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Discrepar es normal, el problema es cuando la cosa sube de tono, cada parte se enroca en su postura y no se llega a acuerdo ninguno. Esto puede pasar muchas razones: el tema es demasiado controvertido, las posiciones están muy alejadas, alguna de las partes ... o las dos se han entregado al 'discutir por discutir'... o acaso es que no conocen el arte del debate, que también existe. «Generalmente, el problema existe porque percibimos que, ante un desacuerdo, alguien tiene que perder y no queremos ser nosotros, por lo que tenemos tendencia a 'luchar por nuestro interés', en vez de pensar que podemos ganar ambas partes. Pocas veces discutimos para entender al otro y acercar posiciones», define las bases del problema Lucía Feito, psicóloga general sanitaria y experta en terapia familiar y de pareja en Instituto Psicológico Cláritas.
La especialista recuerda que discutir no es competir ni sinónimo de pelear y asegura que hasta puede llegar a ser un ejercicio muy sano con el que aprendemos a argumentar o a exponer nuestro punto de vista mientras integramos el de la otra persona. De este modo, las discusiones ayudarían a entender al de enfrente y, aunque parezca extraño, eso no solo redundaría en una mejor conexión con el otro, sino en beneficios para nuestra salud cerebral. En este sentido, Ana Asensio, psicóloga, doctora en Neurociencia y fundadora de 'Vidas en positivo', revela que «discutir a un nivel racional ayuda a mantener la mente ágil, frena el deterioro cognitivo, permite expresar sentimientos y resolver conflictos».
Pero la discusión, no nos vamos a engañar, tiene muy mala fama y está mal vista. Ahí ven el ejemplo cotidiano de las discusiones de pareja, lo que cuesta llegar a algo... «Nuestra cultura está asociada a la emocionalidad, pero en una relación de pareja no hay que llegar al grito ni al insulto. Eso es alerta roja», advierte la experta. En este sentido, una investigación realizada en la Universidad de Londres descubrió que la red del cerebro que se activa al discutir es muy similar a la del amor e identifica como áreas comunes a la corteza prefrontal y al sistema límbico, encargado de regular las emociones.
No son mágicas, obviamente, pero hay una serie de recomendaciones, más bien advertencias, para que la discusión no se desmadre: analizar bien cómo interpretamos lo que nos está comentando el otro, evitar un tono alto que incite a la polémica y eludir la confrontación por WhatsApp, donde con frecuencia se malinterpretan los mensajes. Así que siempre mejor frente a frente, que nos veamos las caras. «El lenguaje no verbal es fundamental. No podemos obviar las posturas, el contacto el físico, el tono de voz, la intensidad de los mensajes... Es fundamental para una correcta comunicación y contextualización», ahonda Feito.
Ahora, vamos a ello. ¿Cuál debe ser la actitud? Porque aunque la mayoría de nosotros podemos defender de forma moderada nuestro punto de vista en una reunión de trabajo o ante gente que no conocemos mucho, esta moderación nos resulta complicada de mantener cuando se discrepa con la familia o la pareja.
¿Por qué se recurre más a los reproches y a las descalificaciones precisamente con las personas a las que se quiere? «En la relación de pareja hay una implicación personal muchísimo más intensa que en el trabajo o con los amigos. Por eso, es fácil que la discusión derive en el ataque personal cuando no se cuenta con los recursos adecuados para expresarse asertivamente y escuchar empáticamente», aclara Isabel Aranda, psicóloga sanitaria de TherapyChat, que recuerda que en las relaciones constructivas, la discusión es aceptada, pero que se convierten en problema «cuando la falta de escucha y la carencia de empatía no dejar espacio a la otra persona para que se exprese». Si a esto le sumamos gritos, ofensas, malas formas y gestos desmedidos... el problema está servido.
¿Qué herramientas nos pueden ayudar a no llegar al punto de no retorno en una discusión acalorada? «Uno de los errores más comunes es dar la razón cuando uno no está de acuerdo o no tener una comunicación sincera», alerta Feito. E indica tres claves: «Practicar la escucha activa para atender el mensaje del otro en lugar de pensar solo en nuestra respuesta mientras nos hablan, emplear preguntas asertivas del tipo ¿cómo crees que puedo mejorar? o ¿qué crees que podría hacer para que esto no volviera a ocurrir? y recurrir a la 'técnica del banco de niebla', que consiste en transmitir a la otra persona que entendemos su argumento pero que lo vemos de manera diferente.
Pero hay más recursos para una fructífera discusión, para restar impulsividad y hacer el debate constructivo: debemos ser objetivos y no juzgar las intenciones del interlocutor, no hay que interpretar siempre en clave negativa aquello que nos están diciendo, sino verlo como una opinión más y, bajo ningún concepto, se responde a los ataques personales con más ataques personales.
Nada de imposiciones No imponga su criterio creyendo que es el punto de vista acertado y el otro está equivocado. Modere el poder de persuasión.
No interrumpa Respete el turno de palabra, no interrumpa y exponga sus argumentos reconociendo los errores que haya podido cometer.
Aspavientos Use un lenguaje directo, claro y sencillo y mida la comunicación no verbal para evitar malestar en el receptor: evite el contacto visual y hacer aspavientos con las manos.
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