POR MANOLO FADÓN FOTOS: JAIME GALLARDO
Sábado, 12 de noviembre 2011, 03:02
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La historia de Jesús Bonilla es la del deporte malagueño. Él, y unos pocos 'locos' como él, sembraron la semilla de lo que es hoy. Aunque nacido en Melilla en 1937, la guerra hizo que su infancia transcurra en Tetuán, por entonces mucho más avanzado en materia deportiva que nuestra Málaga, y donde vivió durante quince años. Allí, en el colegio marianista (esos que se han opuesto de actualidad ahora por Rubalcaba), recibió una amplia educación y practicó una serie de deportes que por aquí eran desconocidos, o casi. Así, cuando a los dieciséis años las circunstancias le traen a esta ciudad, que ya no abandonaría, rápidamente se un a ese grupo de pioneros que trataban de practicar especialidades tan extrañas como el baloncesto, el balonvolea, el balonmano o, incluso el fútbol, «que era a lo único que se jugaba aquí».
«Como éramos tan pocos los que hacíamos deporte, nos encontrábamos los mismos jugando a todo, y éramos los mismos los que acudíamos a todos los campeonatos representando a Málaga», rememora, explicando como un fin de semana transcurría de un campo a otro. Así, recuerda que hace poco le llegó un recorte de periódico sobre las Fiestas de Invierno, y ese día había jugado por la mañana un partido de balonmano y otro de baloncesto, y por la tarde uno de fútbol con el Veleño.
En tantos años son muchas las imágenes que guarda en su memoria, aunque una de las que rápidamente le vienen a la cabeza es la esos primeros partidos de baloncesto. «Jugábamos en la Acera de la Marina, que estaba adoquinada. ¡Imagínate como botaba el balón!, no había forma de controlarlo», explica.
Y es que el baloncesto fue el deporte que más le atrajo y al que ha dedicado una gran parte de su vida. Primero como jugador y luego como entrenador e incluso como federativo. Fue unos de los fundadores del equipo del C. D. Málaga, con el que llegaron a jugar la fase de ascenso a la Primera -la actual ACB- y después del Juventud, para, cuando llegó la Caja de Ronda, centrarse en la parcela femenina mientras Alfonso Queipo -con quien fue de la mano durante gran parte de su trayectoria y a quién define como «fundamental para el baloncesto malagueño»- lo hacía con la masculina. Una larga trayectoria en la que consiguió incluso llevar el equipo a la máxima categoría y de la guarda anécdotas como la del año que construyeron el campo en la Rosaleda, «que jugamos como visitante toda la primera vuelta y fuimos 14 domingos seguidos a Barcelona, porque ese año la Segunda la formaban 14 equipos de allí, uno de Valencia y el nuestro».
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Una importante labor la suya de la que está más que satisfecho, a pesar de que le supusiera muchos kilómetros en los medios de transporte de antes y rascarse de forma habitual el bolsillo que trataba de llenar primero como empleado de banca y posteriormente vendiendo coches. «Antes de comenzar la temporada pedíamos un crédito al banco y lo íbamos pagando cómo podíamos», relata. O la nada fácil labor de completar una plantilla de mujeres que hicieran deporte: «Me tiré un año con cuatro jugadoras, no encontraba ni la quinta», recuerda a modo de ejemplo de lo complicada que era la tarea.
Además no menos importante fue la labor de promoción de esos pioneros, como él. Así, recuerda como fue fundamental el trabajo de los colegios, «la gran cantera del baloncesto malagueño», «y el minibasket, una labor que no se ha reconocido, y con la que se acercó a este deporte a muchos niños que, ya de mayores, siguieron llevando a sus hijos a que lo practicaran».
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Cosas de la vida, mientras su figura se vincula habitualmente con el deporte de la canasta, fue en el fútbol donde hizo carrera -«Aunque no me tomé en serio», añade-, siendo el único deporte en el que cobró, porque lo normal era que le costara. «Jugué en casi todos los equipos de la época», recuerda, enumerando desde el Mérida, al Veleño, Fuengirola, Marbella o la Victoriana el año que jugó en Tercera. Por cierto, que aunque no destaca por su altura, jugaba de portero «y como estaba acostumbrado a jugar con las manos al baloncesto y el balonmano las cogía todas, aunque fuera con una sola mano». Era una época de máxima actividad, tanta que recuerda que jugaba al baloncesto en Maristas y tenía un coche esperándole en la puerta para llevarle a Fuengirola a jugar al fútbol.
En definitiva, una vida en al que el deporte ha sido el eje fundamental y de la que saca una conclusión: «Lo importante es que he podido ayudar a mucha gente dentro del deporte».
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