DEFENSA PERSONAL

Más papistas que el Papa

No se olvide que si la Iglesia ha pedido perdón, no es sólo por haber contado entre sus filas a un centenar de perturbados peligrosos que abusaban de niños, sino, sobre todo, por haberlos protegido durante muchos años

JUAN BONILLA

Domingo, 28 de marzo 2010, 05:12

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Nada tan enternecedor como ver los esfuerzos de algunos articulistas católicos tratando de excusar la actitud de la Iglesia ante el tema de la pederastia. Más papistas que el Papa, porque al fin y al cabo, éste ha pedido excusas a las víctimas con mucha diligencia si se tiene en cuenta lo que tardó la Iglesia en pedir excusas por lo de Galileo. Leí una columna de Juan Manuel de Prada, católico y chestertoniano, en la que argumentaba que los números probaban fehacientemente que el voto de castidad de los sacerdotes escudaba a estos contra plagas como la de la pederastia, pues si de 200.000 casos denunciados, sólo 94 afectaban a curas, estaba claro como el agua que el gremio de los curas contaba con una fuerza protectora, pues eran pocos casos si se comparaban con los que afectaban a otros sectores de población. No se especificaba en el artículo cuáles eran esos otros sectores, porque, aunque he estado buscando, no he encontrado un ranking en el que se aclare a qué profesiones se dedican los pederastas. Pero según el argumento de Prada, si en ese ranking, no apareciera ni un solo bombero, habría que concluir que para acabar con la pederastia lo único que hay que hacer es meter a los pederastas en el cuerpo de bomberos, porque debe haber una relación no aclarada por la ciencia entre apagar llamas y no abusar de los niños, ya que entre las 200.000 denuncias a pederastas ninguna afecta a un bombero. En una cosa llevaba razón Prada: en lo injusto que es hacer padecer a un gremio entero por lo que hayan hecho unos cuantos de sus componentes. Supongo que estar en contacto con los niños hace que algunos gremios tengan entre sus componentes a pederastas potenciales, pero precisamente por eso lo que hay que hacer es no esconder la cabeza como el avestruz y ser muy exigentes con la gente a la que se ficha. Los maestros, por ejemplo: no hay una profesión más importante que la que ellos ejercen, salvo la de médico, que está a su altura. Nunca entendí porqué para ser médico hace falta una media de 10 años de estudios, y para ser maestro sólo 3. Debería ser una carrera dificilísima, al final de la cual hubiera un puesto asegurado para quien la concluyera, y dotado de un sueldo muy potente. De hecho, maestro debería constituirse en título de excelencia que sólo se le da a unos cuantos. Y sin embargo, desde antiguo, maestro, entre nosotros, es casi un insulto: «gasta más hambre que un maestro.» y cosas de ese tipo. Así nos va.

Pero volviendo a la relación entre Iglesia y pederastia, no se olvide que si la Iglesia ha pedido perdón, no es sólo por haber contado entre sus filas a un centenar de perturbados peligrosos que abusaban de niños, sino, sobre todo, por haberlos protegido durante muchos años. Cuando se descubría alguno de esos casos, los obispos con poder de decisión sobre ellos, hacían la vista gorda, trasladaban al perturbado, que volvía a las andadas en otro sitio, y así se tapaba el asunto. Esa es la responsabilidad mayor de una institución que durante muchos años sabía bien lo que pasaba en algunas parroquias o coros o colegios religiosos, y no tomó medida alguna hasta venir ahora a encontrarse con este escándalo que mancha a sus más altas esferas. O sea, que no es que se ataque a la Iglesia porque algunos de sus miembros, aquí y allá, en las cuatro esquinas del mundo, abusaran de pobres criaturas («algunos niños de doce y trece años van provocando», dijo el Obispo de Tenerife, nadie lo olvide), sino por haberse puesto de parte de los abusadores, a quienes, sin temor al escándalo en su día, debieron poner en manos de la justicia ordinaria, en una tarea que han tenido que hacer las propias víctimas para dejar claro que a la Institución le interesaba más que no se hablara de esos casos de pederastia, que vencer ese tumor, ahora tan crecido y metastasiado. Y quien protege al infractor es infractor a su vez.

Es fácil, para los que son más papistas que el Papa, hablar en estos días de una conjura contra la Iglesia y su Papa, por desviar la atención un poco, pero el escándalo es ya de tamaña proporción que, nunca mejor dicho, tales defensas tienen la fuerza de un suspiro de monja. Suele pasarles a los hinchas furibundos que, tan distraídos en ver una conjura en todas partes, son incapaces de ver la nitidez de los hechos. Por ejemplo, les pasa a los partidarios del régimen cubano, que con tal de defender las barbaridades del gobierno de Castro, no tienen ojos para ver el sufrimiento del pueblo a quien se supone que defienden. Con esto pasa igual, hasta el punto de que se ha llegado a investigar a algunas víctimas de abusos de curas, por tratar de demostrar que la culpa de lo que les pasó la tienen ellos, y no los curas que abusaron de ellos. Eso hizo la Iglesia durante mucho tiempo, dirigir su metralla contra quienes acusaban, para defender a unos acusados que, de uno en uno, han ido cayendo ahora que las víctimas se han atrevido a hablar, a sacudirse la humillación, a poner las cosas en su lugar, caiga quien caiga, y digan lo que digan los que son más papistas que el Papa.

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