REGINA SOTORRÍO
Lunes, 30 de septiembre 2013, 10:07
Habla de ellas con tanta ternura que parecen sus niñas. Voria Harras hace años que las cuida con mimo, las arregla, las limpia... Son su «tesoro»: más de cincuenta casas de muñecas, cada una con una historia que en algunos casos se remonta a dos siglos atrás. Durante una década las ha tenido expuestas al público en el número 32 de calle Álamos, pero pronto volverán a ser solo para sus ojos. El Museo Casas de Muñecas cierra a mediados de octubre, justo cuando se cumple el décimo aniversario de su inauguración en un rehabilitado edificio del siglo XVIII (10 de octubre de 2003). Harras, propietaria de la colección y alma de la galería, se jubila y pone fin a una etapa de mucho trabajo... «pero muy feliz». «He hecho lo que siempre he querido y estoy orgullosa de haber podido realizar esto para Málaga».
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Cierra así el único museo de estas características en España, con medio centenar de casas desde el siglo XIX hasta la actualidad, infinidad de mobiliario a pequeña escala -algunos medievales franceses- y decenas de juguetes de época. Una colección que ha sido visitada durante estos años por grupos de escolares, por malagueños y, sobre todo, por muchos extranjeros. «He recibido halagos de gente del mundo entero, hasta de China o Rusia. He visto como se le han saltado las lágrimas a algunas personas al reconocer algo de su infancia... ¡Qué más quiero! Ha sido muy gratificante», declara.
Un descanso
Pero le ha llegado el momento de descansar. Harras ha cumplido los 63 años y hace tiempo que ella es la única responsable del museo. Abre la puerta, cobra la entrada, hace las visitas, conserva la colección... «Y ya me faltan las fuerzas», reconoce. Un museo privado rara vez es rentable: se mantiene por la entrega y la pasión de su propietario. Y el de Casas de Muñecas no es una excepción. «Para mí ha sido un tiempo ganado y maravilloso, pero cualquier otro no estaría dispuesto a hacerlo», reflexiona.
Sin relevo a la vista, cuando eche el cierre a mediados de octubre embalará sus 'joyas' para guardarlas con cuidado en la buhardilla de su residencia, en la última planta del museo. No todas. «Dejaré una casa fuera para poder estar siempre restaurando», cuenta.
El edificio del museo, por su parte, permanecerá con el cartel de 'Se vende' que Harras colgó hace dos años, cuando lo sacó al mercado por los altos costes de mantenimiento que implica. Pero ahora escasean los compradores.
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Edificio del XVIII
Se trata de una construcción típicamente andaluza del siglo XVIII rehabilitada de arriba abajo, con tres plantas -más local comercial- estructuradas en torno a un patio central. Cada una tiene 130 metros cuadrados. Y aún así, los 300 metros en los que se reparten la colección se quedan insuficientes. «Necesitaría mil metros cuadrados para todo. Tengo cinco teatros y solo he podido exponer uno de cartón y otro de madera porque no hay espacio», detalla.
Todo se guardará ahora a buen recaudo y bajo llave, porque la venta está descartada. «Muchas personas me donaron sus miniaturas porque sabían que yo las cuidaría», argumenta. Tampoco se plantea que la colección viaje por el mundo, aunque reciba peticiones. «Son cosas muy delicadas y únicas. Si se pierden o rompen no hay remplazo», explica.
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Lo que si ronda por su cabeza es la idea de constituir una Fundación con la Colección Voria Harras para garantizar la protección de estas piezas ahora y en un futuro. «La última palabra no está dicha», sentencia. Pase lo que pase, Voria Harras está feliz de haber «culminado un deseo», un sueño que ha durado diez años y del que ahora disfrutará de puertas para adentro. Para los de fuera, aún tienen dos semanas para despedirse.
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