Un fotograma de la película de Ghobadi.
TERRITORIOS. CINE

En el país sin rock and roll

La última película de Bahman Ghobadi, 'Nadie sabe nada de gatos persas', condena la brutal censura a la que se enfrentan cineastas y músicos en Irán

FERNANDO BELZUNCE

Sábado, 1 de mayo 2010, 03:37

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Hace ya tiempo que el cine persa conquistó los festivales europeos y encandiló a aficionados en todo el mundo, con Martin Scorsese a la cabeza, pero a día de hoy los iraníes apenas pueden apreciarlo. Una de las cinematografías más importantes del planeta, con más películas y mayor prestigio que la española, influyente como pocas y creadora de todo un libro de estilo, crece y sobrevive en tierra hostil. En las trincheras de un régimen censor que prohíbe la exhibición de películas que han acaparado durante años los más importantes premios en plazas como Berlín, Cannes, Venecia o San Sebastián, Bahman Ghobadi, uno de los creadores maltratados, denuncia la situación en 'Nadie sabe nada de gatos persas'. Un filme que se puede ver ahora en las salas españolas donde se presentan bandas del 'underground' de Teherán que tocan a escondidas canciones prohibidas. Cantos rebeldes. Gritos de rabia y dolor.

Ghobadi es el autor de 'Las tortugas también vuelan', una cinta desgarradora donde describe las miserias de unos refugiados kurdos que malviven recogiendo minas antipersonales en la antesala de la guerra en Irak. Lo hace a través de la mirada de unos niños, recurso habitual en el cine persa. Removió conciencias occidentales y ganó la Concha de Oro. Cinco años después, con otra Concha en el bolsillo y más reconocimientos, vive en el exilio y sus películas no pueden verse en Teherán. 'Nadie sabe nada de gatos persas' no es la mejor de ellas ni mucho menos. Ni siquiera es una película recomendable por su calidad, pues mezcla sin éxito el formato documental con una ficción poco hilada y algo atropellada. Su valor, su gran fuerza, reside, eso sí, en el mensaje que envía y la realidad que destapa. La de los más de 2.000 grupos musicales que no pueden siquiera dar conciertos.

El filme hace un paralelismo entre las vivencias de esos grupos subversivos y las experiencias de cineastas como Ghobadi, que aparece en la cinta cantando a la melancolía porque, dice un personaje, sus películas no se pueden ver en su país. Los artistas, se sugiere, son como mascotas. Como perros (y gatos persas) que se ven en casas privadas, pero no en la calle, donde acechan los Guardianes de la Revolución. Ellos se ocupan de hostigar y detener a todo aquel que no siga sus preceptos religiosos. Como a los que beben alcohol y asisten a fiestas ilegales. A los que venden películas occidentales y a los que tocan música rap, pop, heavy o rock and roll, géneros que en el filme suenan de forma furtiva en sótanos, azoteas, edificios en obras o establos de una urbe desordenada y polvorienta en la que hasta la poderosa Torre Milad, la antena que marca el perfil de Teherán, parece actuar de vigía del orden moral.

Difícil situación

Un complicado ambiente para los artistas que, a pesar de ello, o puede que por ello, consiguen creaciones de un asombroso nivel. Piezas musicales, según se aprecia y disfruta en la película, y, por supuesto, cinematográficas. Aunque los directores iraníes contemporáneos se enfrenten a la censura, tengan que lamentar la escasa repercusión que tiene su obra entre sus compatriotas y hasta sean perseguidos por sus ideas políticas. Es el caso conocido del propio Bahman Ghobadi, pero también el de Jafar Panahi. Ganador del León de Oro en Venecia por 'El círculo' y del Oso de Plata en Berlín por 'Fuera de juego', Panahi fue detenido por la Policía en marzo. Durante el festival de Montreal, en verano, mostró su apoyo a Musaví, el ex primer ministro que compitió con el actual presidente Ahmadineyad en los comicios iraníes y que encabezó después las protestas contra el supuesto fraude electoral. Desde entonces, el régimen le prohíbe abandonar el país y vigila de manera muy estrecha al asistente de dirección de Abbas Kiarostami.

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Metáforas

Kiarostami, uno de los creadores de la 'New Wave', el movimiento que regeneró el cine iraní en los sesenta, está considerado el mago de la metáfora, el arma a la que acude el arte en tiempos de censura. Su obra cumbre, 'El sabor de las cerezas', gira con ritmo pausado alrededor de un hombre desesperado que quiere suicidarse y busca a quien se comprometa a enterrarle ante el asombro de las personas que se va topando en su camino. Ganó la Palma de Oro en Cannes y cuenta con un amplio abanico de interpretaciones, entre ellas las de corte político. Abrió el camino a decenas de jóvenes que no cuentan con la protección, la consagración y el prestigio del exquisito Kiarostami, pero que refrescan cada año la oferta cultural del vasto país islámico.

Algunos de ellos se han formado en la escuela de cine creada por Mohsen Makhmalbaf, el director de la aplaudida 'Kandahar'. Fundó la institución con la idea de formar a sus hijos fuera del adoctrinamiento ideológico y religioso que impregna las escuelas. La prole, formada por Haina, Samira y Maysam, colecciona premios por películas como 'La manzana, 'La pizarra' y 'Buda explotó por vergüenza', triunfadora en San Sebastián. Las ruedan fuera del país y las exhiben en circuitos extranjeros, lo que no les ha librado de intentos de secuestro y sabotajes. Siguen el ejemplo de su padre, que estuvo recluido en cárceles del Sha y ahora sufre la humillación de que su obra supere el visto bueno de las autoridades.

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Otros directores con menos recursos económicos o sin los contactos necesarios no pueden salir del país y se refugian en la simplicidad y la metáfora. Si no superan el control, su única esperanza pasa por viajar lejos. Es lo que les pasa a Hamed Behdad y Ashkan Koohzad, los protagonistas de 'Nadie sabe nada de gatos persas'. Son dos jóvenes cantantes que quieren huir a Londres para poder participar en un festival de música. La historia es real y al término del rodaje se fueron. Como tantos creadores.

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