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No me gusta el café, solo el olor ya me echa para atrás, así que suelo ser la 'rarita' de casi todos los grupos. Tengo una amiga igual de 'rara' que yo, aunque ella, por lo menos, toma té. Está en un bando, aunque sea ... el minoritario. Como el de los que comen la tortilla sin cebolla, los que prefieren el chocolate blanco al negro o los que se meten a la cama con calcetines. Son ejemplos de pequeñas cosas que dividen al mundo. Más allá de las grandes cuestiones –¿eres de derechas o de izquierdas?, ¿creyente o ateo?– hay otras menores que nos sitúan y nos definen, que nos 'alejan' incluso de los amigos –es que ellos son de los Rolling Stones y yo de los Beatles...– y pueden acercarnos a un perfecto desconocido solo porque a él también le gusta la pizza con piña, prefiere el libro de papel al ebook o no soporta (como tú) que la gente coma palomitas en el cine.
Si hay algo que divide al mundo es un partido de fútbol: o conmigo o contra mí. La intensidad del 'desencuentro' va desde el pique sano de dos amigos que se juntan para ver el 'clásico' a la bochornosa violencia que rodea muchas veces un partido. «Hay una necesidad personal y social de incluirnos en un grupo, en una categoría. Ese sentimiento es muy atávico y está muy vinculado a la supervivencia porque antiguamente era difícil sobrevivir solo y, sin embargo, cuando estamos en un bando nos sentimos protegidos. El problema es que, en ocasiones, este tipo de vinculaciones nos lleva a la exclusión, incluso a la violencia. En el fútbol se ve claramente», explica la psicóloga Elisa Sánchez, especializada en conflictos laborales.
Aunque los 'colores' los sintamos más intensamente que otras cosas, en general, «nos gusta posicionarnos con todo. Blanco o negro, parece que a nadie le gusta estar en terreno neutral», lamenta la psicóloga. Y advierte: «El sentimiento polarizado es un pensamiento distorsionador porque nos lleva a tener falta de empatía con el que no piensa como yo e, incluso, al conflicto».
También nos lleva a hacer piña con el que piensa como yo, especialmente cuando somos 'los raros'. «Lo normal es que a la gente le guste el café. Por eso, si a ti no te gusta eres la 'rarita' y si encuentras a alguien al que tampoco le guste te sientes acogida, arropada», regresa al ejemplo inicial Sánchez. Le pasa parecido a su colega el psicólogo Enrique García Huete: «No me gusta el queso. Sé que a la mayoría de la gente le encanta, pero a mí, nada. Sales a cenar con amigos y siempre hay que recordar: 'Pedid algo que no lleve queso, por favor'. Pero tengo la suerte de tener dos amigas a las que les sucede lo mismo y quizá tenga algo que ver con que tengamos mucha afinidad». Lo dice medio en broma, pero algo hay.
Él también sabe, pues, lo que es estar en el grupo pequeño. Pero hay otro sitio donde hace más frío. «¿Cómo que si soy de café o de té... de perros o gatos... del Real Madrid o del 'Aleti'? ¿Es que no puedo no ser de nada?», reivindica Elisa Sánchez. Pues sí, pero es más difícil. «En estos posicionamientos de la vida cotidiana también se ve el reflejo de nuestra autoestima», explica García Huete. Coincide su colega: «La gente que se posiciona con mucha firmeza en algo, aunque sea en una cuestión pequeña o anecdótica, lo que hace con ese comportamiento es reforzar su ego, principalmente».
Pero otras veces no es una cuestión de ego ni autoestima... «Hay quien no soporta ver el pan boca abajo o quien lo besa si se cae un mendrugo al suelo, pero es más un hábito, una creencia religiosa», señala el ejemplo Huete. Lo mismo sucede, dice, «con algunos rituales, muchos secretos, que la gente hace antes de acostarse o con manías como dormir con la puerta del armario siempre cerrada o meterse a la cama por el mismo lado. ¡Pura superstición!».
A los pies de la cama, precisamente hay muchas cuestiones de estas que dividen al mundo: ¿te acuestas con pijama o sin él?, ¿prefieres mantener relaciones sexuales por la noche o por la mañana?, ¿duermes en el lado derecho de la cama o en el izquierdo? «Pero, curiosamente, aunque son cosas antagónicas, en estas se llega a cambiar de bando cuando se encuentra pareja. O sea que también hay cosas que se llegan a consensuar», reconoce el psicólogo.
Y luego están esas otras cosas que no tienen que ver con la costumbre, sino con otra cosa: ¿eres de los que bajan la tapa del váter cuando tira de la cadena o no? «Esto no es una cuestión de posicionamiento, sino de educación y de vagancia porque hay que decir la verdad: esto lo hacen mayoritariamente los hombres».
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