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Este 2024 será difícil de olvidar para Paula Mayorga Burrezo (Málaga, 1987). Este año ha conseguido la beca La Caixa para investigadores punteros, que le ... permitió regresar a España desde República Checa, donde investigaba en materiales inorgánicos para desarrollar microrrobots. Poco después recibió el premio del programa L'Oréal-Unesco For Women in Science, que reconoce los trabajos más punteros de cinco investigadoras nacionales menores de 40 años. Y hace unas semanas, le han comunicado que ha sido seleccionada por el programa Ramón y Cajal del Ministerio de Ciencia, Investigación y Universidades, que le abre la puerta a una de las grandes preocupaciones de los investigadores españoles, la estabilidad laboral en el sistema nacional de I+D+i.
–¿Por qué se decidió a estudiar Ingeniería Química?
–Siempre fui buena estudiante, así que mis profesores me animaron a continuar con las asignaturas de ciencias y no cerrarme puertas hasta decidirme por alguna titulación. Quise ser farmacéutica desde pequeña, pero al no estar entre las ofertadas por la Universidad de Málaga tuve que recurrir a un 'plan b'. Mi madre y mi tío son enfermeros y siempre tuve curiosidad por el diagnóstico clínico. De hecho, llegué a plantearme seriamente estudiar Medicina, porque yo quería ayudar a la gente, pero me di cuenta de que no era mi camino. En el último momento, un familiar me hizo contemplar la Química como opción y entre todos me empujaron a intentar Ingeniería Química por mis buenas notas.
–Fue un buen consejo...
–Desde luego. No me arrepiento de la titulación que elegí. Hoy en día mi mentalidad ingenieril me sigue siendo útil para plantear el trabajo experimental en el laboratorio.
–¿Cómo recuerda su paso por la facultad?
–Pertenezco a la promoción 2005/10 que es bastante singular porque el número de matriculados fue muy bajo en comparación a otras promociones anteriores o posteriores. Recuerdo que en primer año éramos unos 20-25 y este número se fue reduciendo desde ese primer cuatrimestre hasta llegar al quinto año, donde quedamos solo cinco en clase.
–Una enseñanza casi personalizada, para un grupo tan reducido...
–Mi experiencia universitaria no es común. Para mí fueron casi como clases particulares, años de mucho esfuerzo en los que prácticamente vivíamos en la facultad entre clases teóricas y asignaturas de laboratorio. Trabajamos muy duro bajo la atenta mirada de los profesores y por eso aprendimos muchísimo.
–Para su proyecto fin de carrera eligió el departamento de Química Física, ¿qué aprendió allí?
–La elección de la temática para mi PFC supuso toda una revolución. Por una cuestión de formación, lo normal hubiera sido acudir al departamento de Ingeniería Química, pero yo opté por la disciplina más alejada. Desde el principio supe que iba a ser un reto ya que no dominaba ninguno de los conceptos con los que trabajaban y que la exigencia sería alta. De hecho, me recomendaron no involucrarme si aún cursaba asignaturas. Como finalicé el quinto año de carrera cumpliendo ese requisito, mi compromiso con el grupo de investigación fue total durante esos nueve meses en los que pude disfrutar con una beca de colaboración en el departamento que ofertaba el Ministerio de Educación. Esta elección es, sin lugar a duda, el gran punto de inflexión de mi carrera, donde descubrí mi vocación por la investigación fundamental.
–¿Quiénes fueron los directores de su tesis doctoral?
–Otro de los puntos claves de mi trayectoria es haber comenzado mi andadura en ciencia fundamental de la mano de los profesores Juan Casado y Teodomiro López, actual rector, un claro ejemplo de la calidad y excelencia en la investigación que se hace desde la Universidad de Málaga. Ellos me guiaron desde esos primeros meses de PFC hasta convertirme en doctora en Química Avanzada, involucrándome en proyectos de gran impacto a nivel nacional e internacional.
–¿En qué centró su trabajo de doctorado?
–Durante esos años trabajé en la caracterización de materiales moleculares pi-conjugados, precursores de los plásticos conductores, e impulsamos el uso de técnicas espectroscópicas para el análisis de mecanismos implicados en la estabilización de cargas.
–Creo que además con un balance muy positivo...
–Terminé mi etapa en la UMA con más de 20 artículos científicos en las revistas más prestigiosas para los que colaboré con grandes figuras del campo. Me concedieron el premio extraordinario de doctorado (2016/17) y también fui reconocida por la Fundación General de la UMA en los X Premios de Investigación. El balance es, como dice, muy positivo.
–Tras doctorarse pasó unos meses más en la UMA, antes de incorporarse al Instituto de Ciencias de Materiales de Barcelona. ¿Le resultó difícil dejar Málaga?
–Me doctoré en noviembre de 2015 y tuve la suerte de poder participar en la convocatoria del programa postdoctoral Juan de la Cierva del Ministerio de Economía y Competitividad de ese año. La resolución de la convocatoria se extendió a lo largo de 2016 y me incorporé al Instituto de Ciencia de Materiales de Barcelona (ICMAB-CSIC) en febrero de 2017. Todos esos meses continué trabajando en la UMA con el profesor Casado y los recuerdo como una de las etapas más productivas de mi carrera. Me sirvieron para afianzar conocimientos y estrechar la relación con el que sería mi nuevo grupo de investigación en Barcelona, pues ya eran colaboradores del grupo de Málaga. Esos meses también fueron decisivos a nivel personal. Yo ya había hecho estancias fuera de Málaga, pero mi hogar seguía estando allí. En esta ocasión contaba solo con billete de ida por lo que decir adiós fue duro. Sin embargo, la acogida en el ICMAB-CSIC no pudo ser más calurosa, rápidamente me sentí integrada y cómoda en el nuevo entorno. Tuve mucha suerte.
–También pasó por varios centros de investigación europeos, antes de regresar al ICMAB con una beca de La Caixa. Parece que la carrera de los investigadores españoles está asociada a la inestabilidad...
–Para hacer carrera en investigación en el sistema público, uno de los requisitos indispensables es la movilidad, tanto nacional como internacional. Yo tenía muy clara mi vocación cuando me doctoré, por lo que sabía que mi camino debía continuar irremediablemente fuera de Málaga. Es cierto que estos periodos son muy enriquecedores para tu formación científica y a nivel personal también suponen un gran aprendizaje. El problema viene cuando esas etapas se dilatan en el tiempo y no por voluntad de los investigadores, sino por falta de financiación para la vuelta. Hay que tener presente que la movilidad conlleva muchas renuncias por lo que no es raro encontrar a gente que abandona la investigación pública en esos momentos. Se pierde mucho talento por el camino.
–Gracias a esta beca de La Caixa dirige su propia línea de investigación, ¿en qué está trabajando en concreto?
–El proyecto se enmarca en el campo de las terapias localizadas contra el cáncer. Haciendo una analogía al caballo de Troya, pretendemos optimizar materiales que sean atractivos para las células cancerígenas, para que los interioricen fácilmente y, una vez dentro, acaben con ellas de forma eficaz. La originalidad de este proyecto reside en la unión pionera de distintos conceptos de ciencia de materiales que he ido aprendiendo a lo largo de mi carrera. Actualmente estamos centrados en las tareas de optimización del material (tamaño, forma, composición, funcionalización, etcétera).
–¿Con cuántas personas cuenta en su equipo?
–Cuento con la ayuda de un estudiante que está desarrollando su tesis doctoral en esta línea, pero ampliaré el equipo en breve. A mi favor juegan además la experiencia en el desarrollo de materiales para aplicaciones biomédicas que tiene el ICMAB-CSIC, siendo esta una de sus líneas maestras, el grupo de investigación al que me he incorporado (Nanomol-Bio) y el Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER) en el área temática de Bioingeniería, Biomateriales y Nanomedicina (CIBER–BBN), del que soy miembro gracias a mi vinculación a Nanomol-Bio. Dispongo de una red de contactos, formación, infraestructuras y recursos. El contexto ideal para el proyecto. Estoy muy agradecida a la Fundación La Caixa por confiar en mí y valorar tan positivamente mi propuesta. Ellos, a través de su programa Junior Leader, han permitido que pueda desarrollar mis ideas de forma independiente y contribuir al conocimiento científico de nuestro país, disfrutando de la calidad de vida que éste nos ofrece.
–Y ahora le ha llegado el premio L'Oréal. ¿esperaba un reconocimiento como este?
–El equipo de dirección del ICMAB-CSIC está muy volcado en la atracción e impulso de talento y me recomendó participar en esta convocatoria. Yo en ese momento no me veía con un perfil lo suficientemente competitivo para un programa tan emblemático como el L'Oréal-Unesco For Women in Science, pero seguí su consejo. Me llevé una alegría inmensa cuando recibí la notificación de la organización. Para mí, volver a España liderando una investigación propia ya era el gran premio, lo que hace todo lo que estoy viviendo doblemente feliz por inesperado. La apuesta de L'Oréal-Unesco por la visibilización de las galardonadas es total. Ser reconocida con un mérito como este es un orgullo pero también una responsabilidad. Es nuestra tarea acercar la ciencia al público general y a las niñas/mujeres a las carreras científicas en particular. Mostrar la realidad del mundo científico desde perfiles femeninos.
–Curiosamente, tres investigadoras formadas en la UMA habéis sido reconocidas con este premio L'Oréal (Rocío Ponce, también de Química Física, y Melissa García, de Biología Molecular). ¿Simple coincidencia?
–Durante mi etapa predoctoral en la UMA tuve la suerte de compartir mi día a día con investigadoras excelentes en el grupo, que trabajaban en proyectos de alto impacto en el área, que conseguían financiación y reconocimientos. Hicieron para mí cotidiano algo que por desgracia no es tan común y Rocío Ponce es uno de esos ejemplos. Ella y yo no solo nos formamos en el mismo grupo, sino que además fuimos compañeras casi toda mi etapa en la UMA, cuando yo era aún estudiante de máster y ella se reincorporó tras su periodo postdoctoral en el extranjero. Recuerdo perfectamente los días de entrevistas tras su galardón. Para mí fue totalmente revelador e inspirador. Hace unos días bromeábamos juntas sobre las vueltas que da la vida y la alegría de que hoy sea yo la galardonada. A Melissa también la conozco pues ambas hacíamos nuestras tesis doctorales en laboratorios del Servicio Central de Apoyo a la Investigación de la UMA. Las tres hemos sido reconocidas por proyectos en temáticas completamente distintas, lo que da a entender que la calidad de la formación científica en la UMA no depende de una sola disciplina. Así que haya premiadas formadas en nuestra universidad me hace muy feliz, pero no me sorprende. Estoy segura de que vendrán muchas más.
–¿Dónde ve su futuro profesional, en España, en el extranjero? ¿Le gustaría volver a Málaga?
–Hace unas semanas fui seleccionada por el programa Ramón y Cajal del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades para la incorporación en organismos de investigación de personal investigador. Estoy muy cerca de llegar a la meta: conseguir la estabilización. Hacer lo que quiero y donde quiero y dejar atrás, por fin, los períodos de incertidumbre económica y también geográfica. Mi futuro inmediato está en el ICMAB-CSIC, pero Málaga siempre será mi casa, así que nunca se sabe.
–Los nuevos materiales con los que investiga, ¿pueden ser el futuro del tratamiento contra el cáncer?
–Uno siempre inicia un proyecto científico con ilusión y confianza, más después de los reconocimientos que ha recibido de la Fundación La Caixa y L'Oréal-Unesco. Sin embargo, no hay que perder de vista que el proyecto es una prueba de concepto, es decir, la etapa más embrionaria en el desarrollo de terapias. Hay mucho camino que recorrer para pasar de las pruebas de concepto a las fases clínicas de testeo en pacientes, pues su salud nunca puede quedar en entredicho, pero la investigación en ciencia fundamental es la herramienta clave para impulsar esos avances.
–Paula, ¿cómo entiende la investigación, qué supone para usted investigar?
–Durante mis años de formación universitaria, yo veía mi futuro en el mundo empresarial: una petroquímica o una farmacéutica, por ejemplo. En optimización de procesos o en un departamento de I+D. La investigación se cruzó en mi camino y en ese momento descubrí mi verdadera vocación. Para mí, el trabajo en ciencia fundamental es el marco ideal para desarrollarme profesionalmente. Es exigente, sí, pero muy gratificante. Es un oficio donde la curiosidad es uno de los factores más importantes. Tenemos la suerte de hacernos preguntas y dedicar nuestras jornadas a resolverlas, avanzando en el conocimiento común. Además, es una profesión muy versátil. Es decir, yo trabajo en ciencia experimental, en un laboratorio, pero también dedico horas a mi formación, leyendo bibliografía sobre las temáticas que me interesan en la búsqueda de nuevos datos o inspiración, a la escritura, estructurando resultados para artículos científicos o redactando propuestas competitivas para conseguir financiación, la gestión de fondos y personal, la divulgación, participando en conferencias o foros más allá del mundo científico… me gusta tener desafíos constantes que me empujen a crecer.
–¿Qué sueña como aportación propia a la ciencia?
–El beneficio para la sociedad es el motor principal de nuestro trabajo pues, lamentablemente, todos tenemos ejemplos en nuestro entorno cercano de pacientes de esta enfermedad. Como ingeniera química, he recorrido un largo camino de formación para poder diseñar y liderar un proyecto de estas características. Es importante visibilizar la cantidad y variabilidad de perfiles científicos que están implicados en lograr un fin tan grande como lo es la lucha contra el cáncer. Me gusta la idea de que mi aportación desde Ciencia de Materiales pueda contribuir en alguna medida a acabar con esta amenaza global. Me encantaría que los materiales que desarrolle en la línea de investigación que comienzo alcanzaran estudios clínicos. Sería la mejor garantía de éxito.
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