El periodismo puede ser de mejor o peor calidad, pero nació vinculado a una gran causa, la defensa del interés público con información veraz y el libre intercambio de ideas. Así, durante siglos, la imprenta, la razón y la democracia trenzaron un vínculo que marcó el progreso cívico de nuestras sociedades occidentales. En estos últimos quince años hemos visto el nacimiento de Facebook, Youtube, Netflix, Twitter, iPhone, Android, Bluetooth, 4G... Empresas, tecnologías y productos que han multiplicado la capacidad para la circulación de opiniones y hechos, pero que no garantizan los procesos de verificación que hicieron del periodismo la herramienta imprescindible para que exista una ciudadanía bien informada, capaz de gobernarse a sí misma y de defender las libertades individuales y colectivas. A escala global y local, el mundo sigue necesitando periódicos. Como baluarte de los principios democráticos y para que la vida sea un proceso inteligible. Como apunta el historiador Pierre Rosanvallon, la circulación de ideas, la suma de opiniones, no es suficiente para construir un foro cívico. Es necesaria la cristalización, los momentos de síntesis, la expresión coherente y la contextualización que aportan nuestras cabeceras. Frente a la amenaza de la posverdad, aquí seguimos los periódicos. Hoy en papel y en soporte digital. Mañana quizá en grafeno. Y como siempre, vinculados a una gran causa.
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