Ivana, la mujer que desplumó a Trump
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Ivana, la mujer que desplumó a Trump
Viernes, 16 de Febrero 2024
Tiempo de lectura: 7 min
La santa patrona de las mujeres despreciadas. Así bautizó a Ivana Trump el tabloide británico The Mail on Sunday, por su capacidad para reinventarse a sí misma tras su divorcio, en 1992, del gran magnate inmobiliario Donald Trump. Claro que sobrevivir a un matrimonio con 25 millones de dólares, una fortuna en bienes inmuebles y una asignación anual de cinco millones en el bolsillo debe de facilitar mucho las cosas.
Ivana, en todo caso, lejos de convertirse en una millonaria enjoyada y aburrida, se puso manos a la obra para construir su propio imperio. Esta antigua esquiadora y modelo nacida en Zlín, una ciudad industrial de la República Checa, habría amasado ella sola otros 60 millones.
Por simplificar un poco las cosas, Ivana explicaba así el secreto de su éxito: «Tengo el cuerpo de una mujer, pero pienso como un hombre». Su carrera en solitario fue tan fulgurante que, en 1996, apenas cuatro años después de divorciarse, fue requerida en la película El club de las primeras esposas para, con toda la autoridad de su experiencia, pronunciar ante los deprimidos personajes encarnados por Goldie Hawn, Bette Midler y Diane Keaton esta contundente frase: «No se enfaden con ellos, chicas, mejor ¡quítenselo todo!».
Durante dos años, desde su separación en 1990 de Trump –con el que tuvo tres hijos: Donald Jr., Ivanka y Eric– hasta la consumación del divorcio, los trapos sucios de su matrimonio ocuparon las portadas de los medios del corazón de medio mundo. «La gente se preguntaba qué sería de mí sin Donald –decía–. Pues bien, fundé dos compañías». Ivana Inc., que gestionaba sus apariciones públicas (anuncios, realities, presentaciones, discursos, ejercer de comentarista), e Ivana Haute Couture, que comercializaba sus productos (ropa, cosméticos, joyas, accesorios)».
Poseía, además, numerosos negocios inmobiliarios y su propia marca de vinos, Legends Wines, en las etiquetas de cuyas botellas aparece la propia Ivana. Pese a sus éxitos personales, en todo caso, Ivana Trump siguió utilizando el apellido de su marido más célebre (se ha casado cuatro veces) y es indudable que ha sabido sacar partido de sus enseñanzas en el mundo de los negocios. La autopromoción incansable, por ejemplo. Tan implacable en ese aspecto como su ex, hizo de su nombre y su imagen la base de su éxito. Este arrancó apenas meses después de obtener el divorcio con una novela sobre las aventuras de una bella esquiadora checa que se convierte en modelo y acaba casada con un magnate norteamericano. ¿Te suena?
Las ventas sonrieron a la autora, que pronto entregó la secuela y, sin apenas descanso, se marcó un tercer superventas. The best is yet to come: coping with divorce and enjoying life again (Lo mejor está por llegar: cómo lidiar con el divorcio y disfrutar otra vez de la vida). Sus consejos para divorciadas, de hecho, tuvieron continuación en 2001 en forma de columna para la revista Divorced.
La biografía de esta empresaria, influyente socialitè y eminente divorciada es la historia de una mujer que, ante todo, supo aprovechar sus oportunidades. Su infancia, tan alejada como Marte de la Tierra de su vida actual, estuvo marcada por sueños de esquiadora con ambiciones olímpicas y el afán de vivir algún día al otro lado del telón de acero. Fue su padre, un ingeniero, quien primero soñó un futuro deslumbrante para su hija. La pequeña Ivana Marie Zelnícková había nacido antes de tiempo y pasó algunas semanas en la incubadora.
Esa fragilidad hizo que el señor Zelnícek se obsesionara con reforzar la salud de su pequeña. Con apenas dos años, Ivana comenzó a nadar y a esquiar. «A los seis gané mi primer descenso. Esquiar fue definitivo en mi vida. Cuando te lanzas montaña abajo a 130 kilómetros por hora, no puedes contar con papá y mamá. Solo puedes contar con Ivana».
A Milos Zelnícek, su hija le agradeció ante todo haberle inculcado disciplina. «Con 12 años me metió en un centro de entrenamiento para que desarrollara mis habilidades deportivas. Un año después, cuando llevé malas notas a casa por primera vez, me puso a trabajar en una fábrica de zapatos. Al cabo de tres semanas le supliqué que, si me daba otra oportunidad, sería buena estudiante. Aprendí que sin disciplina no se consigue nada en la vida».
Ivana siguió compitiendo y viajando durante sus años universitarios en Praga (era titulada en Educación Física), ampliando sus horizontes mientras se convertía en cotizada modelo. En 1971 ganaba 38 dólares diarios, una suma considerable en la Checoslovaquia comunista; salía en una popular serie de la televisión local y, en 1972, se quedó a las puertas del equipo olímpico nacional.
La frustración fue tremenda y la idea de dejar su país se convirtió en prioridad. No solo por su dolor, había conocido Occidente y anhelaba una vida con más libertad, oportunidades y, sobre todo, glamour. Años antes, en la universidad, se había enamorado de un hombre, el primero de ellos, que le cambiaría la vida, un esquiador checo con pasaporte canadiense llamado George Syrovatka. «El primer amor de mi vida» dijo ella.
George vivía en Montreal, donde poseía una tienda de artículos deportivos. Juntos idearon un plan de fuga. Syrovatka convenció al esquiador austriaco Alfred Winklmayr para casarse con Ivana. Con pasaporte de Austria, podría salir de la Checoslovaquia comunista sin parecer una desertora y perjudicar a su familia.
La boda se celebró en 1972 y el divorcio, poco después. Para entonces, ella ya vivía en Montreal. «Retomé mi carrera de modelo y comencé a trabajar para la agencia más importante de la ciudad. Entonces ocurrió. En el verano de 1976, me enviaron a Nueva York junto con otras compañeras, para promocionar los Juegos de Montreal. Una noche acabamos en un restaurante de moda, donde enseguida nos dieron una mesa por cortesía del señor Trump. Nueve meses más tarde estábamos casados. Un año después vendría Donald Jr.; luego, Ivanka en 1981; y en 1984, Eric; mis tres hijos. La familia es la raíz de todo lo que es bueno en nuestras vidas. Estoy agradecida por la mía».
Los Trump pronto se convirtieron en una pareja poderosa que dominó la alta sociedad de Nueva York durante los 80. El matrimonio llamó la atención constante de la prensa debido a su ostentación. He aquí algunos ejemplos: tras construir la Torre Trump en Manhattan, la familia ocupó las tres plantas superiores; en 1984 adquirieron una mansión en Connecticut por 3,7 millones; un año más tarde fueron 10 millones por una histórica mansión de 110 habitaciones en Palm Beach, reducto de millonarios en Florida; compraron, además, tres casinos en Atlantic City, el lujoso hotel Plaza de Nueva York, un yate de 29 millones, un helicóptero Puma y un Boeing 727.
Ivana desempeñó un papel activo en la construcción y consolidación del imperio Trump, dirigiendo algunos de sus buques insignia como el primer casino del clan o el Plaza. «Bajo mi dirección fue reconocido como el hotel más lujoso de Estados Unidos», explicaba.
La felicidad, sin embargo, no iba a durar eternamente. En 1990, mientras esquiaba en Aspen, Marla Maples, una aspirante a actriz 14 años más joven que Ivana, le confesó que tenía una aventura con su esposo. «Primero, no me lo podía creer; después, me puse hecha una furia». Se prometió entonces demostrar a su marido quién era ella. Dos meses después ya había solicitado el divorcio por el trato cruel e inhumano del señor Trump.
Durante dos años, la pareja se tiró los trastos a la cabeza azuzados por la prensa más escandalosa, hasta que la muerte del padre de Ivana reunió a los cónyuges en un funeral, donde pactaron continuar el divorcio de forma amigable. Ya divorciada, dedicada en cuerpo y alma a forjar su propio imperio, Ivana conoció, a los 46 años a su siguiente marido, el industrial italiano Riccardo Mazzucchelli.
El matrimonio no celebró su segundo aniversario, aunque al menos tuvieron un final limpio y rápido. El cuarto marido, el actor y modelo italiano Rossano Rubicondi, 24 años menor que ella, tardaría once en llegar, todo un récord en su biografía. Cuestionada sobre la diferencia de edad entre ambos, Ivana señaló. «Un hombre mayor no aguantaría mi energía».
Cuando Trump se convirtió en presidente de Estados Unidos, Ivana sacó pecho reivindicándose como la madre abnegada que había educado a los tres hijos que tuvo con él. Trump le ofreció el puesto de embajadora de la República checa. Pero Ivana lo rechazó.
Se llevaba bien con Donald, incluso protagonizaron juntos un anuncio. Pero se enredó en un rifirrafe con Melania cuando declaró que, como ella era la primera esposa, era también la primera dama. Melania le contestó que la primera dama era ella.
A pesar de esos encontronazos con Melania no se llevaba tan mal como con Marla Maples, la mujer con la que Trump le fue infiel. Menuda era Ivana.