Profesora en el departamento de Historia de la Medicina de la UMA, Celia García Díaz es también psiquiatra y ha dedicado su tesis a investigar ... sobre la sala de mujeres del antiguo manicomio provincial, a la que llegaban en muchos casos mujeres por el solo hecho de transgredir el estereotipo de 'mujer normal' para la época. Reconstruir la historia de la asistencia psiquiátrica en Málaga «nos puede dar claves para ser críticos con situaciones injustas que aún se siguen viviendo dentro de la salud mental», asegura.
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–¿Esperaba este reconocimiento?
–Es habitual, al terminar una tesis, participar en diferentes convocatorias de premio. En mi caso, solicité participar en la convocatoria que anualmente organiza la Sociedad Española de Historia de la Medicina. La verdad es que ha sido una sorpresa muy grata este reconocimiento, ya que la investigación ha sido compleja tanto por el trabajo de archivo como por el novedoso marco teórico- interpretativo del contenido de las fuentes históricas.
–¿Por qué una tesis sobre la sala de mujeres del manicomio provincial?
–Soy licenciada en Medicina y Cirugía y especialista en Psiquiatría. Cuando comencé a trabajar en consulta, algunos pacientes (la mayoría hombres) me contaban historias sobre sus ingresos en la sala 21, llamada coloquialmente 'los locos' en Málaga. Pero siempre me pregunté qué había sido de la sala de mujeres. Llevo años trabajando las cuestiones de género tanto en la clínica como en investigación, y pensé que era necesario arrojar algo de luz al vacío historiográfico sobre la historia de las instituciones psiquiátricas en nuestra provincia, y en concreto, la historia sobre la asistencia psiquiátrica a las mujeres.
–¿Qué cree que es lo más novedoso en su estudio? El tribunal ha destacado en concreto la construcción de un marco teórico para dar sentido a los resultados cualitativos...
–Sí, sin duda lo más complejo ha sido construir ese marco teórico. Mi directora de tesis, Isabel Jiménez Lucena, ha sido fundamental es el desarrollo de una mirada crítica sobre la asistencia a las mujeres en la sala 20. Hemos tomado elementos de los estudios de género así como de los paradigmas de la subalternidad de los estudios poscoloniales y las perspectivas constructivistas de la subjetividad. Ahora estamos satisfechas con esa nueva visión que abre nuevas vías interpretativas de este tipo de documentos.
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–Analiza la asistencia psiquiátrica a mujeres desde una perspectiva de género. ¿qué cree que aporta esta visión de género?
–Los estudios de género están consolidados como una parte del conocimiento académico (y no académico) desde la segunda ola feminista, en los años setenta. Muchas investigadoras y académicas del momento volvieron su mirada hacia la locura de las mujeres, qué papel habían jugado éstas en la configuración de la especialidad psiquiátrica tal y como la conocemos ahora, por qué algunos diagnósticos se habían feminizado, cuestionaron la relación entre las pacientes y los psiquiatras señalando elementos que tenían que ver con una ciencia psiquiátrica desarrollada por hombres, blancos y burgueses. Esta línea de investigación es muy potente, ya que es capaz de visibilizar estrategias que los psiquiatras desarrollaban sobre las mujeres y que estaban íntimamente relacionadas con los estereotipos de la época, qué era ser una mujer cuerda y por contra, qué era ser una mujer-loca. Los espacios que ocupaban pacientes hombres y mujeres en el manicomio provincial no eran los mismos, así como tampoco el acceso a los escasos recursos terapéuticos lo eran. Por eso hablamos de 'espacios generizados' en el manicomio.
–¿Qué fuentes historiográficas ha utilizado? ¿Le ha resultado complicado llegar a estas fuentes?
–Las fuentes en las que he basado mi estudio han sido 811 historias clínicas de mujeres que ingresaron en la institución entre 1909 y 1950. La gran mayoría de ellas estaban localizadas en el Archivo de la Diputación Provincial de Málaga y gracias al trabajo de las compañeras del archivo, no fue complicado acceder a ellas. Aunque al inicio de la investigación trabajábamos con fotocopias, porque el fondo no estaba digitalizado, hace poco me comentaron que ya lo están haciendo, lo que es una muy buena noticia para futuras investigadoras e investigadores. Un pequeño porcentaje de historias clínicas fue localizado en el Fondo Pedro Ortiz Ramos del Archivo Universitario de Granada, al que pude tener acceso por María Jesús Pérez, sobrina del psiquiatra en cuestión. Siempre agradeceré su colaboración.
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–De su investigación, ¿qué conclusiones considera más relevantes?
–Quizás la más destacable es que las mujeres, a pesar de estar ingresadas en una institución totalitaria, supieron resistirse a la autoridad ejercida por los médicos y el personal auxiliar de diferentes formas: unas se fugaban; otras escribían cartas donde denunciaban su situación durante el ingreso; otras se negaban a 'obedecer' las normas de la sala; otras usaron el ingreso y el manicomio como un lugar de protección frente a la terrible situación de hambre y pobreza que se vivían fuera. Este es uno de los objetivos más importantes cuando trabajamos desde la perspectiva de género: no visualizar a las mujeres como objetos pasivos en el relato historiográfico, sino ponerlas en el centro de la historia. Otra de las conclusiones tiene que ver con cómo la sala 20 participó del proyecto de legitimar unas feminidades y deslegitimar otras. Las mujeres que transgredían el estereotipo de 'mujer normal' para la época, tenían muchas más posibilidades de terminar en la sala 20. Así, encontramos mujeres ingresadas porque bebían alcohol, otras porque frente al fallecimiento de hijos recién nacidos y la imposibilidad de alimentarlos o tratarlos de alguna enfermedad terminaban protagonizando escenas de rabia con familiares, eran llevadas al manicomio para 'ser curadas'; mujeres que en plena guerra civil habían perdido familiares y se sentían desesperadas; una niña huérfana tras el fusilamiento de su padre; mujeres que ingresaban por intereses económicos de sus familiares. Además, la estancia media de los ingresos no llegaban al mes. Por todo eso pensamos que la sala 20 pudo funcionar como un lugar de control de conducta de las mujeres.
–Las mujeres internadas, ¿tuvieron un diferente tratamiento, o sufrieron métodos más cruentos, por el hecho de ser mujeres?
–Es una línea de investigación que tenemos abierta. Tras analizar las historias clínicas de las mujeres, ahora estamos analizando las de hombres. Hablo en plural porque, afortunadamente, contamos con un grupo de alumnas y alumnos internos en la Facultad de Medicina que se han interesado en el tema. Pero nuestra sospecha es que sí, que existieron estas diferencias. Sí hemos podido constatar que el acceso a medidas terapéuticas como la laborterapia, o terapia de ocupación, fue desarrollada a partir de la década de los años veinte en España. Gonzalo Rodríguez Lafora, un psiquiatra reformista que trabajó junto a otros profesionales por mejorar la situación de los pacientes ingresados en los manicomios de nuestro país, señalaba que la mejor ocupación para los enfermos eran los trabajos desarrollados al aire libre, tipo cuidado de huertos y plantas. Nosotras hemos comprobado por el contenido de las historias que mientras los hombres sí tenían acceso a este tipo de labores, las mujeres estaban destinadas a desarrollar en la sala 20 los mismos trabajos que en casa: limpieza, ayuda en la cocina, ropería, lavandería, y no tenían espacio para cultivar la tierra. Algunas incluso cuidaban de otras internas.
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–¿Hay un perfil socioeconómico concreto de las mujeres ingresadas?
–Sí, la gran mayoría eran mujeres entre los 20 y los 40 años, casadas o solteras, nacidas en pueblos de la provincia, de nivel sociocultural bajo. Muchas de ellas vivían en la capital, porque desarrollaban trabajos como sirvientas.
–Tras estudiar sus historiales, ¿cuántas personas, o qué porcentaje, no debió ingresar en un centro de estas características?
–No sabría decirle una cifra concreta. Hemos distinguido historias de mujeres que ingresaban con una descompensación psiquiátrica, otras que ingresaban por transgresión del estereotipo femenino de la época, y otro grupo en el que aparecen las dos circunstancias. Lo que sí está claro es que existía una psiquiatrización de conductas femeninas ya que afectos como la rabia, la tristeza o la resistencia eran vistos como síntomas psiquiátricos.
–Su estudio, entre 1909 y 1950, abarca diferentes regímenes políticos, desde la Restauración Borbónica al franquismo, pasando por la Segunda República. ¿Hay diferencias en cuanto a la atención a las enfermedades mentales, y en concreto a las mujeres?
–Si, existieron algunas diferencias que son importantes señalar. A partir de los años veinte y treinta una generación de jóvenes médicos formados en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en contacto con la medicina de laboratorio de Ramón y Cajal, se beneficiaron de una educación aperturista y obtuvieron becas de la Junta de Ampliación de Estudios. Cuando viajaron a Inglaterra, Alemania, entre otros países, vieron que España mantenía un retraso en el tratamiento de la locura, con instituciones fundamentalmente de reclusión, donde se vulneraban los derechos más básicos de los internos. Con la llegada de la Segunda República, estas ideas reformistas dieron lugar a marcos legales como el decreto de 1931 , que trató de regular el ingreso de los pacientes en las instituciones, ahorrar una burocratización exagerada, así como crear lugares de ingresos cortos y trabajar la adecuación al medio social de los pacientes al alta. Todo esto fue interrumpido por la guerra civil y posteriormente, durante el primer franquismo, lo que se puede apreciar fue una acogida masiva de las terapias más coercitivas (terapias de choque) frente a tratamientos no agresivos (laborterapia) que además de ahorrar dinero, procuraban altas rápidas. En concreto con las mujeres, lo que sí se aprecian en las historias de la década de los años cuarenta es cómo el manicomio psiquiatrizó situaciones relacionadas con las circunstancias sociales y políticas del momento. Las historias clínicas que se redactaban en los años veinte y treinta eran más ricas que las redactadas en los años cuarenta. Por ejemplo, un cuestionario con preguntas de cultura general, dejó de ser rellenado durante la guerra civil, y no se retomó después.
–¿Por qué estudiar la historia de la pisquiatría?, ¿qué puede aportar?
–En mi opinión, las personas jóvenes que acceden a la formación especializada en salud mental deben conocer de dónde venimos, solo esas nuevas generaciones de profesionales podrán cambiar el curso de la asistencia. Algunas asociaciones de profesionales y de pacientes están luchando por conseguir estos cambios. Reconstruir la historia de la asistencia psiquiátrica de nuestra provincia nos puede dar claves para ser críticos con situaciones injustas que aún se siguen viviendo dentro de la salud mental.
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–¿A qué tipo de situaciones se refiere?
–Bueno, es verdad que la asistencia a los problemas de salud mental ha cambiado mucho (poco tiene que ver el manicomio de los años cuarenta y cincuenta con las unidades de agudos modernas y reformadas). Sin embargo aún se mantienen algunas prácticas manicomiales, como el uso de las sujeciones mecánicas, los ingresos involuntarios y la contención química. Ya en los años setenta algunos autores como Erving Goffman señalaron que el propio ingreso en estas circunstancias podrían generar cuadros psiquiátricos que se añaden a los previos, por el ambiente coercitivo y de pérdida de su identidad.
–¿Hay alternativas a estas prácticas que comenta?
–Hay otras alternativas como la creación de las 'salas confort', espacios dentro de las unidades de ingreso donde los y las pacientes pueden encontrar un ambiente normalizado que proporciona relajación, así como la contención mediante la palabra, lo que requeriría aumentar el personal en estas unidades y formarlo. En el discurso economicista que envuelve la gestión sanitaria, estas medidas supondrían un gasto añadido que no goza de mucha popularidad. Esto ya ocurrió en los años cuarenta con el electrochoque, por ejemplo. Su uso fue ampliamente aceptado por la comunidad psiquiátrica fundamentalmente por dos cuestiones: era barato y proporcionaba una forma rápida de dar altas y descongestionar los manicomios abarrotados de pacientes. Sin embargo, los estudios históricos han puesto de manifiesto que lo que aumentaban eran los reingresos, es decir, los pacientes ingresaban menos tiempo cada vez, pero más veces a lo largo de su vida, por no hablar de las secuelas del tratamiento.
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