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Hay algo que irrita sobremanera a mucha gente que comienza a ir al psicólogo: que el profesional empiece por escarbar en su pasado familiar, en ... su infancia y en la relación que tuvo con sus padres.Aveces esto incomoda tanto que lo dejan. O no llegan a entender por qué se pone el foco en ese punto cuando están ahí por otro motivo (aparentemente) sin relación con sus progenitores... y lo dejan también. «Sacamos mucha información de ahí», se justifica la psicóloga Nataxa Ruzafa. Porque ocurre que, como en el inicio de 'Ana Karenina', «todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». Y es por esto que los profesionales de la salud mental preguntan tanto por nuestros orígenes.
«Hay una gran resistencia a profundizar en ciertos asuntos de familia, aunque sea delante de un profesional. Vemos como una 'traición' a nuestros padres hablar de ello. Pero reflexionar sobre cosas que quizá no nos gustan nos lleva a procesarlas y, finalmente, a estar mejor», dice la experta, que acaba de publicar '¿Cuándo seré suficiente?' (ed. Molino). Y, a veces, fruto de esa reflexión llegamos a la determinación (muy dura, sí) de que la relación con nuestro padre o nuestra madre nos hace daño. En este caso... ¿cómo podemos gestionar esta certeza tan aterradora? Nataxa Ruzafa se lanza y eso que sabe que la siguiente afirmación suele acarrear no pocas críticas: «Vivimos en una sociedad en la que la familia está por delante de todo, pero en terapia a veces se ve que hay referentes familiares (padres, madres o quien nos haya criado) muy negligentes con los que no funciona ni ser asertivos ni poner límites.... y, en ese caso, no vale forzarse a perdonarles. Cuando te obligas a ello y no lo sientes en realidad te invalidas como persona y no va a ser útil, porque este autoengaño te causará una gran irascibilidad cada vez que entres en contacto con esa persona».
Entonces, en algunas ocasiones, cuando la relación ha sido pésima y no hemos logrado ni reconducirla ni perdonar de verdad, la única vía posible «es apartarnos». Suena muy drástico... pero no se trata, casi nunca, de salir corriendo sin mirar atrás. «Lo primero sería decirle a nuestro padre o madre qué conversaciones queremos tener o no», indica la experta. ¿Y si no hacen caso? «Reducir el contacto», sentencia. Tal y como explica Ruzafa, muchos problemas que manifestamos en la edad adulta, sobre todo de inseguridad, tienen como telón de fondo un padre o madre con algún tipo de inmadurez emocional (fruto de un problema de salud mental o de secuelas en su infancia). Y cada perfil deja unas secuelas distintas. Son estos:
1
«Suelen descargar su odio, ira y desesperación con sus hijos e hijas», indica Ruzafa.Todos los miembros de la familia aprenden a andar siempre «con pies de plomo» por su culpa. Así, generan mucha confusión en sus hijos porque pasan de momentos de conexión con ellos a otros de violencia (verbal o físicamente). De adultos, quienes se han criado con personas con este perfil sentirán mucha confusión y miedo.
2
Ponen muros muy altos a su alrededor, huyen de conversaciones personales y ponen su tiempo y su independencia por encima de todo. A menudo sus hijos tienen la sensación de que 'sobran' y acaban creciendo con sentimientos de insuficiencia, sin sentirse queridos. «Suelen arrastrar consigo la sensación de ser una molestia, casi como si tuvieran que pedir disculpas por existir», añade.
3
Organizan la vida de los demás según sus leyes y culpan a otros si las cosas no salen como quieren.De hecho, sólo apoyan a sus hijos según sus directrices.¿La consecuencia? Estos crecerán con poca autoestima, con la idea de que continuamente les están evaluando y nunca se sentirán suficientes.
4
Para este tipo de padres el mundo es un lugar hostil y lleno de peligros.«Estar todo el tiempo en estado de hipervigilancia tiene consecuencias para sus hijos, que de mayores tienen limitada su capacidad de tomar decisiones y que nunca les contarán ningún problema para no preocuparles...». Y se sentirán algo 'huérfanos' porque tampoco podrán recurrir a ellos. Es decir, se verán solos, aunque en realidad no lo estén.
5
Son sumisos y se resignan ante otras personas más autoritarias. Juegan con sus hijos, les prestan atención (por eso les suelen querer)... pero cuando hay problemas evitan el conflicto y se evaden. Tampoco saben poner límites a los hijos y, por tanto, no les ofrecen seguridad. No son para nada referentes sanos: en casos extremos hasta permiten abusos contra los menores por no actuar. Por ejemplo, en la edad adulta pueden no defenderles si sufren maltrato.
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