
Expediente César: toda la verdad de Siria
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Expediente César: toda la verdad de Siria
Viernes, 21 de Marzo 2025, 11:01h
Tiempo de lectura: 10 min
Uno no nace siendo héroe; a veces, simplemente, es algo que ocurre. Así le sucedió a César, nombre en clave bajo el que se ocultaba Farid Al-Madhhan, un suboficial de la Policía Militar de Bashar al-Asad. Hasta que empezó la guerra en Siria, en 2011, su trabajo consistía en fotografiar los cadáveres de los soldados que morían en accidente. Con los años se convirtió en el hombre que sacó del país de forma clandestina 26.342 imágenes en alta resolución de 6679 personas asesinadas por el régimen. Es la evidencia más importante hasta ahora de los presuntos crímenes contra la humanidad cometidos por Al-Asad y los suyos. Si un día el tirano es llevado a juicio, lo será, entre muchos otros motivos, por estas imágenes.
Todo eso ocurrió hace casi doce años. César está sentado ahora en la sala de estar de un adosado en un pequeño pueblo francés. Es un hombre fuerte, de 56 años. Sus ojos marrones vagan nerviosos por la habitación. Llegó a Francia hace una década y confía en que, con la caída de Al-Asad y su huida a Moscú, pueda recuperar cierto control sobre su vida.
La guerra en su país comenzó hace 14 años con los disturbios en la ciudad de Daraa, cuando unos jóvenes hicieron pintadas con consignas antigubernamentales y fueron torturados por el servicio secreto. Aquello encendió la ira de los sirios. En aquel momento, Al-Madhhan era jefe del departamento de investigación forense de la Policía Militar, en Damasco. Tras el levantamiento popular, a él y a su equipo se les asignó una nueva tarea: ya no solo debían fotografiar los cadáveres de los soldados muertos en accidente; también los cuerpos mutilados de civiles asesinados bajo custodia: hombres jóvenes, mayores, niños... Más tarde, familias enteras. Durante dos años, el suboficial registró con su cámara la tiranía diaria contra sus conciudadanos como parte del meticuloso inventario que de sus atrocidades hacía el aparato de seguridad.
El experto en derecho internacional y fiscal fundador del Tribunal Especial de las Naciones Unidas para Sierra Leona, David Crane Cran, y su equipo fueron los primeros en verificar la autenticidad de las fotografías. En enero de 2014 publicaron el Informe César y, desde ese momento, Al-Asad se convirtió en un paria –rechazado por la mayoría de los jefes de Estado– y Farid Al-Madhhan, en un objetivo de su régimen. Crane le dio el nombre clave de 'César' para su protección.
«Siempre supe que Siria era una dictadura –admite César–, pero me parecía el mal menor frente al caos o el extremismo». Al-Madhhan nos recibe en casa de su hermana; él vive a pocas calles de distancia. Sin ella, cuyo nombre en clave es 'Cenicienta', y sin su marido, Ussama Uthman, el héroe César probablemente no existiría.
«Yo quería una vida tranquila –confiesa, retorciéndose las manos–. No era un político». Pero, al presenciar uno de los mayores crímenes del siglo XXI y ver las horribles escenas de las morgues, llegó a una conclusión: «Al-Asad es el mal». ¿Hay algún gobernante en su sano juicio que le haga algo así a su pueblo solo porque se manifiesta pacíficamente por la libertad y la dignidad?
Como policía militar formaba parte de la represión, pero llegó un momento en que «ya no podía más», rememora. En la primavera de 2011, su cuñado lo convenció, sin embargo, para que no desertara. Su pariente reparó de inmediato en la importancia de las fotografías y lo animó a hacer copias. «En tres meses, todo habrá terminado», le dijo. Pero el horror se prolongó.
Entre mayo de 2011 y agosto de 2013, Al-Madhhan y su equipo fotografiaron hasta 50 cadáveres al día. Necesitaban media hora por cada muerto. Ya no los retrataban desde cinco perspectivas diferentes, como dictaba la burocracia policial militar; bastaban tres o cuatro. El tiempo apremiaba.
Uthman abre su cuaderno y muestra una imagen de cadáveres amontonados en los pasillos de un hospital militar. En otra están tirados en la entrada del garaje. Casi todos los días, Al-Madhhan y su equipo viajaban hasta el Hospital Militar 601, en el distrito de Mezzeh (al suroeste de Damasco), para fotografiar cadáveres. En camiones refrigerados, los soldados llevaban allí cuerpos y más cuerpos desde las prisiones del servicio secreto en la capital. Los fallecidos eran fotografiados, declarados oficialmente muertos, y a sus familiares se les proporcionaba un certificado de defunción falso. Las fotos, además, servían como pruebas para el presidente sirio de cuántos presuntos terroristas eran eliminados al día, explica Uthman. «Luego acababan en fosas comunes».
En aquella época, nadie en Siria confiaba en nadie, recuerda el cuñado de César. Cada vez era más confuso determinar a quién consideraba el régimen su enemigo. Entre los asesinados había cristianos e incluso alauitas, miembros de la comunidad religiosa del presidente. Algunos de los cadáveres tenían la imagen del dictador tatuada en el pecho como señal de lealtad.
–¿Qué pensó cuando miró las fotos?
–Me vi a mí mismo, a mi familia –responde Uthman–. Tenía miedo de que fuéramos los siguientes.
Su esposa, Cenicienta, entra en la habitación. Ella también se jugó la vida. Cuando su hermano llegaba a casa por la noche, a menudo era ella quien recogía los dispositivos de almacenamiento de datos, relata su marido. Mientras su hijo pequeño dormía, transfería las fotos a un disco duro externo y luego borraba la tarjeta. Para asegurarse de que no se perdiera nada, Uthman subía posteriormente las imágenes a una nube, encriptadas y en baja resolución. Fue su marido quien le puso a Cenicienta su nombre en clave.
El trabajo de Al-Madhhan se volvía cada vez más peligroso. A partir de 2012, los propios miembros de la Policía Militar eran objeto de registros periódicos al abandonar sus puestos. Bolsas, abrigos…, pero no los zapatos. Y en los suyos escondía César el USB con las imágenes. A veces, lo hacía también en su cinturón o en una hogaza de pan.
Cada noche Al-Madhhan, tras dejar la sede de la Policía Militar, se subía a un minibús y pasaba varios puestos de control en la parte de Damasco controlada por Al-Asad. Su casa, en la pequeña ciudad de Tall, se hallaba en territorio rebelde. Como soldado del régimen, temía ser detenido por los insurgentes.
Aunque su cuñado tenía buenos contactos con la oposición, solo era cuestión de tiempo que la operación saliera a la luz. Un día, las fuerzas de seguridad registraron la casa de su cuñado para arrestarlo, pero él no estaba en el domicilio. Aun así, los agentes se llevaron su ordenador portátil. No encontraron las fotos porque Cenicienta había enterrado el disco duro en el sótano.
Uthman fue el primero en abandonar el país, a principios del verano de 2013, seguido por su esposa y sus hijos. Pero César, en cambio, por ser soldado, tenía prohibido dejar Siria. Escapó finalmente en agosto de ese año, aprovechando una misión fuera de Damasco. Los contrabandistas de la oposición lo llevaron hasta Jordania en un camión cargado con sacos de harina. Los rebeldes tenían conexiones por todo el mundo y mantenían contactos en los centros de poder de Washington, Ankara, Riad, Doha, París y Berlín. El material fue ofrecido a varios diplomáticos para su revisión. «El interés de los países occidentales era, más bien, cauteloso –revela el exfiscal de la ONU Crane en conversación telefónica–. En lugar de centrarse en el fin del régimen de Al-Asad, solo les interesaba la lucha contra el Estado Islámico».
Finalmente, el Gobierno de Catar hizo que se examinaran las fotografías. El emirato había apoyado el levantamiento contra Al-Asad desde el principio, con miles de millones de dólares. Se lo encargó a un bufete de abogados de Londres que, a su vez, contrató a Crane, quien junto con un equipo de expertos forenses y otros dos exfiscales jefes de la ONU verificaron su autenticidad y redactaron un informe.
Crane conoció al exfotógrafo militar en enero de 2014. El jurista y un colega se citaron con él en el Ritz-Carlton de Doha. Más tarde reconstruyó la conversación basándose en sus notas.
–¿Por qué lo hiciste? –le preguntó al exmilitar.
–Por los sirios, por el pueblo, para que los asesinos respondan de sus actos y sean condenados, por los familiares –respondió Al-Madhhan.
–¿Era muy peligroso copiar las fotografías? –preguntó el colega de Crane, el abogado penalista británico Desmond de Silva.
–Sí, muy peligroso. Si los servicios de seguridad lo hubieran descubierto, nos habrían castigado con la muerte.
–¿Recibiste algún dinero a cambio de las fotos u obtuviste algún beneficio con ellas?
–No.
–¿Lo hiciste por razones de conciencia?
–Inshallah. ¿Cómo puedes garantizar mi seguridad? –zanjó angustiado el suboficial.
Los interlocutores percibieron su miedo. «Es un hombre sencillo y honesto –dice Crane–. Quedamos muy impresionados por sus motivos».
Una semana después, los abogados publicaron su informe. En 31 páginas, no dejaron duda de que el material fotográfico era auténtico. Fue «un asesinato documentado a escala industrial», lo describió De Silva en una entrevista con el canal de televisión Al Jazeera. Habló del «asesinato sistemático de prisioneros mediante hambre, torturas, extracción de ojos, palizas y la mutilación de cadáveres». Crane y sus colegas dieron entrevistas durante días y el mundo se horrorizó.
En Nueva York, el entonces ministro de Asuntos Exteriores francés, Laurent Fabius, y su homólogo estadounidense, John Kerry, convocaron al Consejo de Seguridad de la ONU a una sesión especial. Querían llevar las atrocidades de Al-Asad ante la Corte Penal Internacional de La Haya. Pero cuando los miembros del Consejo se reunieron, dos meses después, para votar la resolución, dos con poderes de veto lo hicieron en contra: el ruso y el chino. El deseo de justicia fue destrozado por la realpolitik internacional. «No nos podíamos creer que el mundo lo supiera todo y no hiciera nada», dice Uthman.
Ese verano, Cenicienta convenció a su hermano para que viajara a Washington. «Solo así pasará algo», lo instó. En Estados Unidos testificó ante el Comité de Asuntos Exteriores en el Capitolio, con gafas y una capucha azul para tapar su rostro. Durante la reunión se prohibieron fotografías y grabaciones de audio. Pero no pasó nada.
Héroes silenciosos como César, Cenicienta y Uthman no suelen sobrevivir a la persecución de los regímenes terroristas de sus países. El equipo de César lo logró. Entre otras cosas, porque el Estado francés les ofreció asilo y cierta protección. Pero la vida no era fácil. Vivían como personas perseguidas, luchando por la invisibilidad, siempre en guardia contra el largo brazo de los servicios secretos de Al-Asad. Evitando amistades y nuevos contactos. Hasta hoy, ambas familias dependen del apoyo del Estado.
Y luego, por si fuera poco, vieron como les fueron arrebatadas las imágenes y su historia. Un amigo de los círculos de oposición, a quien Uthman le había dado una copia de las fotografías antes de huir, subió las fotos de César a Internet sin consentimiento y difundió detalles de su operación. Otro sirio, que ya había emigrado a Estados Unidos en los años noventa, actúa desde entonces como portavoz de César y se autodenomina el «guardián de los archivos de César».
En 2019, César viajó nuevamente a Washington. El Gobierno de Estados Unidos no envió tropas, pero impuso amplias sanciones contra Damasco. Desde ese momento, Siria quedó aislada en gran medida del mundo. Mientras, el trabajo de los abogados y los procedimientos judiciales empezaron a dar frutos. En 2022, el Tribunal Regional Superior de Coblenza, en Alemania, condenó a un excoronel de los servicios secretos sirios a cadena perpetua basándose en las fotos de César. El exsubdirector de la prisión de Khatib, en Damasco, había huido a Alemania y las imágenes también se utilizaron para demostrar que había asesinado, al menos, a 27 prisioneros, incluido un niño. Si un día Al-Asad es extraditado y acusado, el material de César podría usarse para rastrear cadenas de mando y responsabilidades.
En diciembre de 2024, los acontecimientos se sucedieron rápidamente y los rebeldes de Hayat Tahrir al-Sham, el HTS, conquistaron Damasco en pocos días. En la noche del domingo 8 de diciembre, Al-Asad huyó. Se desató la euforia, la gente derribó los retratos del gobernante de las paredes de oficinas y bares, y destrozó sus estatuas. Y después de 54 años de dictadura en Siria se abrieron numerosas fosas comunes.
El líder rebelde Ahmed al-Sharaa, ahora presidente interino, escribió en Telegram: «No dudaremos en llevar ante la justicia a los criminales, asesinos, oficiales de seguridad y del Ejército que estuvieron involucrados en la tortura del pueblo sirio».
La alegría de César por el fin del régimen de Al-Asad duró poco. El tiempo que tardó en aparecer la palabra 'amnistía' en los discursos de Al-Sharaa. Con voz temblorosa, pregunta: «¿Para qué hemos hecho todo esto?».