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Los médicos de atención primaria han comenzado una revolución silenciosa. «A lo mejor ha llegado el momento en que tenemos que decir 'que la ficha la rellene Sanani, el indio'. Lo primero es el paciente. A todos nuestros gestores y en todas las autonomías, sean ... del color que sean, se les llena la boca con la idea de que el eje del sistema es el paciente, pero los hechos no concuerdan con sus palabras. Las personas que llegan a nuestras consultas vienen muchas veces en busca de información, porque están rotas. Les dijeron en el hospital que tienen un cáncer y se quedaron conmocionadas, sin capacidad de respuesta y con muchas dudas, como es normal. ¿Vamos a pasarnos los ocho minutos de atención sin mirarles a la cara, rellenando formularios con la cabeza metida en el ordenador?»
La pregunta la plantea un médico de atención primaria de largo recorrido, con 65 años a sus espaldas, que trabaja en un centro de salud de Madrid. Hace unos días, Antonio Torres habló a sus colegas de toda España de la necesidad de que la especialidad recupere la esencia que les definió. A ellos, a los médicos de familia, se les llamó siempre los de cabecera, porque eran los que se situaban frente a la almohada de los enfermos para cogerles de la mano, observarles con detenimiento y escucharles sobre sus penas y dolores. Una montaña de formularios y programas informáticos de calidad del paciente impiden hoy a los especialistas hacer lo que siempre hicieron, lo que da sentido a su profesión y juraron cumplir. Si no se puede curar, que sea aliviar;y cuando el alivio resulte inviable, cuídelo.
Pero todo eso, que parece lo obvio, cada vez se ve menos en los centros de salud. El paciente entra y, a menudo, el médico ni le mira a la cara. Tiene solo unos minutos para escucharle mientras busca pruebas diagnósticas en el ordenador y comprueba resultados de análisis. Sin levantar la cabeza de la pantalla, va haciéndole nuevas preguntas y rellenando nuevos espacios. Tampoco hace falta que se gire un momento para firmar la receta, que ya es electrónica. Mientras el enfermo, al que ni siquiera ha visto la cara, se incorpora de la silla para marcharse, el facultativo completa la ficha. Que no falte nada en su historial médico. ¡Yque pase el siguiente! «Hay que dejar de manejar tanto papel y tanto ordenador y mirar más a la cara del paciente para que nos diga qué podemos hacer por él. Otras especialidades ya han comenzado a hacerlo. Si las fichas se quedan sin rellenar, que se queden. Lo primero son las personas», proclama Antonio Torres, que habló hace unos días sobre comunicación verbal y no verbal en el congreso en Bilbao de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).
La tecnología, según cuenta, ha avanzado tanto que se ha dejado de escuchar al paciente, de tocarle, de tomarle el pulso. Hay tanto formalismo y tanta burocracia que atender en consulta que el facultativo no llega a darse cuenta de que el afectado frunce el ceño cuando escucha: 'Pues sus análisis están perfectamente'. Esa frase retumba tanto en su cabeza que se convierte en otra completamente distinta: 'Pues a mí me duele'.
«No basta con que los médicos nos leamos los informes. Lo primero que tenemos que hacer, porque así nos lo han enseñado, es inspeccionar al paciente», defiende el experto. De cada uno de sus gestos, explica, puede extraerse una valiosísima información sobre su estado de salud. Su manera de caminar, el modo con que cierra la puerta al entrar, la expresión de su rostro, la forma en que frunce el ceño cuando escucha las explicaciones de su médico. «Si no le observas, quizás no te des cuenta de que no está entendiendo nada. Igual se lo tienes que explicar de una forma distinta».
La manera en que se produce la comunicación entre el médico y sus enfermos ha olvidado, además, que el paciente de hoy no es el de hace treinta años. No solo está mucho más informado, sino que además ya no ve al médico como el tipo poderoso y sabio hasta niveles reverenciales. «Es un paciente informado, que ha perdido la distancia social tradicional y que busca alternativas. Hay que darle la información que solicita. Somos sus médicos», defiende el especialista de la SEMG.
La pandemia, entre la teleasistencia y las consultas aplazadas, solo ha abierto aún más la brecha entre los facultativos y sus pacientes invisibles. Muchos han olvidado incluso que el silencio también es una forma de lenguaje. «El afectado tiene que sentir que cuando llega a nuestras consultas va a estar bien cuidado. No le vamos a dar besitos ni palmaditas en la espalda. Muchas veces le vamos a tener que decir que no. Pero, por encima de todo, tiene que percibir que está ante un sistema de salud público, universal, eficiente y equitativo; es decir que le cuida».
Carmen y Ángel se pasaron casi un mes en la sala de espera de la Unidad de Reanimación de un hospital vasco con la confianza de que su hijo despertara. Con frecuencia, llegaba un médico y les preguntaba algo así como «¿les han dicho ya algo o todavía no?». «No, aún no», respondían ellos. El especialista entonces se volvía y, sin decir adiós, desaparecía entre pasillos y puertas batientes. Así, uno y otro día. A veces, alguno hablaba más.
Los médicos, en general, no están preparados para dar malas noticias, pero los de los hospitales, menos aún. «Esto es algo que se aprende con el tiempo», reflexiona el especialista madrileño, que defiende la mejor preparación con que cuentan los profesionales de la red de atención primaria. «Nosotros estamos más acostumbrados a hablar de lo bueno y lo malo. Los pacientes siempre vienen a nosotros a pedir explicaciones adicionales o a que les interpretemos los informes del especialista», detalla.
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