
MARINA MARTÍNEZ mmartinez@diariosur.es
Domingo, 6 de mayo 2012, 12:06
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P or el valle de Rafael Pérez Estrada (Málaga 1934-2000) campan ángeles, obispos, caballos, mujeres y sobre todo mucho sabor mediterráneo. Ese que imprimía no solo a sus dibujos, también a su poesía. Y a sus aforismos. Y a sus obras de teatro. Y a sus cartas. Porque el autor del 'Valle de los Galanes' sabía moverse en cualquier género. La creatividad no tenía puertas para él. Lo demostró desde niño. Ya entonces era diferente, recuerda su hermano Esteban: «Mientras toda la pandilla de amigos nos dedicábamos al fútbol, al tenis o a montar en bicicleta, él quizás también como consecuencia de una seria miopía que se le detectó muy joven, nunca le pegó una patada a un balón». Rafael se divertía de otra forma. Leyendo, ideando... Llegó a crear una fábrica de perfumes e incluso organizó en alguna ocasión una corrida de toros en la casa de verano del Valle de los Galanes. Por supuesto, las peinetas de las madrinas -la señora que les cuidaba y la cocinera- y los trajes llevaban la impronta del poeta y artista.
El ambiente cultural en el que se movió durante su estancia en el Colegio Mayor Isabel la Católica de Granada -donde estudió Derecho- terminó por rubricar ese afán creativo. Para él, supuso un antes y un después conocer a gente como Víctor Andrés Catena, Alfonso Carreño o Elena Martín Vivaldi. Su afición por la pintura no hizo más que acrecentarse. Aunque se topara con personas como la 'monja alferez', encargada de la limpieza de las habitaciones del Colegio Mayor que destrozó una colección de dibujos por considerarlos inmorales.
Hoy, nadie duda de su valor. Porque, como advierte el director del Centro Cultural Generación del 27, José Antonio Mesa Toré, «era un adelantado a su tiempo», «un artista que crece con los años porque era muy moderno en su época». Eso le hizo ser menos valorado de lo que hubiera merecido. Tampoco le importaba. Ya lo decía él mismo: «Desde luego no busco la fama, y la prueba es que soy un perfecto desconocido y que, además, no tengo ningún premio».
Para el poeta y traductor Jesús Aguado, «el mundo literario estuvo demasiado al margen de Rafael». A pesar del ingente legado que dejó tras su muerte, el 21 de mayo de 2000. En él sigue viviendo. Y más aún estos días en los que se acerca el duodécimo aniversario de su fallecimiento. Con este motivo, el Instituto Municipal del Libro (IML), en colaboración con el Centro del 27, ha organizado entre mañana y el martes una serie de actividades en homenaje a quien, no obstante, fue finalista en varias ocasiones del Premio Nacional de Literatura y tiene en su haber el García Lorca de teatro por su obra 'Edipo aceptado'.
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Bajo el título 'El corazón manda', una exposición en el Archivo Municipal -con cerca de un centenar de dibujos, manuscritos, publicaciones y su juego de naipes- y varias mesas redondas en las que participarán algunos de sus mejores amigos, recordarán su obra y su figura. Para redondear con un libro que incluye parte de sus dibujos y textos de Francisco Ruiz Noguera, Juan Carlos Mestre, José María Parreño y Esteban Pérez Estrada. Sin olvidar el documental que se proyectará en bucle durante la muestra y que sigue los pasos del autor de 'La extranjera', desde la calle Calderería -en la que abrió su primer despacho como abogado- a la calle Granada o Larios, donde nació y en cuyas coctelerías se le podía ver a menudo. Además del Parque y de su querido Paseo Marítimo, junto al que se mudó en la última etapa de su vida. Desde las alturas observaba los barcos a través de un catalejo con el que abrazaba ese mar al que luego tanto recurriría.
De ahí esa «alegría que solo da el Mediterráneo» y que heredó de su madre, la pintora Mari Pepa Estrada. No le cabe duda de ello al poeta Pablo García Baena, que desde que Vicente Núñez le presentara al malagueño, allá por los años cincuenta, ya no se separaría de él, ni como amigo ni como lector. «Málaga no ha sido demasiado agradecida a esa labor espléndida que abarca el teatro, el ensayo, la poesía, la novela... Y sobre todo ese humor a la vez tan hondo. Porque aparentemente era un ser divertido, pero en el fondo hacía pensar».
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Facilidad para el dibujo
Quienes le conocieron son unánimes. A todos les cautivaba su cuidadosa educación y su inteligencia e ingenio. Y todos recuerdan esa facilidad suya para trazar en segundos un dibujo sobre una servilleta mientras conversaba o tomaba café. Lo hacía con frecuencia con amigos como Juvenal Soto o Antonio Soler, que le bautizó como el mago porque «convertía cualquier momento cotidiano en algo único». «Contaba unas historias prodigiosas, pero insistía siempre en que ninguna era falsa», apunta Soto, a favor de poner en valor sus cartas como género propio.
Y es que ese carácter poliédrico de Pérez Estrada le llevó a mantenerse siempre alejado de los encasillamientos. A juicio de Ruiz Noguera, en su mundo personal «tal vez estén de más los intentos de trazar límites internos». «A pesar de ser la suya una obra amplísima (más de cuarenta títulos), es destacable la gran coherencia en cuanto al estilo y el mundo que refleja. Indudablemente, es una obra con vocación vanguardista», puntualiza Ruiz Noguera, para quien el valor de Pérez Estrada, al margen de cualquier influencia, reside en la imaginación y en el barroco, «con una mayor carga de lo verbal en su primera etapa y con un mayor peso del conceptismo y la brevedad a partir del 'Libro de horas' (1985)».
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Es, como precisa Juan Carlos Mestre, «la irrevocable sabiduría de la imaginación» que plasmaba en una obra «de planos paralelos de lectura y apertura de nuevos caminos». Esos que luego más de uno tomaría. Porque Rafael Pérez Estrada siempre estuvo con los más jóvenes. Su generosidad hace que muchos poetas se sientan hoy deudores. Por ejemplo, Mesa Toré, que incide además en su papel como «dinamizador de la cultura en Málaga». «Él hizo de Málaga no solo un punto de referencia en la cultura actual sino un cosmos literario a la altura del Macondo de García Márquez», añade el poeta José Infante. No en vano, Pérez Estrada impulsó la creación del Ateneo y del Centro del 27.
Nunca quiso despegarse de su ciudad. Y ella lo reconoció nombrándolo Hijo Predilecto -título que impulsó su amigo y profesor Antonio Garrido, autor además del primer libro sobre Pérez Estrada- y dedicándole una calle que precisamente da al mar que inspiraba ese «paraíso de la exploración y de la magia», como describe Garrido. Esa obra «lírica y surrealista, a la vez de una enorme ironía y extraña sensibilidad» -según Alfredo Taján- que hicieron de él un artista único. Y, sobre todo, perenne. La estatua de su 'Paloma Quiromántica' -escultura de José Seguí sobre uno de sus dibujos- mantiene vivo su recuerdo en la calle La Bolsa, muy cerca de la casa en la que nació.
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