar, concediéndonos un paréntesis para que nos ocupemos de otros asuntos hasta 2028, cuando reaparecerá en nuestros telescopios recordándonos que, como el dragón del cuento, sigue allí. Habrá entonces una nueva ronda de cálculos… Pero los científicos tienen la obligación de ponerse en el peor de los escenarios. No por atemorizar al personal, sino porque hay millones de objetos allá arriba. Y, si juegas el tiempo suficiente a la lotería, al final cae.

Habría que crear una réplica de la Máquina Z y subirla a una nave para disparar a quemarropa al asteroide

De todos los asteroides identi-ficados, los astrónomos se centran en la vigilancia de 1425 que tienen una probabilidad de impacto contra la Tierra «distinta de cero». La gran pregunta no es si nos enfrentaremos a una colisión, sino cuándo. Será dentro de unos años, décadas o siglos; pero será. El incidente de Cheliábinsk en 2013, cuando un asteroide del tamaño de un autobús explotó sobre Siberia, liberando treinta veces la energía de la bomba de Hiroshima, nos recuerda que la amenaza es real.

Piedras y colosos espaciales

Y el tamaño importa. Los más pequeños, de menos de 25 metros, suelen quemarse en la atmósfera. Los medianos, como 2024 YR4, podrían destruir una ciudad. Los grandes, de más de 140 metros, arrasarían países enteros. Y los gigantes, de más de un kilómetro, podrían cambiar el clima global y causar extinciones masivas. Si el asteroide mide más de 10 kilómetros, como el que acabó con los dinosaurios, 'resetearía' la vida sobre la Tierra.

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Tractores gravitacionales. La opción elegante. Una nave se acerca al asteroide y, al ejercer una pequeña fuerza de gravedad sobre el objeto, lo logra 'remolcar'; es decir, consigue que cambie su trayectoria, pero muy lentamente. Sin embargo, el problema es que este proceso es muy lento. 

Hasta ahora, la mejor opción era estrellar un cohete espacial contra cualquier roca que se aproxime. La misión DART de la NASA logró un hito en 2022, cuando empotró una nave del tamaño de un SEAT 600 contra Dimorphos y desvió su trayectoria, pero ese asteroide solo tiene unos 170 metros de diámetro, lo que viene a ser como la pirámide de Giza. Mucho más poderosa, en las simulaciones, la Máquina Z es capaz de desviar asteroides de hasta 4 kilómetros, que suponen una amenaza existencial.

Si el asteroide 2024 YR4 se empeña en hacer blanco, habría que prepArar la mayor evacuación de la humanidad

Los científicos del Laboratorio Nacional Sandia nunca imaginaron, cuando reacondicionaron en 1996 la Máquina Z, que aquella vetusta instalación destinada a estudiar el comportamiento de materiales en condiciones extremas (como explosiones nucleares) podría usarse para la defensa planetaria. Este coloso de 30 metros de diámetro sería capaz de simular el efecto de una bomba atómica sobre la superficie de un asteroide.

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Velas solares. El plan más futurista. Se fijaría una vela solar (una tela muy fina que refleja la luz del Sol) sobre la superficie del asteroide. La radiación solar la empujaría y, con el tiempo, alteraría la trayectoria de la roca, como haría una brisa ligera con un barco. 

Cuando el dispositivo entra en funcionamiento, almacena energía equivalente al consumo de varias ciudades para luego descargarla en menos de 100 nanosegundos, generando temperaturas superiores a 2000 millones de grados Kelvin –130 veces más caliente que el núcleo del Sol– y produciendo rayos X tan intensos que contienen más energía de la que los físicos pueden explicar matemáticamente. En los experimentos, mientras los ingenieros observan desde sus búnkeres fortificados, la máquina vaporiza instantáneamente pequeñas muestras de cuarzo.

La incertidumbre ante el gigante Apophis

Este colosal asteroide ‘rozará’ la Tierra en 2029. Pasará a tan solo 31.000 kilómetros, más cerca que muchos satélites de comunicaciones.

Si algún día las cosas se ponen feas y necesitamos desviar una roca espacial de gran tamaño, los rayos X generados por la Máquina Z no pueden convertirse en un cañón cósmico disparado desde tierra, como una especie de batería antiaérea. Habría que enviar una nave equipada con una réplica portátil para disparar casi a quemarropa, a 1 o 2 kilómetros del asteroide. La detonación generaría una potentísima explosión, que volatilizaría parte de su superficie y crearía un efecto propulsor. Nathan Moore, investigador jefe en los Laboratorios Sandia, explica que este proceso podría generar un impulso de 70 metros por segundo, una velocidad que, con suerte, alteraría su órbita lo suficiente para evitar una colisión con nuestro planeta.

Cuando el tiempo apremia

Hay otras opciones sobre la mesa. El tractor gravitacional es una idea surgida en 2005 de la mente de dos científicos de la NASA: Edward Lu y Stanley Love. El concepto es el siguiente: una gran nave espacial navegaría hasta el objeto amenazante para estacionarse a escasos metros de su superficie, donde la mutua atracción gravitatoria –infinitesimal, pero constante– actuaría como una correa invisible que gradualmente arrastraría al asteroide fuera de su trayectoria de colisión, como un coche que se lleva la grúa. Sin embargo, su debilidad radica en la cantidad de tiempo que requiere esta estrategia: el proceso necesitaría décadas completas para generar desviaciones significativas. Mientras tanto, la Agencia Espacial Europea (ESA) explora variantes como el tractor electrostático, que añade fuerzas de repulsión eléctrica al método original.

La mencionada misión DART demostró en 2022 que un proyectil espacial lanzado a toda velocidad puede alterar la trayectoria de un asteroide. De hecho, esta técnica (conocida como 'impactador cinético') es la única probada en condiciones reales; y resulta prometedora para objetos pequeños o medianos detectados con, al menos, una década de anticipación, aunque los científicos calculan que en caso de emergencia se pueden acortar los plazos para responder en cuatro años. Sin embargo, resulta inútil contra objetos mayores de 500 metros (afortunadamente el amenazante 2024 YR4 mide como mucho 90 metros). Pero, además, esta estrategia no está exenta de riesgos.

«Podríamos fragmentar el asteroide y, en lugar de desviar una única roca grande, terminaríamos creando una lluvia de fragmentos más pequeños. Es como convertir una única bala de cañón en una descarga de perdigones: multiplicaríamos las zonas de impacto y el daño potencial», señala Robin Andrews, vulcanólogo. Y es que muchos asteroides de pequeño tamaño son considerados 'pilas de escombros', conglomerados sueltos de rocas y polvo que se mantienen unidos por la gravedad. Sin embargo, estudios recientes sugieren que esta fragmentación, debidamente controlada, podría ser beneficiosa. Si los trozos se dispersan lo suficiente, el daño total sería menor que el de un impacto único y masivo.

Finalmente, la propulsión mediante velas solares representa la opción más futurista de nuestro arsenal: enormes láminas ultrafinas de material reflectante, desplegadas en el espacio como gigantescos espejos del tamaño de campos de fútbol, podrían aprovechar la presión de la radiación solar para empujar suavemente un asteroide fuera de su curso. Aunque la fuerza ejercida por los fotones solares parece insignificante –comparable con el peso de un grano de arena sobre la palma de tu mano–, su empuje constante durante años podría acumular el impulso suficiente para desviar una roca espacial. La NASA y la Agencia Espacial Japonesa (JAXA) ya han demostrado la viabilidad del concepto con misiones como Ikaros y NEA Scout, pero escalar esta tecnología para influir en un asteroide de grandes dimensiones sigue siendo un desafío del que nos separan décadas. 

¿Y si no hay alternativa?

¿Y si todo falla? Entonces tocaría calcular la franja de riesgo y prepararse para lo peor. En el remoto caso de que 2024 YR4 se empeñe en hacer blanco, hoy por hoy el 'corredor de la muerte' es demasiado grande e impreciso: desde Centroamérica a Asia, pasando por extensiones del Pacífico y bordeando las costas orientales de África. Pero con los modernos modelos matemáticos habría que delimitar zonas de impacto primarias y secundarias, considerar tsunamis y eyecciones de gas a la atmósfera, diseñar corredores de evacuación transnacionales... Bangladés, con 170 millones de personas en un territorio vulnerable y de recursos limitados, supone la peor pesadilla para las agencias de protección civil. En definitiva, habría que preparar el mayor ejercicio de evacuación en la historia de la humanidad, precisamente cuando hay potencias que cuestionan la cooperación internacional. «La defensa planetaria no es un problema científico, sino una prueba de nuestra capacidad de cooperación como civilización», señala Patrick Michel, investigador principal de la misión Hera.

Además, los críticos ven otra amenaza. «La defensa planetaria podría servir de excusa para militarizar el espacio si se permite a potencias nucleares desplegar dispositivos bajo el pretexto de protección», advierte Andrés Pienizzio, experto en derecho espacial. Sin embargo, con el despliegue de la Fuerza Espacial estadounidense (Space Force), la puesta en órbita de miles de satélites civiles, como Starlink, que proporcionan comunicaciones militares, y los ambiciosos programas espaciales de China y la India, el espacio ya lleva camino de convertirse en un campo de batalla. «Temo que no haya suficiente instinto de supervivencia colectiva para superar las fuerzas políticas centrífugas. Esa es, en pocas palabras, la razón por la que algún día nos golpeará un asteroide», advierte el astronauta Russell Schweickart. O quizá, y es otra ironía del destino, la amenaza del exterior nos sirva para darnos cuenta de que todos viajamos en una frágil nave espacial llamada Tierra.