José María Smith Agreda: «Hubo unos años no de desafecto, pero sí de cierto desapego social hacia la Universidad»
Primer rector electo de la UMA ·
Estuvo dando clases de Anatomía hasta los 74 años, «y porque no me dejaron más tiempo»Secciones
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Primer rector electo de la UMA ·
Estuvo dando clases de Anatomía hasta los 74 años, «y porque no me dejaron más tiempo»Primer rector electo de la Universidad de Málaga, José María Smith Agreda da muestras de una gran vitalidad a sus 90 años. Estuvo en activo hasta los 74 años, «y porque no me dejaron más tiempo». Los hoy médicos que pasaron por sus manos recuerdan ... sus clases magistrales de Anatomía. En aquellos años, a falta de medios técnicos las tizas de colores eran su herramienta de trabajo, con las que exponía gracias a detallados dibujos los entresijos del cuerpo humano. Smith Agreda ha sido mucho más que profesor: ha sido maestro de generaciones de médicos a los que ha enseñado todo lo que sabía para que ellos progresaran y, en la medida de lo posible, «me superaran. Esa es la labor del maestro, procurar que sus discípulos sepan más que él, no guardarte nada para ti».
A sus 90 años se considera «desenganchado de la vida», aunque da muestras de una salud envidiable. «Cuando llegas a esta edad ya es hora de pensar en otras cosas, de esperar el final que para los creyentes es otra vida, llena de luz». Hasta que llegue ese momento trata de «seguir viviendo», con los recuerdos, la familia y una escasa actividad pública, a pesar de que fue un actor clave en la incipiente Universidad de Málaga que este año cumple 50 años.
Su receta para mantenerse tan bien a esta edad es sencilla: «Vivir la vida con discreción, pero con intensidad. En mi etapa de profesor me entregué por entero a la enseñanza. Ahora jubilado, a lo que me gusta, leer, pasear, pintar, ...», comenta.
Hijo y padre de médicos (sus tres hijos, Inés, José Aníbal y Víctor Manuel, son también profesores de Anatomía en la Universidad de Málaga), se licenció en Medicina en su Zaragoza natal. Se trasladó a Granada para hacer la especialidad. Allí conoció a los dos grandes amores de su vida, a su esposa, Inés, y la anatomía. Tuvo «un profesor genial, de los que hacen escuela y revolucionó el estudio de la anatomía, Escolar». Las plazas de profesor salían «con cuentagotas, había que esperar a que muriera un catedrático para optar a la plaza y claro, nos presentábamos un ciento», dice. Con «sacrificio y entusiasmo» logró la cátedra en la Universidad de la Laguna. Fue el primer catedrático de Anatomía y era decano cuando salió la plaza en Málaga. «Mi mujer, que es andaluza –cordobesa– me propuso cambiar. Yo no tenía muchas ganas, pero al final me convenció. Vinimos aquí con el ánimo de quedarnos para los restos».
Fue dos años presidente de la comisión gestora, entre 1975 y 1977, y elegido ese año primer rector de la UMA. Recuerda que se presentó a aquellas elecciones «un poco engañado», porque no era su intención, pero los amigos le convencieron. «¿Si has estado en los momentos más duros, por qué no presentarte para ser el primer rector? Así que me presenté.. ¡y salí elegido!». Y así fue como el catedrático de Anatomía tuvo que compaginar durante casi cuatro años sus clases («que no abandoné durante esa etapa») con la gestión de una universidad que echaba a andar, la pelea con los burócratas, las algaradas estudiantiles y las intenciones de muchos de hacer política en la universidad.
«Los comienzos fueron difíciles, por el momento en el que se creó la universidad, al final del franquismo y en plena transición. Fue una época muy ilusionante, pero también cargada de egoísmos, de aquellos que pensaron que era el momento de 'quítate tu para ponerme yo', y eso no era la democracia», reflexiona. «La política lo llenaba todo, llegaba a las aulas, y yo decía a mis colegas que nuestra obligación era enseñar, dar clase, y a los alumnos que tenían que estudiar y aprender, que dejaran la política fuera de la universidad, pero sin mucho éxito».
Entre otras infraestructuras, puso la primera piedra de la actual Facultad de Medicina. Las clases se impartían hasta su inauguración en los sótanos del Hospital Civil. Y tuvo que pelear con algunos obcecados políticos locales que no alcanzaban a comprender la necesidad de un hospital clínico en Málaga. «¡Fíjese, una facultad de Medicina sin hospital! Y ahora se va a hacer un cuarto hospital. Teníamos que luchar con gente con muy poca visión de futuro», lamenta.
Estas experiencias le lleva a afirmar que, conseguida la universidad, hubo «no desafecto, pero sí un cierto desapego social». Ahora está más que comprobada la contribución de la UMA al desarrollo social, cultural y económico de Málaga.
Está acostumbrado a que le comparen con el personaje de la obra de Simonet '¡Y tenía corazón! Anatomía del corazón' (expuesto en el Museo de Málaga). Incluso un amigo le ha hecho alguna composición colocando su rostro en el del cuadro. Una pintura que transmite una sensación de respeto hacia el cadáver que está sobre la mesa de disección. Algo que él siempre ha transmitido a sus alumnos en las clases de Anatomía. «Nunca he admitido una broma de mal gusto. Siempre les he dicho que ese cadáver fue un hombre o una mujer, con sus alegrías y sus penas, sus ilusiones y pensamientos, y que merece todo nuestro respeto».
La práctica de disección es «la prueba definitiva» para conocer la vocación del alumno. «Al principio impresiona, pero pronto se habitúan, conforme van viendo músculos, arterias y órganos, ya se entusiasman. Y el que no se entusiasma es que no merece ser médico». Un aspecto, el de los alumnos, en el que José María también aporta su visión: «Con una nota de acceso tan alta puede que estén llegando jóvenes sin auténtica vocación. Y otros que sí la tendrían, quedan fuera». La solución es compleja, reconoce, cuando recuerda clases de 600 alumnos, lo que le obligaba a dar tres clases «con un gran esfuerzo».
A estas alturas de la vida, el viejo profesor trata de reconciliarse con el pasado y consigo mismo. De reconocer errores y pedir disculpas por los fallos cometidos. «Un periodo de prueba más», dice, en un recorrido vital que reconoce «ha sido precioso».
Este aragonés «de secano» encontró en Málaga la paz y serenidad necesarias, acompañado por su mujer, que fue también profesora, sus hijos y nietos. Haciendo lo posible por seguir viviendo. Con fe en una vida tras la muerte, convencido de que la hay, aunque no sepa cómo será. «Como ser humano, espero esa otra vida; sin ella, nuestro paso por el mundo no tendría sentido», afirma, asomado al Mediterráneo del que se enamoró desde el primer momento.
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